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lunes, 27 de diciembre de 2021

Por qué el Liberalismo funciona (Deirdre McCloskey)

 

Deirdre N. McCloskey

Prestigiosa y aclamada economista e historiadora estadounidense. Currículo impresionante: autora de 17 libros y de alrededor de 400 artículos académicos, estudió en la Universidad de Harvard, dio clases durante 12 años en la Universidad de Chicago y enseñó durante casi dos décadas en la Universidad de Iowa. Ahora es profesora en Illinois, en Chicago. Apasionada defensora del libre mercado.  A los 53 años se sometió a una operación de cambio de sexo gracias a la cual pasó de ser Donald McCloskey a la flamante Deirdre McCloskey.



Por qué el Liberalismo funciona

 Por qué el Liberalismo funciona (extractos)


El Gran Enriquecimiento

"De acuerdo con el consenso científico en la historia de la economía, desde 1800 el muy denostado «capitalismo» ha aumentado los ingresos per cápita reales de los más pobres no un 10 o un ciento por ciento, sino más de un 3.000 por ciento—. Comida barata. Pisos grandes. Alfabetización. Antibióticos. Aviones. La píldora. Educación universitaria …. Continuaré diciéndolo hasta que lo hayas interiorizado. Es el hecho más importante del mundo moderno, aunque se suela ignorar. La mayoría de la gente, de acuerdo con un cuestionario real, cree que desde los viejos tiempos la capacidad real de la gente pobre para comprar bienes y servicios ha aumentado tal vez un ciento por ciento, como mucho un 200 por ciento, se ha doblado o triplicado. Está muy equivocada. El aumento ha sido mucho, mucho mayor. Si somos capaces de entenderlo, esta apreciación transformará por completo nuestra política. Por ejemplo, el hecho del gran enriquecimiento es un elemento crucial para mostrar que el verdadero liberalismo humano, la versión moderna que defiendo aquí, es, en todos los sentidos, bueno y enriquecedor.[].

El gran reto al que se enfrenta la humanidad no es el terrorismo, la desigualdad, el crimen, el crecimiento de la población, el cambio climático, la productividad decreciente, las drogas recreativas, la degradación de los valores familiares o cualquier nuevo pesimismo que se le ocurra a nuestros amigos de la izquierda o la derecha, sobre el cual escribirán editoriales urgentes y libros aterradores, hasta que capte su atención el siguiente «reto» que justifique una coerción gubernamental mayor. Por el amor de Dios, dicen, ¡deberíamos hacer algo! Hagámoslo con el gobierno, dicen, el único que puede representar nuestros intereses.

Desde siempre, los mayores retos han sido la pobreza, a partir de las cavernas, y la tiranía, a partir de la agricultura, que tienen su causa y efecto en la coerción gubernamental que no permite que la gente corriente se escape para intentarlo. El uso de la palabra liberal es un juego del lenguaje, pero no por eso es casual: permitir o no permitir que la gente tenga esa oportunidad. Si eliminas la pobreza por medio del crecimiento económico liberal, como están haciendo China e India, y como hicieron según los estándares de su época los pioneros del liberalismo en la República de los Países Bajos en el siglo XVII, obtendrás cierta igualdad en el confort real, la educación de los ingenieros para protegernos de los efectos de la subida del nivel del mar provocada por el calentamiento global y la educación de todos nosotros para una vida próspera. Si eliminas la tiranía y la sustituyes por el liberalismo 2.0, obtendrás un aumento de la libertad para los esclavos, las mujeres y las personas con discapacidades, y aún más frutos del gran enriquecimiento, en la medida en que cada vez más gente se libere para buscar mejoras comercialmente probadas o subvencionar la compañía de ópera local. Obtendrás un enriquecimiento cultural asombroso, el fin del terrorismo, la caída de los tiranos y riqueza para todos nosotros.

¿Cómo lo sé? Porque sucedió en el noroeste de Europa de manera gradual a partir del siglo XVII, un proceso que se aceleró después de 1800. Y a pesar del reciente descenso a la tiranía populista en algunos países, ahora está sucediendo a un ritmo apresurado en grandes partes del globo. Las zonas económicas especiales de China enriquecen a las personas (al mismo tiempo las zonas de economía más planificada, que ahora Xi está favoreciendo, las empobrecen). Puede ocurrir pronto en cualquier lugar. Los ingresos per cápita reales del mundo, más o menos corregidos por inflación y paridad de poder adquisitivo, crecieron de 1990 a 2016 alrededor de un 2 por ciento anual. A esas tasas (y más aún a la tasa actual del 7 por ciento de India y lo que en el pasado fue un 10 y ahora es un 5 por ciento en China), los ingresos per cápita se duplicarán cada treinta y seis años. Y se duplicarán con mayor rapidez en todo el mundo si se introduce en el cálculo para mejorar la calidad de los bienes y servicios, una tasa mejor que el habitual índice de precios. En tres generaciones al 2 por ciento, incluso medidos de manera convencional los ingresos reales se cuadruplicarán, sacando a los pobres de su miseria.

