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lunes, 16 de junio de 2025

“Son las cinco y no he comido"; "yo estoy bien”; o de como la “corrupción es factor de gobierno”

 

Pedro Sánchez, 16 de junio de 2025

Despues de esta segunda e infame comparecencia del “Psicópata de la Moncloa” una vez que la Unidad Central Operativa (UCO) ha puesto de manifiesto de nuevo toda la corrupción sistémica del régimen partitocrático, hay que insistir en esto una y otra vez.

García-Trevijano advirtió que la Constitución del 78 significaba la creación de una partitocracia donde iba a ser imposible gobernar sin corrupción. En el contexto de las obras de Antonio García-Trevijano, las expresiones: "En una partitocracia, la corrupción es factor de gobierno” ó “No es posible gobernar sin corrupción en un sistema partitocrático” implican que la corrupción no es un mero subproducto o una anomalía en el régimen partitocrático, sino un elemento estructural y funcional que sostiene y posibilita el ejercicio del poder en dicho sistema. Al usar esta expresión, Trevijano subraya que la corrupción es una condición inherente al funcionamiento de la partitocracia, un componente esencial que permite a los partidos políticos (subvencionados por el Estado) mantener su control y operar eficazmente dentro de un marco donde priman los intereses partidistas sobre los del bien común. Específicamente, "factor de gobierno" significa que la corrupción actúa como un mecanismo operativo que facilita la gobernabilidad dentro de la partitocracia.

Podemos describir el encadenamiento de hechos que ilustra cómo la corrupción opera como un engranaje esencial en este sistema:

- Concentración del poder en los partidos: En una partitocracia, los partidos controlan las instituciones (ejecutivo, legislativo y, en menor medida, judicial) debido a la falta de separación real de poderes. Las leyes electorales, como el sistema de listas (tanto da cerradas como abiertas), aseguran que los cargos públicos dependan de la cúpula del partido, no de los ciudadanos.

- Necesidad de cohesión interna: Para mantener la disciplina dentro del partido, las élites partidistas distribuyen recursos, cargos públicos, favores (clientelismo, nepotismo) entre sus miembros. Esto crea una red de lealtades basada en beneficios personales, no en principios ideológicos o mérito.

- Pactos interpartidistas para el reparto de poder: Los partidos, al compartir el control del sistema, negocian acuerdos (explícitos o implícitos) para repartirse cuotas de poder, como ministerios, empresas públicas o contratos. La corrupción facilita estos pactos al permitir el intercambio de favores o recursos, consolidando un equilibrio que evita la competencia real.

- Control de las instituciones y recursos públicos: Los partidos utilizan su influencia para manipular licitaciones, asignar contratos o desviar fondos públicos hacia aliados o redes clientelares. Esto no solo enriquece a las élites, sino que refuerza su capacidad de premiar lealtades y castigar disidencias.

- Supresión de la oposición y fiscalización: La corrupción debilita los mecanismos de control (como la prensa libre o un poder judicial independiente), ya que los partidos cooptan estas instituciones mediante favores o presiones. Esto reduce la rendición de cuentas, permitiendo que las prácticas corruptas se perpetúen sin consecuencias.

- Estabilidad del sistema a través de la corrupción: La red de intereses creada por estas prácticas asegura que los partidos no tengan incentivos para reformar el sistema, ya que su poder depende de mantener este statu quo. La corrupción actúa como un lubricante que evita fricciones internas y externas, estabilizando el régimen.

La corrupción sistémica, por tanto, no es un defecto corregible, sino un mecanismo estructural sin el cual el propio sistema colapsaría, ya que los partidos dependen de ella para gobernar y perpetuarse. Al decir que es "imposible gobernar sin corrupción", Trevijano subraya que, en la partitocracia, intentar eliminarla completamente desestabilizaría el sistema, porque los partidos perderían las herramientas que usan para mantener su dominio.

