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jueves, 12 de diciembre de 2024

La Manipulación Monetaria y su Impacto en el Ahorro, la Vivienda y la Economía: El Caso de Bitcoin


La Manipulación Monetaria y su Impacto en el Ahorro, la Vivienda y la Economía: El Caso de Bitcoin

 

Desde que en 1971 Richard Nixon abandonó el sistema de Bretton Woods, el patrón oro que había respaldado el valor del dólar y otras monedas fiduciarias comenzó a desmoronarse. Esta decisión histórica marcó el inicio de una era en la que las monedas fiat, sin respaldo tangible, se volvieron la base del sistema económico global. A lo largo de las décadas, Los gobiernos, a través de la manipulación de la moneda y el crédito han transformado profundamente los mercados, alterando la forma en que los ciudadanos ahorran, invierten y consumen. En particular, la vivienda ha emergido como uno de los activos más demandados no solo como refugio, sino como una forma de protección contra la inflación.

Los jóvenes deberían ser conscientes de que los verdaderos causantes de la escasez son políticos y Gobiernos que, mediante la manipulación monetaria y la destrucción de la forma de ahorro tradicional, se proclaman defensores del derecho a una vivienda digna, promulgado millones de páginas de regulaciones sobre regulaciones previas que nos han llevado al estado de escasez actual, donde los jóvenes son los principales perjudicados.

lunes, 9 de diciembre de 2024

Clara Campoamor. Extracto de su libro "La Revolución Española Vista por una Republicana"

 




Sobre el pucherazo en las elecciones del 36, recomiendo la lectura del libro de los profesores Alvarez Tardío y Roberto Villa: 

1936, Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular



LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA VISTA POR UNA REPUBLICANA

POR CLARA CAMPOAMOR

CAPÍTULO I.

EL HORIZONTE EN JULIO DE 1936

Uno de los primeros días de julio de 1936 charlaba yo con un político del partido del Sr. Martínez Barrio[10], presidente del Congreso de los Diputados y jefe de la Unión Republicana, vinculada al Frente Popular[11].

—Martínez Barrio —me decía— está muy preocupado. El gobierno se espera una rebelión de los partidos de derecha y ese gobierno, que en distintas ocasiones ha demostrado su impotencia, está decidido esta vez, en caso de sublevación, a armar a la población civil para defenderse. Vd. se imagina lo que eso supondría: desde los primeros días, diez o doce incendios estallarán en Madrid...

—¡Pero qué locura! Eso supondría desencadenar la anarquía. Hay que evitarlo a toda costa.

—Sí, ¿pero cómo? Es difícil. Le digo que el gobierno está decidido.

—Sin embargo su partido también está representado en el gobierno. Tendrán Vds. su parte de responsabilidad en lo que ocurra.

—¿Nosotros? Hace tiempo que no pintamos nada. Desde hace semanas nuestros ministros se limitan, en las reuniones del Consejo, a hacer constar en acta su opinión, para descargarse de toda responsabilidad de cara al futuro. Izquierda Republicana[12], ya no actúa. Por otro lado, el gobierno carece ya de poder. Toma decisiones que el presidente de la República rompe de inmediato. Éste interviene personalmente en el gobierno, mucho más de lo que Alcalá-Zamora hiciera jamás. Se mete en todo y el presidente del Consejo, «Civilón», que así lo llaman en todas partes[13], carece de voluntad y no reacciona. Mire, hace más de doce días que el gobierno ha decidido nombrar al Sr. Albornoz embajador en París y no se consigue que el presidente firme el decreto.

—¡Pero sí que pueden evitar que se repartan armas al pueblo! Oponiéndose, cueste lo que cueste, aún rompiendo, si es necesario, el Frente Popular.

—Martínez Barrio no quiere tomar esa responsabilidad; espera a que otros la tomen. Pero la situación es insostenible.

Esa era, en julio de 1936, la situación del Frente Popular, formado para obtener, mediante una alianza[14], el número de votos impuestos por una ley electoral que exigía una mayoría del 40% de los votos emitidos.

 

El Frente Popular había reunido todos los partidos de izquierda. Ya se habían dejado sentir las consecuencias de esa imposible armonía con ocasión de los numerosos conflictos obreros que habían estallado tras la victoria electoral de febrero de 1936. Pero el último y el más grave de esos conflictos obreros había sido el de los trabajadores de la construcción.

Unidos en apariencia para defender sus reivindicaciones profesionales, trabajadores socialistas y sindicalistas habían formado, antes del conflicto, el «frente obrero» con frecuencia preconizado por el cabecilla socialista Largo Caballero…..[….]

Al fin, cuando se agravó el conflicto, el gobierno tuvo que zanjarlo imponiendo un determinado acuerdo entre patronos y obreros socialistas. Los sindicatos se negaron entonces a aceptarlo, y al día siguiente, al reanudarse el trabajo, ametrallaron a la entrada de las obras a sus camaradas socialistas que se presentaban para trabajar. Estos, aterrorizados, se negaron de nuevo a trabajar y el conflicto se prolongó, quedando los revolucionarios extremistas como dueños absolutos del movimiento y de la calle, habiendo reducido a la impotencia estratégica a los republicanos, sus aliados electorales.

¿Cómo lograron soportar los obreros y la capital de la República las consecuencias de esa huelga interminable?

sábado, 7 de diciembre de 2024

Chaves Nogales: "A Sangre y Fuego" (Prólogo y un relato: "Consejo Obrero")


PRIMERA EDICIÓN DE "A SANGRE Y FUEGO"

CONSEJO OBRERO

Por Manuel Chaves Nogales (a Sangre y Fuego)

 

Se levantó furioso y dijo:

—Pido la palabra.

