.

.

sábado, 2 de junio de 2012

Tan cerca de ser libre (Libertad Económica - Valor Subjetivo - Estatismo - Corrupción - Solidaridad - Cotilleo/Publicidad)

Por Gato Randiano

“Yo soy John Galt. Soy el hombre que ama su vida.
Soy el hombre que no sacrifica su vida ni sus valores.”
La Rebelión del Atlas (Ayn Rand)

1989. Este gatito estaba por finalizar la primaria en una escuela estatal y como para tener algo en que distraerme en el laaaaargo recreo que mejor que echarme unos caramelos “Monterrico” que habían en casa, eran los caramelos más baratos que se podían encontrar en ese entonces, más parecían azúcar rubia derretida que un dulce propiamente dicho y como no sabía si me comería 1 o 2 o 15 de ellos decidí llevarme toda la bolsa al colegio.

Es así que mirando una pichanguita saco mi bolsón de caramelos y comienzo a comérmelos cronch, cronch, cronch hasta que se aparecen dos chicos y me preguntan “¿a cuanto los caramelos?”, la verdad me agarraron frío, pero saqué mis cuentas al toque y como sabía que los ambulantes los vendían a 10 céntimos cada uno les dije “a 15 céntimos el par ”, y así esos niños se volvieron mis primeros clientes y me compraron entre ambos 8 caramelos “Monterrico”.

Nada mal eh?, un pequeño ingreso inesperado. Entonces se corrió la voz que podías comprar caramelos “Monterrico” más baratos y más cerca al patio de recreo que yendo donde los ambulantes con el “plus” de que el vendedor iba directamente a donde estabas y que encima te daba las gracias por comprarle esos caramelos a precio de remate.

En esa mañana aprendí de todo un poco, que habían buenos clientes que me hicieron la propaganda de la oferta ahorrándome un montón de esfuerzo y haciendo que el negocio camine prácticamente solo (¡y gratis!)

También aprendí que habían clientes conchudos*, como un patita que era famoso por estafar a todo vendedor que se le cruce y encima era el que más insistía para que le den cosas fiadas, como si uno estuviera obligado (cchsmr!), aunque yo lo mande a rodar en primera porque su historial estaba en debe. Aún así le tuve que dar un par de caramelos “Monterrico” para que deje de fregar y no me quite el tiempo y la paciencia para atender a mis otros clientes.

En clase había un chico, no recuerdo su nombre pero le llamaremos Simón. Simón era de familia pobre, incluso era pobre entre los chicos de un colegio estatal. Aunque después aprendí que el hecho de que tengas plata o no es indiferente a que seas una buena persona o un patán, Simón era muy bueno y yo en ese momento estaba muy feliz por el éxito inesperado que tenía y al darme cuenta que el no podía comprar mis caramelos, de manera voluntaria (ojo), tomé un puñado de estos y se los ofrecí, le dije “te invito”, sabiendo que me exponía a que otros me calificaran de injusto porque no les invitaba a ellos también. Pero fue algo tan unánime que nadie protestó, como si fuera una especie de ley no escrita entre niños de 10 años. Yo estaba muy feliz pero quería que el también lo esté, su agradecimiento fue recompensa suficiente.

La bolsa de caramelos se fue quedando vacía hasta no tener más de 10 caramelos (ya les diré porque) y ¡oh sorpresa! llegué a tener un montón de moneditas ¡guau! y me sentí tan bien conmigo mismo que elevé el precio de los caramelos “Monterrico” de 15 céntimos el par a 10 céntimos cada uno, lo cual por la cercanía con mis clientes hizo que aún así se siguieran vendiendo, aumentando mis ingresos hasta agotar todo el stock, menos mi reserva personal de 10 caramelos que cuando me los quisieron comprar dije que estaban a ¡50 céntimos cada uno!. Obviamente no me los compraron pero era una forma diplomática de decirles que esos caramelos no estaban en venta y me los comí uno por uno delante de mis compañeros como si en vez de azúcar industrial fueran unos finos bombones de chocolate rellenos con licor hummm (¡No Time for Losers, Señores!).