Una auténtica democracia representativa basada en elecciones uninominales para el legislativo, elección directa del presidente del ejecutivo y un sistema de control mutuo con posibilidad de destitución mutua entre poderes transformaría la corrupción de un fenómeno sistémico, propio de la partitocracia, en un problema individual y esporádico.  Y ¿cómo este sistema desmantelaría los mecanismos estructurales de corrupción? Pues, mediante el encadenamiento de los siguientes elementos institucionales:

- Elecciones uninominales para el legislativo: En un sistema de elección uninominal, los representantes son elegidos directamente por los ciudadanos en distritos específicos, no por listas cerradas controladas por los partidos. Esto rompe el monopolio de las cúpulas partidistas, ya que los candidatos dependen de los votantes, no de la lealtad al partido. Los representantes, al rendir cuentas directamente a sus electores, tienen menos incentivos para participar en prácticas corruptas como el clientelismo, ya que su reelección depende de su desempeño y no de favores partidistas. Además, cada oficina de distrito electoral podría revocar el mandato de su representante antes del fin de la legislatura, enviando al representante suplente.

- Elección directa del presidente del ejecutivo: La elección directa del presidente asegura que este no sea un producto de negociaciones entre partidos, sino que responda directamente al mandato popular. Esto elimina los pactos interpartidistas que, en la partitocracia, fomentan la corrupción al repartir cuotas de poder (cargos, contratos, etc.). Un presidente elegido directamente tiene un incentivo para gobernar en interés del pueblo, ya que su legitimidad no depende de alianzas partidistas.

- Control mutuo entre poderes: La separación efectiva de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) con mecanismos de control mutuo (como la capacidad del legislativo de censurar al ejecutivo o del ejecutivo de vetar leyes, sujetos a contrapesos) impide que un solo poder concentre el control. Esto dificulta que los partidos cooptan instituciones para encubrir prácticas corruptas, ya que cada poder actúa como fiscalizador del otro. Por ejemplo, un legislativo independiente puede investigar al ejecutivo, y un judicial autónomo puede sancionar abusos sin presiones políticas.

- Posibilidad de destitución mutua: El legislativo puede destituir al presidente por faltas graves, pero solo a cambio de su propia autodisolución y convocatoria de elecciones. Asimismo, el presidente puede disolver el legislativo, pero solo a cambio de su propia dimisión y convocatoria de elecciones presidenciales separadas. Esto disuade, en gran parte, a los cargos públicos de incurrir en corrupción, ya que el riesgo de ser destituidos por otro poder independiente es real al tiempo que conlleva un costo significativo para el poder destituyente que al depender directamente de la inmediata elección popular tendrá incentivos para actuar correctamente a la hora de disolver el otro poder.

- Reducción de la corrupción sistémica a fenómenos individuales: En este sistema, la corrupción deja de ser un engranaje estructural porque:

  • Los partidos pierden la financiación estatal y el control monopolístico sobre las instituciones, eliminando redes clientelares y pactos basados en favores.
  • La representación directa y la rendición de cuentas al ciudadano dificultan el uso de recursos públicos para fines partidistas.
  • La independencia judicial asegura que los casos de corrupción sean investigados y sancionados sin interferencias políticas.
  • La transparencia derivada de la competencia entre poderes y la vigilancia ciudadana (oficinas de distrito) reduce las oportunidades para prácticas corruptas generalizadas.

 En consecuencia, la corrupción se limita a casos individuales, como actos aislados de funcionarios que, al carecer del respaldo sistémico de la partitocracia, enfrentan un mayor riesgo de detección y castigo. Según Trevijano, este modelo de democracia formal, inspirado en principios republicanos, desmantela las condiciones que hacen de la corrupción un "factor de gobierno", reemplazándolas por un sistema donde la rendición de cuentas y la representación genuina priman sobre los intereses de las élites partidistas.

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Vídeo: Rubén Gisbert (despachándose a gusto contra el Psicópata) reafirma que LA CORRUPCIÓN ES FACTOR DE GOBIERNO EN UNA PARTITOCRACIA.



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