Por el contrario, si continúan las diversas versiones de monarquía anticuada o el socialismo rápido o lento, con sus políticas que bloquean la mejora al proteger a las clases favorecidas, en particular a los ricos, el partido o los primos, el mal rey Juan o Robin Hood —en sus peores formas un socialismo militar o una tiranía tribal, e incluso en las mejores una regulación asfixiante para los nuevos medicamentos contra el cáncer—, lo que obtienes es la agotadora rutina de la tiranía y la pobreza humanas, con su inherente aplastamiento del espíritu humano. La agenda del liberalismo moderno, que se opone a la tiranía y la pobreza, es lograr el florecimiento humano de la manera en que siempre se ha hecho. Dadle una oportunidad a mi gente. Dejad que la gente corriente lo intente. Dejad de mangonear a la gente."

Redistribución

"La redistribución sólo puede coger una parte de la pizza y dársela a otra persona. Pensemos en una pizza que han hecho y dividido el señor Jefe y la señora Trabajadora. Si el señor Jefe empieza teniendo para comer, digamos, el 50 por ciento de la pizza, entonces quitársela y darle toda su porción a la señora Trabajadora aumentará la porción de pizza de ella un ciento por ciento. Está bien, si no te preocupa lo más mínimo la coerción aplicada sobre el señor Jefe, que inaugura la costumbre de la coerción redistributiva que suele metastatizar hasta que todos acabamos incluidos (véase todo régimen socialista de la historia). Vinieron a por el señor Jefe y no hice nada, porque yo no era jefe. Vinieron a por los judíos y yo no hice nada, porque no era judío. Después vinieron a por mí. Y, por supuesto, la coerción distributiva contra el señor Jefe sólo puede tener lugar una vez, porque no puedes esperar que vuelva a aparecer para hacer otra pizza si perdió todas las ganancias de la primera. No es idiota.

Con todo, el ciento por ciento de esa única vez es algo bueno para la señora Trabajadora. Hurra. Pero en comparación con el 1.900, 3.000 o 10.000 por ciento que se produjo durante los dos siglos pasados, en los que se permitió que funcionara la mejora comercialmente probada, está claro que el ciento por ciento procedente de una redistribución incluso tan extrema como ésta es pequeño. Cierto, si hay una tercera persona implicada, el señor Pobre, que en un principio sólo tenía un 10 por de la pizza, y éste obtiene toda la porción del señor Jefe, mejora mucho más en términos porcentuales. Pero sigue siendo una sola vez, empequeñecida por el gran enriquecimiento, que hace la pizza treinta o cien veces más grandes, y requiere que el redistribuidor dé todos los impuestos sólo a los pobres, una medida política con la que la clase media no estará de acuerdo. Nunca lo ha estado.[.]."

El liberalismo obtuvo buenos resultados entre 1776 y el presente

"John Rawls declaró en Teoría de la justicia (1971) que la justicia era equidad, es decir, igualdad de resultados, como una pizza que el gobierno dividiera equitativamente mediante la coerción entre amigos o desconocidos. Robert Nozick contraatacó con Anarquía, estado y utopía (1974), declarando que la justicia era igual libertad, como permitir que los amigos, sin supervisión coercitiva del gobierno, dividan la pizza como mejor les parezca y después cambien una porción o dos por una cerveza extra —dejando que un desconocido que pasaba por allí también se sume—. Ambos hombres eran liberales, herederos de los modelos del siglo XVIII contra la jerarquía. Pero Rawls descendía de la tradición francesa y estatista de Rousseau y Helvétius, la que llevó, en el peor de los casos, a la estación de Finlandia y la Rusia de Lenin. Nozick descendía de la tradición escocesa y voluntarista de Hume y Smith, la que llevó, en el mejor de los casos, a la granja del Medio Oeste y la Nebraska de Willa Cather.

Y de manera bastante sorprendente, se produjo una consecuencia inesperada pero muy bienvenida; el liberalismo del siglo XIX, al alentar por primera vez que una gran masa de gente corriente tuviera una oportunidad, produjo una masiva explosión de mejoras económicas para la gente ordinaria. Los modernos y sobre todo los liberales tienen muy buena opinión del gran enriquecimiento, frente a la idea de elevar el servicio a reyes y dioses. La gente común contenía multitudes de regalos para todos, desde la cosechadora mecánica a la novela moderna.

