.

.

lunes, 11 de enero de 2010

Prohibiciones, Intervencionismo-Nacionalismo, leyes anti-tabaco

*En la entrada referente a los límites de velocidad, acabé con esta frase:
..."sin ir más lejos, toda la legislación sobre inmigración es xenófoba. Y el origen de que lo sea, es el estatismo económico imperante. O ¿acaso podría usted, en uso de su libertad individual, invitar a su domicilio, y que se quede en él, todo el tiempo que le dé la gana, a un extranjero procedente de un país subsajariano, al que por cualquier razón considere interesante para su vida?
Bien... está claro que usted no lo puede hacer. Y la causa es la deficiente delimitación de los derechos de propiedad y por tanto del derecho de exclusión que conlleva.
El Estado se apropia de nuestros domicilios particulares –al igual que lo hace de todo el territorio, incluidos todos los espacios privados- porque se atribuye el derecho de excluir de ellos a los extranjeros que invitemos a nuestra propia casa. Esto se llama “xenofobia oficial”, se adorne como se adorne lo que fuere que haga el Estado.
En el caso de las leyes anti-tabaco, el Estado hace tres cuartos de lo mismo.
Se apropia de espacios que no le pertenecen. Denomina públicos a sitios que son propiedad privada (a los que va el público, si le viene en gana) y aplica en ellos lo que llama legislación de “salud pública”; que no se sabe muy bien que es, porque si fuera lo que realmente parece (“la suma de los estados de salud” de todos y cada uno de los individuos), la lista de prohibiciones sería tan interminable que convertiría la sociedad en una especie de ganadería controlada. Así que, lo que subyace bajo ese concepto tan sospechoso, no son más que problemas financieros de entes estatales denominados Servicios de Salud.

Los bares y restaurantes son lugares privados -a los que va el público-  que no son propiedad del Estado. Sitios públicos son aquellos cuyo propietario es el Estado y en ellos tiene todo el derecho de excluir a los fumadores.
Alguien podría argumentar que la legislación sobre el asesinato o la violación, es igualmente aplicable en lugares privados y a nadie se le ocurre reivindicar lo contrario.
Está claro que el Estado puede hacer lo que le venga en gana; puede legislar pertinazmente contra las leyes económicas o de la acción humana, que para eso tiene ejércitos, policías, cárceles y patíbulos. La cuestión es si con ello se cumplirán sus objetivos o será peor el remedio que la enfermedad.

¡Ah! ¿qué alguien a estas alturas piensa que el Estado es “la bondad y solidaridad reencarnada”?. Es obvio que no. El Estado es, ha sido y será siempre, coacción, se adorne como se adorne su función; tiene el monopolio de la violencia. Es más, si, disfrazado de un “buenismo irreal”, no ejerce tal monopolio para impedir la violación de los derechos individuales, se convertiría en un ente perverso e inmoral.

El Estado pues, puede imponer la prohibición total de venta y consumo de tabaco, al igual que prohíbe el asesinato o la violación, pero no lo hace, al menos, de momento, quizá porque ya se conocen las consecuencias de la imposición de determinadas prohibiciones (“Ley Seca”, EEUU, años veinte) derogadas o en vigor, o por otras retorcidas causas. También puede prohibir o restringir la importación de tomates de Marruecos o de zapatos chinos o el consumo de hamburguesas “por nuestro propio bien”; o, en general, el libre mercado entre gentes de diferentes nacionalidades, o matar toros bravos en una corrida; o la libre circulación de individuos, mercancías y capitales; pero no puede hacerlo sin aniquilar la libertad y los derechos individuales, entre ellos el de propiedad. Aunque éste último está bastante maltrecho en estos tiempos que corren. La célebre y peligrosa frase de Proudhon: “la propiedad es un robo”, se ha convertido en verdadero paradigma de gobiernos, bancos y toda clase de organizaciones y chiringuitos parásitos del poder.
Algunos identifican muchas de estas actuaciones de los gobiernos con el nacionalismo. El nacionalismo, dicen, es la fuente de la mayoría de los males, y por eso desean un gobierno mundial, una moneda mundial, un banco mundial... etc. Pero lo cierto es que confunden nacionalismo con intervencionismo. En realidad, lo único que puede salvarnos de un hipotético, mastodóntico y globalista gobierno mundial, es el nacionalismo correctamente interpretado; y cuantos más y más pequeños, mejor. Pero las fronteras nacionales no deben separarse por muros, alambradas o aduanas, sino por simples rayas pintadas en el suelo. Poner barreras - no voluntarias- a la libre inmigración, o a la importación y exportación de mercancías, NO son medidas nacionalistas, son medidas intervencionistas. Conviene dejarlo bien claro. Los gobernantes tratan de ocultar el verdadero origen intervencionista de sus actos izando el estandarte nacional. Cuantos más estados nacionales y más pequeños sean, menos posibilidad habrá de aplicar con éxito medidas intervencionistas y proteccionistas limitadoras de la libertad individual en uno de ellos sino se aplican al mismo tiempo en los limítrofes.
Las leyes anti-tabaco son solo una pequeña manifestación del intervencionismo dominante.
Los problemas de salud que se plantean con los “humos” a los fumadores pasivos, lo que los economistas denominan externalidad negativa, se pueden resolver mediante una clara delimitación de los derechos de propiedad y un pleno ejercicio de la libertad y responsabilidad individual. Responsabilidad significa sufrir las consecuencias de los propios actos. Es el propietario el que debe excluir de su propiedad o de parte de ella a los fumadores.
Probablemente, no se podría aplicar la prohibición de fumar en todos los bares de Santurtzi y permitir en los de la limítrofe Portugalete que fueran los propietarios quienes establecieran las prohibiciones, (a los lectores del blog, les informo que ambas localidades prácticamente forman un solo núcleo urbano). ¿Que sucedería en tal caso?. El intervencionismo o estatismo necesita de todo el territorio, o bien el establecimiento de aduanas y barreras a la inmigración o emigración, para evitar el fracaso de sus medidas. Necesitan, que la gente no se escape, que no puedan eludir la prohibición cerrando el bar en Santurtzi y abriendolo en Portu.
La semana pasada, en TV, la Ministra de Sanidad dijo que no nos tomásemos esto como una prohibición, sino como la creación de un hábito social saludable. Resulta que ahora, las prohibiciones ya no son prohibiciones. El ahorro ya no es consumir menos de lo que se ingresa y el capitalismo consiste en que gobiernos y bancos centrales controlen el principal bien de una economía: la moneda, y el 40% del PIB o más.
Al final, en el mejor de los casos, terminarán imponiéndonos la dieta completa controlada por una “telepantalla orwelliana”.
.
.
* Texto viñeta: George Will

2 comentarios:

Fernan dijo...

Es difícil dar una opinión objetiva cuando se es una parte altamente involucreada en un asunto como el de los humos. El fumador va a querer fumar, el no fumador no va a querer ni olerlo. Creo que la clave está en respetar los límites y no tratar de imponerse, aunque obviamente esos límites no están escritos en el reverso de ninguna cajetilla de tabaco.

Desde luego lo que no entra en la cabeza de nadie o por lo menos en la mía, es que se trate de manipular por orden gubernamental el sentido común de las personas. Antes no se reciclaba, ahora sí; antes se fumaba en los centros educativos (hace no tanto se fumaba en las aulas de la universidad), ahora ni por asomo.

¿Realmente comportarse de una manera supuestamente más cívica es una respuesta innata o es fruto de un proceso paulatino de modificaciòn de nuestra conducta pro agentes externos?

En efecto, la segunda opción es la respuesta correcta, y eso es lo triste de este asunto.

Personalmente hay ciertas cosas que me molestan mucho más que me echen el humo de un cigarrillo a la cara, pero lamentablemente no están reguladas por la ley. Ni en espacios abiertos, ni en espacios cerrados. Por ejemplo, el mal aliento y la falta de consciencia sobre ello. Que alguien me diga que quien te habla a un palmo de la cara y te hace sentir la mayor de las repugnancias, no se merece no una multa sino la peor de las torturas.

Kaialde dijo...

Podríamos transformar la pregunta que haces al final en una afirmación. Así:
"Realmente comportarse de una manera más cívica es una respuesta innata -puesto que innata es la razón- y a la vez fruto de un beneficioso y libre proceso paulatino de modificación de nuestra conducta individual que se adapta a la conducta de agentes externos"

Aquí lo explico mejor:
http://la-accion-humana.blogspot.com/2009/05/en-busca-del-fuego.html

Saludos cordiales.