Pero no todo podía ser felicidad, alguien le pasaría la voz a la profesora que yo estaba realizando operaciones comerciales en el recreo y ella me llamó para pedirme cuentas sobre lo que había hecho y me expresó su indignación por eso...y lo peor de todo es que me sentí culpable, porque parte de mi formación familiar era de que no había nada de meritorio el ser comerciante, que uno debe de tener ingresos siendo un profesional y no denigrarte a ser un mero intermediario de bienes, mucho menos bienes baratos como esos caramelos “Monterrico”. Me sentí como si en vez de vender caramelos hubiera estado vendiendo cocaína o revistas pornográficas.

Es entonces que para aminorar mi culpa le dije a mi profesora que ese dinero era para el viaje de promoción y como por arte de magia, ese dinero sucio y mal obtenido fue oleado y sacramentado (¡), tuve que ir al cafetín del colegio a que me cambien todo el sencillo y regresé con un billete que al tipo de cambio actual y según mis cálculos econométricos**[1] tranquilamente había obtenido ¡más de 10 dólares! en menos de 20 minutos de esfuerzo y me sentí más culpable aún, culpable de que siendo un mocoso de 10 años en ese momento tenga más plata en mis bolsillos que mi profesora, que digo mi profesora, ¡más plata que el director del colegio! y lo peor es que sin tener ningún estudio mientras ellos, al igual que mi familia, eran profesionales que trabajaban horas de horas por un sueldo muy bajo.

Fue así como tuve que entregar mi dinero honradamente obtenido para “comprar” mi salvación y luego de la reprimenda de mi profesora regresé a mi sitio, bajo la mirada atenta de mis compañeros, derrotado.

¿Que aprendí de esa experiencia?

Que el precio de las cosas cambian de acuerdo a las circunstancias. Un caramelo “Monterrico” cuyo costo de producción era de 5 céntimos se vendía entre 7.5 a 10 céntimos cada uno para después pasar a duplicar su valor o quintuplicarse incluso, de acuerdo a las circunstancias, es decir el precio no esta relacionado directamente con el costo. Sin querer la cosa me volví austríaco je,je,je.

Aprendí a que la gente está dispuesta a pagar porque le hagan la vida más fácil. Parece obvio pero era algo nuevo para mí en ese entonces, el poder comprar caramelos sin necesidad de moverte y a un precio más bajo ayudó mucho.

Aprendí que compartir riqueza es bueno, pero que crearla es mejor aún, en realidad fue algo bueno hacer feliz a mi amigo por unos instantes a cambio de unos cuantos caramelos y no lo hice porque le tuviera lástima, sino porque me nació hacerlo, es así como debe ser la solidaridad, de manera voluntaria para que así puedas seguir mirando al prójimo de igual a igual.

Pero también aprendí que lo que tienes...no te pertenece, tu cabeza y tus manos con las que creas ideas y riqueza le pertenecen a otro, sea el Rey, el Presidente, el Sacerdote, el Profesor o tus Padres. No solo lo aprendí sino que lo acepté como algo cierto, ese día había llegado a sacar mi nariz del agua y logré respirar aire puro por primera vez para después ser arrastrado de nuevo. No me daría cuenta de ello hasta años después.

También aprendí que la gente tiene un “precio”. Lo que mi profesora creyó que era suyo por derecho, para mi en realidad fue una coima***. Yo que estoy orgulloso porque en mi familia jamás le hemos pagado una “contribución” a un policía de tránsito, aprendí a mis 10 años a corromper a un trabajador estatal. Conseguí un beneficio que era mi absolución de cualquier cargo moral a cambio de ese dinero “mal obtenido”.

Gato Randiano


--------------------------------------------------------------------------------

*Conchudo: Sinvergüenza, caradura
**[1] Es decir tomando en cuenta la hiper inflación de Alan “Caballo Loco” García, el shock económico de Alberto “Chino Rata” Fujimori, la caída de las punto com y las medidas de la ministra Meche Araoz :P
***Coima: soborno

No hay comentarios: