Estamos cavando nuestra propia sepultura. Gran parte de la ciudadanía no son más que "hooligans" de sus correspondientes partidos políticos. El control
parlamentario se ha esfumado. El cuarto poder, los medios de comunicación, han desaparecido físicamente de
las ruedas de prensa del consejo de ministros; y aquello
de que España era un Estado casi federal y/o uno de los más descentralizados
del mundo se ha desvanecido por completo; era una absoluta ficción; como excelentes sabandijas chupópteras, los
presidentes, políticos y parlamentos autonómicos se convierten en cómplices y mendigos del poder central, para seguir ejerciendo con normalidad su saqueo a los contribuyentes . El Congreso de los Diputados hoy, cuyo voto electrónico no presencial, pone de relieve como nunca, lo que realmente es: una oligarquía formada por un reducido grupo de personas dirigentes de los partidos políticos, con control absoluto del poder ejecutivo y legislativo.
Las medidas
que el gobierno social-comunista está implantando con la aprobación de ese Parlamento enfermo, vacío, tocado y hundido por el coronavirus, no se escaparán del “Efecto Trinquete”. Se trata de un concepto que
en Economía, fue elaborado por primera vez por Alan Peacock y Jack Wiseman, en
alusión a esas piezas de maquinaria que se mueven con soltura en un sentido
pero se bloquean en sentido contrario. El efecto trinquete explica muy bien el
comportamiento de políticos y burócratas que en determinados escenarios de crisis,
establecen nuevas regulaciones, aumentan los impuestos y elevan el gasto
público; y que luego son prácticamente imposibles de revertir. Los políticos aprovechan las crisis para acrecentar su poder sobre la sociedad. En casos de
necesidad, recortarán el gasto y reducirán las regulaciones, pero siempre en una cuantía
inferior a aquella en que lo incrementaron cuando pudieron.