¿Cómo de grande? ¿Cómo de buena? ¿Qué multitudes? El liberalismo dio pie, como he dicho (y seguiré diciendo hasta que lo consideres el acontecimiento más importante del mundo moderno) a un aumento del tres mil por ciento en los bienes y servicios para los más pobres. Escúchalo. Del liberalismo, calculan los historiadores de la economía (no hay debate científico sobre su magnitud aproximada, aunque sí sobre sus causas) salió una mejora del tres mil por ciento. El plan liberal dio voz y permiso para innovar a los Ben Franklin, los Isambard Kingdom Brunel, los Nikola Tesla, los Albert Einstein, las Coco Chanel y las Willa Cather, que de otro modo habrían permanecido silenciados y sin reconocimiento. Y dio permiso para intentarlo al trabajador ordinario, capaz en libertad de conseguir un nuevo trabajo; o al tendero corriente, capaz en libertad de abrir su propia tienda. El proceso liberador nos dio el vapor, el ferrocarril, las universidades, el acero, las alcantarillas, la lámina de vidrio, el mercado de futuros, la alfabetización universal, el agua corriente, la ciencia, el hormigón armado, el voto secreto, las bicicletas, los coches, la libertad de expresión, las cajas de cartón, los aviones, las lavadoras, el aire acondicionado, los antibióticos, la píldora, el transporte de contenedores, el libre comercio, los ordenadores y la nube. Y nos dio la menos famosa pero crucial multitud de «comidas gratis» preparadas por el trabajador alerta y el tendero liberado que persiguen sus pequeños proyectos en busca de beneficios y placer. A veces, inesperadamente, los proyectos pequeños se convirtieron en grandes proyectos, como la tienda de Whole Foods de John Mackey en Austin, Texas, que acabó abriendo 479 tiendas en Estados Unidos y Reino Unido, o el Walmart de Jim Walton en Bentonville, Arkansas, que acabó teniendo 11.718 establecimientos en todo el mundo. Nos ha dado también un aumento asombroso de la capacidad para buscar lo trascendente en el arte, la ciencia, Dios o el béisbol.

Se trató de un impresionante gran enriquecimiento, material y cultural, que fue mucho más allá de la Revolución industrial clásica de 1760-1860, que sólo había duplicado el ingreso per cápita. Esas revoluciones que logran duplicarlo, como la Revolución industrial, habían sido infrecuentes en la historia, pero no inéditas. Se produjo una, por ejemplo, durante el auge de la industrialización del norte de Italia en el Quattrocento.3 Los bienes y servicios disponibles incluso para los más pobres aumentaron de manera espectacular en un mundo en el que las simples duplicaciones, aumentos de sólo el ciento por ciento, habían sido poco frecuentes y temporales, como en la gloria comercial de la Grecia del siglo V o el vigor comercial de la dinastía Song. En los casos anteriores, las revoluciones industriales habían regresado con el tiempo a un ingreso real per cápita, a precios actuales, de unos dos o tres dólares al día, la condición humana. Incluso la domesticación de las plantas y los animales en nueve lugares del mundo, entre el 8000 a. C. y el 2000 a. C., no supuso un aumento permanente del ingreso per cápita —aunque las poblaciones mayores, que ahora eran sostenibles, tuvieron efectos benéficos en la fundación de la vida urbana y la alfabetización, de Mesopotamia a Mesoamérica—. Pero por razones maltusianas, en las economías agrícolas el ingreso per cápita siempre había regresado a dos o tres dólares diarios.

No lo hizo después de 1800, 1860 o 1973, ni ahora, y no va a hacerlo. Hurra.

Imagina vivir con dos o tres dólares al día. Mucha gente aún lo hace, aunque desde 1973 su número se ha desplomado.4 La revolución verde posterior a la década de 1960 hizo que India fuera una exportadora de grano. En China, la liberalización posterior a 1978 modernizó sus ciudades. Y, como acabo de decir, después de 1800, 1973 o cualquier año reciente que escojas, no ha habido ningún indicio de reversión. En cada una de las alrededor de cuarenta recesiones que ha habido en Estados Unidos desde 1800, el ingreso per cápita real de la nación ha superado con rapidez, normalmente en dos o tres años, la cifra del máximo anterior.5 Sin excepciones. Arriba, arriba.

Incluso si se incluyen los dos dólares diarios que todavía ganan algunas personas aplastadas por sus gobiernos iliberales, que ejercen los monopolios de la coerción, o por delincuentes, que ejercen los oligopolios de la coerción, durante los dos últimos siglos el ingreso real per cápita del mundo se ha multiplicado por un factor de diez —y por un factor de treinta en países como Hong Kong, Corea del Sur, Finlandia y Botsuana, que han aprovechado plenamente la oportunidad liberal—. El enriquecimiento material y cultural promete ahora extenderse a todo el mundo.6 Aleluya.

