William Graham Sumner |
«... tan pronto como A observa algo que le parece una injusticia y cuyas consecuencias súfrelas X, consulta con B y ambos propugnan se apruebe una ley destinada a remediar el mal y a ayudar a X. Su ley siempre persigue determinar lo que C debe hacer por X o, en el mejor de los casos, lo que A, B y C deben hacer por X.... Lo que deseo es llamar la atención sobre C.... Le llamo el Hombre Olvidado. ... Es el hombre en quien nunca se piensa. Es víctima de reformadores, especuladores sociales y filántropos y espero demostrarles a ustedes antes de terminar que merece nos preocupemos de él, tanto por su personalidad como por las muchas cargas que ha de soportar.»
"La mayoría de los proyectos filantrópicos o humanitarios se ajustan al siguiente esquema: A y B se reúnen para decidir lo que C debe hacer por el bien de D. Todos los esquemas de este tipo están viciados radicalmente, desde el punto de vista sociológico, por el hecho de que a C no se le permite opinar acerca del asunto, y de que su posición, su carácter y sus intereses, así como los efectos que se producirán sobre la sociedad por su conducto, se pasan totalmente por alto. C es lo que yo llamo el Hombre Olvidado"(William Graham Sumner - 1883).
Es una ironía histórica el que cuando la primera frase de arriba —del Hombre Olvidado— fue resucitada en los años cuarenta del siglo pasado, fuese aplicada no a C, sino a X, y sin embargo, C, a quien entonces se pedía mantuviese mayor número todavía de individuos X, se hallaba más olvidado que nunca. Es C, el Hombre 0lvidado, a quien siempre se recurre para salvar el trasero del político demagogo, al objeto de que pague las consecuencias de su hipócrita generosidad.
"Todas las leyes prohibitorias, suntuarias y moralizadoras contienen la misma falacia. A y B deciden ser abstemios, lo cual suele ser una determinación sabia, y a veces necesaria. Si A y B están motivados por consideraciones que les parecen buenas, esto es suficiente. Pero A y B se reúnen para proponer que se promulgue una ley que obligue a C a ser abstemio por el bien de D, quien corre peligro de beber demasiado. No se ejerce presión alguna sobre A y B, quienes hacen lo que consideran correcto y les gusta. Rara vez la hay sobre D, a quien eso no le gusta y lo evita. Toda la presión recae sobre C. Y entonces surge la pregunta: ¿Quién es C? Es el hombre que utiliza las bebidas alcohólicas con cualquier propósito honesto, que hace uso de su libertad sin abusar de ella, que no provoca problemas públicos y no molesta a nadie. El es, nuevamente, el Hombre Olvidado, y tan pronto como lo saquemos de la oscuridad en que está sumido veremos que es precisamente lo que cada uno de nosotros debería ser".
"Todas las leyes prohibitorias, suntuarias y moralizadoras contienen la misma falacia. A y B deciden ser abstemios, lo cual suele ser una determinación sabia, y a veces necesaria. Si A y B están motivados por consideraciones que les parecen buenas, esto es suficiente. Pero A y B se reúnen para proponer que se promulgue una ley que obligue a C a ser abstemio por el bien de D, quien corre peligro de beber demasiado. No se ejerce presión alguna sobre A y B, quienes hacen lo que consideran correcto y les gusta. Rara vez la hay sobre D, a quien eso no le gusta y lo evita. Toda la presión recae sobre C. Y entonces surge la pregunta: ¿Quién es C? Es el hombre que utiliza las bebidas alcohólicas con cualquier propósito honesto, que hace uso de su libertad sin abusar de ella, que no provoca problemas públicos y no molesta a nadie. El es, nuevamente, el Hombre Olvidado, y tan pronto como lo saquemos de la oscuridad en que está sumido veremos que es precisamente lo que cada uno de nosotros debería ser".
"Los amigos de la humanidad parten de ciertos sentimientos benévolos hacia "los pobres",
"los débiles", "los trabajadores" y otros a quienes hacen sus favoritos. Generalizan estas
clases y las tornan impersonales, con lo cual las convierten en mascotas sociales. Luego se
vuelven hacia las otras clases y apelan a su simpatía, a su generosidad y a cualquier otro
sentimiento noble que albergue el corazón humano. La acción que proponen es una
transferencia de capital de aquellos que están en mejor situación hacia los que están peor.
Sin embargo, el capital es la fuerza que mantiene y lleva adelante la civilización. Una
misma parte de capital no puede usarse de dos maneras diferentes. Por lo tanto, cada
porción de capital que se le da a un miembro inútil e ineficiente de la sociedad, que no la
hace rendir ganancias, se aparta de un uso reproductivo; pero si se la destinara a un uso
reproductivo, le sería concedida, en forma de salario, a un trabajador eficiente y
productivo. Por ende, el que realmente sufre a causa de una benevolencia semejante, que
consiste en gastar capital para proteger a los inservibles, es el trabajador diligente. Pero no
obstante, jamás se piensa en él en cuanto a esto. Se da por sentado que tiene lo que necesita
y se hace caso omiso de él. Esto únicamente demuestra cuan poco se han popularizado
hasta ahora las verdaderas ideas sobre economía política. Existe un prejuicio casi
invencible, según el cual el hombre que da un dólar a un pordiosero es generoso y tiene
buen corazón, pero el que rechaza al mendigo y pone el dólar en una cuenta de ahorro es
mezquino y despreciable. El primero está poniendo capital allí donde lo más seguro es
que se lo desperdicie, y donde será algo así como la semilla de donde surgirá una larga serie
de dólares futuros que desperdiciará para evitarse la violencia de rechazar el pedido de
ayuda, pese a la compasión que experimenta. Puesto que el dólar podría haber sido
transformado en capital y entregado a un trabajador que, al ganarlo, lo estaría
reproduciendo, podría considerarse que se le está quitando a éste. Cuando un millonario
le da un dólar a un mendigo, la ganancia que este último obtiene es enorme, y la pérdida
de utilidad para el millonario es insignificante. Por lo general el análisis se detiene en
este punto. Pero si el millonario convirtiera ese dólar en capital, lo pondría en el mercado
de trabajo en forma de demanda de servicios productivos. Por lo tanto, hay otra parte
interesada, a saber, la persona que presta servicios productivos. Siempre hay dos partes,
y la segunda es, siempre, el Hombre Olvidado, y todo aquel que quiera comprender
realmente este tema debe buscar a este Hombre Olvidado. Al encontrarlo, comprobará
que es digno, laborioso, independiente y que se mantiene con sus propios recursos. No
es, técnicamente, "pobre" o "débil"; se ocupa de sus propios asuntos, y lo hace sin
quejarse. En consecuencia, los filántropos nunca piensan en él y lo desprecian".
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