—No hay palabra —respondió el presidente.

—¡Camarada presidente, pido la palabra! —insistió.

—He dicho que no hay palabra.

—¡Por última vez, camarada presidente, te pido la palabra! —gritó con tono amenazador.

—Tu asunto está bastante discutido. ¿Para qué quieres la palabra, vamos a ver? —dijo el presidente transigiendo—. ¡Habla!

Y él, con una rabia feroz revestida de un gran énfasis tribunicio, comenzó:

—He pedido la palabra ante el consejo obrero, primero, para mentarle la madre al camarada presidente, que es un hijo de perra, y después...

Allí acabó la sesión del consejo. Salieron a relucir las pistolas y todos se precipitaron manoteando sobre el provocador que, acorralado, les miraba de uno en uno con los ojos centelleantes. Llovieron sobre él los insultos.

—¡Fascista!

—¡Traidor!

—¡Amarillo!

—¡Lacayo!

Daniel, con la espalda contra la pared, acechaba dispuesto a saltarle al cuello al primero que le pusiese la mano encima. Su torso recio, su cara congestionada y sus manazas encallecidas infundieron respeto. No le tocaron. Fue reculando sin perder la cara a sus enemigos, ganó la puerta y salió.

Al llegar a la verja de la fábrica se volvió y escupió:

—¡Hijos de perra!

Echó a andar con las manos en los bolsillos. Al pasar junto a la tabernita de la esquina se le unió discretamente Bartolo y juntos siguieron caminando sin cambiar palabra. Al cabo de un rato, Bartolo, que lo miraba de hito en hito a través de los cristales gordos de sus gafas, se aventuró a preguntarle:

—¿Qué? ¿Qué han dicho?

—¡Los guarros! —gruñó Daniel—. No han querido oírme. ¡Y han hecho bien, porque si me dejan hablar...!

—Entonces... El sábado, a la calle. ¿No es eso?

—¡A la calle, a la calle! ¿Pero es que ahora se puede estar en la calle? ¿Crees tú que es como antes? ¡Que se enteren tus vecinos de que te han despedido de la fábrica por fascista y verás lo que tardan las milicias en echarte mano y darte un paseo!

—¿Qué hacemos entonces?

—¡No sé...! Seguir yendo al trabajo mientras nos dejen, volver al consejo obrero, discutir, patalear y, en último caso, partirle la cara a uno de esos canallas de delegados. Todo, menos consentir que nos tiren como ratas muertas. ¿No ves que si un consejo obrero te expulsa de la fábrica lo de menos es que quedes sin jornal? ¡Es que te matan al revolver una esquina!

—¿Crees tú que no me paso yo el día entero esperando de hora en hora que las milicias me quiten del torno y me saquen del taller para matarme?

—¡Asesinos!

—Desengáñate, Daniel. Quizá sea más peligroso quedarse en el taller. Ellos necesitan las plazas para los parados del sindicato, para los suyos, para sus protegidos. Y a lo mejor te matan sólo para que haya una vacante. Más vale dejarla por las buenas y salvar el pellejo.

—¡Pero a mí por qué me van a matar! —vociferaba frenético Daniel.

—Porque eres un lacayo de la burguesía. ¿No te lo han

dicho? —¿Porque soy un lacayo de la burguesía o porque no he

sido un lacayo de ellos?

—Es igual. ¿Por qué les echó a ellos el patrón cuando fracasó la revolución de octubre? ¿Por qué mató la guardia civil a todos los que los patrones quisieron? Porque no estaban del otro lado, porque no se sometían, porque no se humillaban. Pues lo mismo te exigen ahora los del sindicato para no matarte: que te sometas, que te humilles. —¿Pero yo no gano mi jornal trabajando? —¡El trabajo! ¡Bah! ¡Hay demasiados hombres que trabajen! El trabajo lo daban antes como una limosna los patrones; ahora lo dan como un premio los sindicatos. Teníamos que haber hecho méritos revolucionarios. ¡Si aún nos diesen tiempo para hacerlos!

—No; no nos quieren. ¿No has visto que el consejo obrero no me ha dejado siquiera defenderme?

—Sólo hay un medio para salvarse, Daniel, y yo voy a intentarlo. —¿Cuál?

—Los delegados del consejo obrero, socialistas y comunistas casi todos, no consienten que vivan y trabajen más que los obreros revolucionarios, y ni tú ni yo lo somos; al contrario, nos acusan de fascistas...

—Yo no lo he sido nunca.

—Es lo mismo. Estabas sometido al patrón, reconocías su autoridad, acatabas su derecho, te plegabas a sus caprichos, obedecías... No te van a aceptar nunca los socialistas ni los comunistas...

—Y entonces...

—Es muy sencillo...

Hizo una pausa y agregó:

—Hazte anarquista.

—¡Yo anarquista!

—Tú y yo anarquistas, sí. No tenemos otra salida. Mira, Daniel, los anarquistas son tan revolucionarios como los marxistas del consejo obrero o más; son fuertes, tienen armas, se hacen respetar, defienden a los suyos. Hoy, el obrero que no tenga su carné de un sindicato revolucionario es un paria al que cualquier miliciano puede matar como a un perro. Los comunistas no nos van a dar el carné. Nos lo darán los anarquistas, que necesitan obreros de verdad en sus sindicatos. Tan revolucionarios como los de la UGT seremos con nuestro carné de la CNT en el bolsillo. ¡Vamos por él!