Y el enriquecimiento ha sido enormemente igualador. Es un mito, aunque un mito persistente, que el gran enriquecimiento implica la búsqueda de la riqueza a expensas de la igualdad. Las sociedades verdaderamente desiguales han sido aquellas en las que gobernaban la tierra y la espada, o en tiempos recientes aquellas en las que una mafia violenta se ha hecho con el poder gubernamental, la Federación de Rusia con Putin, por ejemplo, o la Malasia de Najib Razak. Un sistema de mercado es, de hecho, igualitario y permite que la entrada reduzca los beneficios excesivos de la innovación, en beneficio de los más pobres, que obtienen agua corriente y luz eléctrica. Todo cambio tecnológico moderno, de los teléfonos a los ordenadores, ha suscitado el miedo a una «brecha digital». Pero a causa de la entrada producida por el olor de los beneficios, nunca persiste. En el tercer acto, el pobre obtiene un smartphone barato. Siempre.

A partir de 1800, los más pobres han sido los mayores beneficiarios de la mejora comercialmente probada, cuya ideología era el liberalismo o, mejor dicho (en lugar del engañoso «capitalismo»), el «innovismo». El rico obtuvo algunas pulseras de diamantes adicionales. Es cierto. Mientras tanto, por primera vez los pobres tuvieron suficiente para comer. Hoy en día, en lugares como Japón o Estados Unidos los pobres ganan más, corregido por la inflación, de lo que, por ejemplo, ganaba el 10 por ciento más rico de hace dos siglos. Boudreaux defiende de manera verosímil que en Estados Unidos la mujer pobre media es más rica de lo que lo fue John D. Rockefeller.7 Ahora ella tiene antibióticos, aire acondicionado y quinientos canales de telebasura, todo lo cual no estaba disponible para el pobre John D. Así mismo, Jane Austen (1775-1817) sin duda vivió desde el punto de vista material de manera más modesta y con una seguridad médica menor de lo que ahora lo hace el residente medio del este de Los Ángeles. Nuestra Jane murió a los cuarenta y un años de alguna enfermedad —la de Addison (la enfermedad del presidente Kennedy), la de Hodgkin, tuberculosis, no estamos seguros— que probablemente hoy en día se cure con facilidad, o al menos se pueda tratar. La igualdad de confort real para los pobres en forma de comida, vivienda, ropa, educación, sanidad, entretenimiento adecuado y la mayoría de los demás bienes y servicios importantes, han aumentado de manera constante, de máximo en máximo, desde 1800. Siguen haciéndolo. En países que experimentan plenamente el gran enriquecimiento, como Alemania, Japón y Singapur, el ingreso real medio a precios actuales (y con él, el mediano y las comodidades de los más pobres) ha aumentado de los tres dólares diarios de 1800 a más de 100 dólares diarios.

Como dijo Schumpeter en 1942, «la reina Isabel tenía medias de seda. El logro del capitalista [o el innovista] no suele consistir en proporcionar más medias de seda a las reinas sino en ponerlas al alcance de las chicas de las fábricas a cambio de una cantidad constantemente decreciente de esfuerzo... El proceso capitalista, no por coincidencia sino por virtud de su mecanismo, aumenta progresivamente el nivel de vida de las masas». Ahora, el nivel de vida de las masas estadounidenses es cuatro veces más alto que a principios de la década de 1940, cuando el ingreso per cápita real estadounidense era de media el que ahora tiene Brasil. Los estadounidenses corrientes ahora tienen lavadoras, antidepresivos, vuelos baratos, un dormitorio para cada hijo y educación superior al alcance de muchos. A principios de la década de 1940 no era así. A principios de la década de 1840, esas cosas eran inconcebibles.

Recientemente, en China e India un nuevo liberalismo económico ha enriquecido a los pobres de una manera espectacular. China e India aún son de media muy pobres, comparados con los estándares europeos, pero espera una o dos generaciones. En este siglo, más adelante —y más pronto si conservadores y socialistas abandonan sus planes iliberales para mangonear a la gente—, en el planeta todo el mundo será rico, como lo son los estadounidenses o los finlandeses. Los museos y las salas de conciertos se llenarán, proliferarán las universidades, se abrirá una vida plena para los más pobres. El liberalismo moderno nos enriquecerá a todos."

Innovismo

"El verdadero hurra es por el gran enriquecimiento. Piketty y otros que comparten su ira contra la gente rica no reconocen que el innovismo, que inspira la mejora comercialmente probada, ha hecho extremadamente rico a todo el mundo en términos históricos. Veinte o treinta veces más rico. Él se centra en el consumo, con frecuencia estúpido, de yates y diamantes de la gente rica, y no observa que —en comparación con el mundo previo al liberalismo y su ideología económica de innovismo— el nivel real de verdadero confort es radicalmente más igual de lo que fue en el pasado. Una economía libre resulta ser una economía igualitaria en las cosas que importan. Dejemos que la gente coopere y compita liberalmente, y el resultado será una mejora sustancial y enorme para los pobres."

La desigualdad no es poco ética si tiene lugar en una sociedad libre.

"Lo que importa desde el punto de vista ético es que los pobres tengan la oportunidad de votar, de leer, de tener un techo sobre su cabeza y de recibir un trato igual por parte de la policía y de los tribunales. Implementar la Ley de Derecho al Voto es importante. Restringir la coerción policial es importante. Pero igualar la posesión de Rolex no. El filósofo de Princeton Harry Frankfurt lo dijo así: «La igualdad económica no es, en sí misma, de una particular importancia moral». Deberíamos permitir que el gran enriquecimiento mejore las condiciones de los pobres, a la manera del liberal radical de Trollope, hasta un nivel que Frankfurt llamó «suficiente» —suficiente para que la gente funcione en una sociedad democrática y tenga una vida humana plena—. El filósofo de Harvard John Rawls articuló lo que llamó el principio de diferencia: si el acto de emprender de una persona rica hacía más próspera a la más pobre, entonces el ingreso más elevado del emprendedor rico estaba justificado. Tiene mucho sentido ético. La igualdad no.

Las exhibiciones ostentosas de riqueza, es cierto, son vulgares e irritantes. Pero no son algo que un principio de política pública no envidioso deba tener en cuenta. La diferencia, incluyendo la diferencia económica, no es mala por sí misma.[.].

Así que, más allá de cuestiones técnicas de economía, el problema ético fundamental del libro de Piketty es que no ha reflexionado sobre por qué la desigualdad es mala en sí misma. La condición absoluta de los pobres ha mejorado abrumadoramente más gracias al gran enriquecimiento que mediante la redistribución .[.].

Si miras de cerca las estadísticas, además, te das cuenta de que una de las principales fuentes de desigualdad son los bajos ingresos de la gente joven. Cuando están desempleados sus ingresos son, por supuesto, cero. Eso es algo por lo que debemos preocuparnos en todo el mundo y especialmente en Europa. Pero el problema no tiene nada que ver con los malvados capitalistas. Tiene que ver con las malvadas personas corrientes de mediana edad que votan a gobiernos populistas para proteger sus puestos de trabajo mediante restricciones impuestas al mercado laboral que los nuevos igualitarios creen que son buenas. No lo son..[.].

 

Las causas originales y sostenidas del mundo moderno, sostendría yo en contra del altivo desdén de Piketty por las virtudes burguesas, fueron sin duda éticas, no materiales, y se encontraban sobre todo en una ideología liberal, de burgueses y no burgueses por igual, que apoyaban esas virtudes. La causa fue la creciente adopción de dos ideas simples, la nueva y liberal idea económica de libertad para la gente común y la nueva y democrática idea social de dignidad para esa gente. La palabra única para ellas es «igualdad» de respeto y ante la ley. Las dos ideas, vinculadas éticamente, consideradas ridículas antes del siglo XVIII, condujeron a partir de 1800 a una mejora extrema.

La palabra igualdad no debe ser entendida como lo hicieron algunos en la Ilustración francesa, como igualdad de resultado material. La definición francesa es la que hoy en día asumen de manera poco reflexiva tanto la izquierda como la derecha en sus disputas: «No construiste eso sin ayuda social, de modo que no hay justificación para la desigualdad de ingresos». «Tú, pobre tipo, no eres todo lo virtuoso que debieras, así que no hay justificación para los subsidios igualadores.» La definición más fundamental de igualdad, la escocesa, es la opinión igualitaria que la gente tiene de los demás, sean un portero o un filósofo moral.6 El profesor de filosofía moral de Glasgow, Adam Smith, un pionero igualitario en este sentido, defendió la idea escocesa.

Forzar de manera iliberal el estilo francés de igualdad de resultados, recortar como he dicho las cabezas que sobresalen, envidiar las tontas fruslerías de los ricos, imaginando que compartir los ingresos es igual de eficaz para el bien de los pobres que las porciones iguales de la proverbial pizza, tratar a los pobres como niños que deben ser empujados o juzgados por expertos de la clerecía, hemos descubierto, a menudo ha tenido un elevado coste en forma de daños a la libertad y de una ralentización de la mejora. No siempre, pero con frecuencia. .[.].

El economista Eamonn Butler señala que el sistema:

“es también un sistema muy moral. En el capitalismo, las relaciones humanas no son obligatorias sino voluntarias. La gente invierte, crea, ofrece, compra y vende cosas según su elección. Ningún gobierno ordena sus acciones: las decisiones son suyas. De hecho, el único papel para el poder que ostenta el Estado es asegurarse de que los individuos no son obligados, robados, defraudados o violentados de cualquier forma. [He señalado que hay también muchas maneras no gubernamentales de alcanzar ese objetivo.] El capitalismo no se basa en órdenes, sino en el Estado de derecho en el que las reglas generales (como la negociación honesta, el cumplimiento de los contratos y la renuencia a la violencia) se aplican a todo el mundo, incluidas las autoridades del gobierno". .[.].

La indignación justa, aunque mal informada y barata, inspirada por la culpa de los supervivientes ante las supuestas víctimas de algo llamado «capitalismo» y la ira envidiosa ante el estúpido consumo de los ricos no producen una mejora para los pobres. Comentarios como «aún hay gente pobre» o «alguna gente tiene más poder que otra», aunque reivindiquen la superioridad moral de quien los dice, no son profundos ni inteligentes. Repetirlos, asentir juiciosamente cuando se repiten o comprarse el libro de Piketty para mostrarlo sobre la mesilla de centro no te convierte en una persona objetivamente buena. .[.].

Te conviertes en una buena persona, y haces las cosas bien, no por leer o escribir porno sobre la pobreza, sino ayudando de verdad a los pobres. Abre un negocio rentable. Crea hipotecas que los pobres puedan pagar. Inventa una nueva batería. Vota por mejores escuelas. Adopta a un huérfano paquistaní. Hazte voluntario para dar de comer a la gente en la Iglesia de la Gracia los sábados por la mañana. Defiende un ingreso mínimo y ataca un salario mínimo. Promover medidas políticas que en sus efectos estructurales reducen las oportunidades de empleo, o hacer declaraciones indignadas a tu marido después de acabar de leer The New York Times Magazine de esta semana no te hace virtuoso, porque esa acción no ayuda a los pobres.[.]."


El futuro del trabajo

Qué facilitó la mejora en los últimos 200 años.

"La mejora comercialmente probada, el gran enriquecimiento, que fue causado a su vez por otra clase de igualdad, una nueva igualdad de derechos legales, dignidad social y sobre todo de aprobación social para abrir una freiduría o inventar el taladrado de columna, todo lo cual convirtió a cualquier Tom, Dick o Harriet en un mejorador. En una palabra, el innovismo. Ciertos extraños accidentes en la historia del noroeste de Europa durante los siglos inmediatamente precedentes, como la Reforma protestante después de 1517 y la guerra civil de Inglaterra durante la década de 1640, hicieron más osada a la gente del noroeste de Europa. Poco a poco, las revoluciones hicieron posible la idea loca y nueva de que todos deberíamos ser iguales ante la ley, en dignidad y a la hora de tener una oportunidad económica.

Junto a la igualdad liberal apareció otra idea de los igualadores de la guerra civil (eran en realidad partidarios del libre comercio), el Pacto Burgués. En el primer acto, deja que un burgués pruebe en el mercado una supuesta mejora como las mosquiteras, la corriente alterna, las cajas de cartón o el vestido corto negro. En una sociedad liberal el burgués inventivo acepta, con cierta irritación, que en el segundo acto habrá competidores imitando su éxito, bajarán el precio de las mosquiteras, la electricidad, las cajas y los vestidos. Lo acepta a menos que pueda impedirlo recurriendo al gobierno. Titular de The New York Times del 6 de agosto de 2018, con una historia similar en el Chicago Tribune del 31 de octubre de 2018: «Uber y el taxi se unen para oponerse a la entrada de más competidores». Sorpresa, sorpresa. Si le dejas tener una oportunidad en el primer acto y que se haga rico con su idea, en el tercer acto el Pacto Burgués dice que os hará ricos a todos. Y lo hace, un 1.900 por ciento si se calcula de manera convencional y hasta un 9.900 por ciento si incluimos en el cálculo la calidad muy mejorada de la lámina de vidrio, la atención médica o el análisis económico e histórico."


200 países, 200 años


Pueden obras como las de Piketty dañar en serio la posición de los menos prósperos, cambiando actitudes para hacerlos más hostiles a los negocios, el comercio y la creación de riqueza.

"Sí, y ésa es la razón por la que escribo mis libros. Crecimos en comunidades socialistas llamadas «familias», y es probable que a los diecisiete años o así pensáramos que el modelo podía aplicarse a una «familia» de 66 millones o 330 millones de personas. Yo lo hice. Y después nunca volvimos a esa idea de manera crítica, o basándonos en la evidencia histórica y acabamos a los 70 como barbudos socialistas que comen judías frías directamente de la lata, defienden la renacionalización de los ferrocarriles, admiran la Venezuela socialista y odian a la innovadora Israel. Yo no lo hice. El peligro es que cada nueva generación no sea consciente de lo bueno que ha sido el Pacto Burgués para los pobres, y se olvide de lo malos que fueron los pactos anteriores; el Pacto Bolchevique, por ejemplo, en el que el gobierno nacionaliza los ferrocarriles, las empresas eléctricas, los quiosqueros, los periódicos, tu empleo y todo lo demás. O el Pacto de la Brida, en el que unas regulaciones excesivas obran en contra de una mejora comercialmente probada «desbridada». Pregunto inocentemente: ¿cuándo ha sido una buena idea «embridar» a una persona como si fuera un caballo? La idea de Piketty es embridar a la mayoría de la gente para que algunas personas no se enriquezcan. Es un error.

El Pacto Burgués ha sido con diferencia la mejor manera de ayudar a los pobres, en Gran Bretaña, India y África. Y da lugar a una igualdad real."

La palabra capitalismo es un error científico.

"La palabra capitalismo es, por supuesto, un palabro de Marx. Marx no la utilizó, pero no nos pongamos quisquillosos: seguidores suyos, como Sombart, ciertamente la usaron y el mismo Maestro utilizó el término «capitalista» para designar a los jefes que invertían la plusvalía además de su acumulación de capital original.

Como la mayoría de los economistas y otras personas antes y después, Marx afirmó que la acumulación de capital era el impulso primario de la modernidad. El sociólogo marxiano Immanuel Wallerstein, por ejemplo, escribió en 1983 que «la palabra capitalismo se deriva de capital. Por lo tanto, sería legítimo presumir que el capital es un elemento clave del capitalismo».1 No, no lo es. Que insistamos en reflexionar sobre algo llamado «capital» no implica que su acumulación fuera en realidad algo exclusivo de la modernidad, o causal.

Y no lo fue. Los romanos, los chinos y todos los humanos hasta remontarnos a las cavernas, siempre han acumulado capital, absteniéndose de consumir para hacerlo. Piensa en el granjero que devuelve la semilla a la tierra, que crea arrozales o, para el caso, fabrica herramientas de piedra laboriosamente talladas y luego las pule para que queden bonitas. Lo que impulsó nuestro enriquecimiento fueron ideas nuevas para invertir esa abstención, no las inversiones reales posteriores en las ideas, aun siendo las inversiones necesarias..[.].

Estoy de acuerdo con Hernando de Soto, que propone que las personas pobres de las favelas de América Latina consigan el título de propiedad de la tierra que ocupan ilegalmente, que luego pueden vender para educar a sus hijos o para hacer una inversión con derecho a un porcentaje y entrar así a formar parte de la economía como empresarios o, al menos, como trabajadores con movilidad geográfica o educativa. De Soto se centra en cómo permitir que la gente muy pobre entre en la economía y se beneficie del crecimiento económico. Como yo, piensa que las personas pobres tienen un montón de buenas ideas aplicables a la actividad económica legal que las sacarían de la pobreza, a ellas y a sus hijos, de la misma manera que la gente ha salido de la pobreza a partir de 1800. Un puesto de frutas. Un taller de zapatería. Luego sus nietos pueden convertirse en abogados o programadores de ordenadores de una economía futura, en Perú o Brasil.

Los pobres sólo necesitan, señala De Soto, un poco de capital. Seguro. Pero él estaría de acuerdo conmigo en que acumular capital por sí solo, sin ideas que sean rentables —como el gobierno, por ejemplo, gravando con impuestos a los agricultores y luego adoptando un plan a cinco años, o implicándose en la planificación industrial para gastarse el dinero en proyectos improductivos—, no es lo que necesitan los pobres. El capital es necesario (como lo son el aire, la mano de obra, la tierra, la luz del sol y la paz). Pero las ideas que generan enriquecimiento, como el puesto de fruta o el transporte de contenedores, son más que necesarias. En la mayoría de los casos son suficientes, porque cuando las ideas son muy, muy buenas el capital se consigue fácilmente. El capital no es la constricción. Lo son las ideas y el permiso legal para aplicarlas. La arrogancia de los gobiernos latinoamericanos ha sido suponer que la gente pobre carece de ideas y que sólo los graduados universitarios o los políticos populistas las tienen. En América Latina hay quien ha entendido que esa arrogancia aliada con el populismo no es la solución, aunque los votantes continúan cayendo en los viejos hábitos. También en Estados Unidos.

Desde Smith, en la economía es tan poderosa la convicción de que la acumulación de capital es causal que en 1956 incluso Ludwig von Mises, el gran economista austriaco, se equivocó. Escribió: «Ahorrar, la acumulación de capital, es la agencia que ha transformado, paso a paso, la peligrosa búsqueda de comida de los habitantes salvajes de las cavernas en las formas modernas de industria». Pero no era la «agencia», si eso significa «el muelle del reloj». Sólo estaba en lo cierto en el sentido de que la acumulación era necesaria. «Los mediadores de esta evolución fueron las ideas que crearon el marco institucional dentro del cual la acumulación de capital se volvió segura por el principio de la propiedad privada y los medios de producción.» Cierto, era necesario que existiera la idea mínimamente liberal de la protección de la propiedad. Pero ésta ha sido muy habitual en las sociedades humanas, a partir de las cavernas. «Cada paso adelante en el camino hacia la prosperidad es efecto del ahorro.» Tonterías. Ahorrar es necesario, sí, pero también lo son una infinidad de otras cosas. Luego parece que se da cuenta de cuál es en realidad el muelle, porque lo menciona, pero al final lo descarta: «Las invenciones tecnológicas más ingeniosas serían prácticamente inútiles si los bienes del capital requeridos para su utilización no se hubieran acumulado mediante el ahorro». Es una iteración más de la necesidad como suficiencia. Intenta sustituir «agua líquida» por «acumulación de capital» y «bienes del capital», y «conseguir agua líquida» por «ahorrar». Luego continúa con una teoría del agua líquida del crecimiento económico."

"Recientemente, mantuve un pequeño debate por correo electrónico sobre el asunto con mi amigo el economista Mark Skousen, después de hacer en 2017 un viaje de soltera a su Freedom Fest, que tiene lugar cada agosto en Las Vegas. El año siguiente él y yo mantuvimos un debate sobre el asunto en el propio congreso. (Deberías ir al festival el año próximo, sobre todo si, como yo, nunca has visto la deslumbrante vulgaridad de Las Vegas [«las vegas», incluso su nombre es falso] y si, como yo y mi madre, te encanta meterte en discusiones serias sobre liberalismo. El Freedom Fest es la bomba.)

Mark no está de acuerdo con mi «anticapitalismo». «Debes tener capital para promover la economía —me escribió—. Los emprendedores tienen un montón de buenas ideas y tecnología en ciernes para cambiar el mundo [no, querido Mark: antes de 1800 no lograron demasiado], pero a menos que consigan financiación [lo que hicieron cuando las ideas fueron realmente buenas: ferrocarriles, Edison, internet] se quedarán sin realizar.»

"Eso es cierto, pero como admitió Mark la financiación es simplemente una condición necesaria, no suficiente. Comete el error de Mises al confundirlas. El estallido de ingenio humano posterior a 1800, por el contrario, fue suficiente. Las ideas eran tan buenas que rara vez (¿qué tal te parece «nunca»?) la financiación fue un problema serio. Piensa en la máquina de vapor, aunque su aplicación se retrasó por la patente de Watt. Piensa en el hormigón armado, que no es patentable. En cualquier caso, las condiciones necesarias son infinitas, la mayoría no pertinentes, como «tener agua líquida a la temperatura habitual», «la existencia de mano de obra» o «la ausencia de una guerra civil activa». Y el hallazgo de la historia de la economía es que un gran número de sociedades compartieron las condiciones necesarias y pertinentes durante milenios. Pero esas sociedades no experimentaron nada parecido al gran enriquecimiento que se produjo en el noroeste de Europa después de 1800."

"Piensa en China en 1492, que disfrutaba de una paz duradera, tenía excelentes derechos de propiedad, una ley que se imponía, carecía de aranceles aplastantes dentro de China (otro contraste con Europa) y tenía mucho capital, de modo que construía proyectos descomunales con facilidad, haciendo sombra incluso a los proyectos de la capital romana. Pero China no tuvo el enorme estallido de ingenio probado comercialmente que, finalmente, en especial después de 1800, enriqueció el noroeste de Europa, que en 1492 era un páramo terrible y belicoso."

"¿Por qué? Respuesta: no gracias al capital, las instituciones, la ciencia o el carbón, sino al «plan liberal de igualdad, libertad y justicia» de Adam Smith, un liberalismo 1.0 y luego 2.0 que apareció por primera vez en el noroeste de Europa. Resultó que la liberación de la gente corriente inspiró ideas extraordinarias, que redirigieron el capital, el agua líquida y la mano de obra. Skousen afirmó que «la escasez de capital de inversión nos ha impedido avanzar lo más rápido posible». No, no es así. Las evidencias históricas y económicas contradicen esa noción, que fue popular en el Banco Mundial durante el largo reinado del fundamentalismo del capital. Metes capital en Ghana, y aun así fracasa. No le das un céntimo a la China roja, y aun así tiene éxito. Lo importante fue el ingenio liberador de las mentes humanas, como en la economía china después de 1978 y en la india después 1991. Dale a la gente libertad y les darás vida".

"Si el fundamentalismo del capital de los teóricos de Wall Street fuera acertado, entonces sus enemigos los socialistas también tendrían razón. Los socialistas asumen que la clave del capitalismo es el capital y, por lo tanto, que el gran problema es su asignación. Lo mismo piensan los teóricos de Wall Street. Ambos creen que las ideas, emprender o gestionar son algo fácil. Ideas, dicen, hay a montones. Por eso los teóricos de Wall Street adoran el programa de televisión «Shark Tank», en el que unos inversores echan por tierra con facilidad las ideas, y por eso los socialistas piensan que el gobierno puede organizar, desde Washington, la asignación de la inversión con facilidad. Ambos están seguros de que es fácil establecer el futuro. Los liberales no lo están."

"Así que no. Mamá y Mark, Smith y Marx, e incluso Mises están equivocados. El término «capitalismo» es un error científico condensado en una sola palabra, un palabro enormemente engañoso que le debemos a nuestros enemigos y que nuestros amigos, aquellos que lamentablemente están confundidos, todavía utilizan".











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