El euro y la tragedia de los bienes comunales
(Extracto de "La Tragedia del Euro" por Philipp Bagus)
Aunque en occidente son
moneda común las externalidades generadas por la existencia de un productor
monopolístico de dinero y el sistema de banca con reserva fraccionaria
controlada por un banco central, la introducción del euro añade
excepcionalmente un tercer nivel de externalidades. Las características de la
estructura institucional del Eurosistema dentro de la UME permiten a todos los
gobiernos utilizar el BCE para financiar sus déficits.
Un banco central puede
financiar los déficits de un único gobierno comprando su deuda pública o
aceptándola como garantía para la concesión de nuevos préstamos al sistema
bancario resultante. En la situación a la que nos enfrentamos ahora, varios
gobiernos son capaces de financiarse a través de un único banco central: el
BCE.
Cuando los gobiernos de
la UME incurren en déficits emiten deuda pública. Una parte sustancial la
compra de buen grado el sistema bancario[118]porque es aceptada
como activo de garantía preferente en las operaciones de préstamo del BCE[119].
Asimismo, a los bancos se les exige mantener parte de sus fondos en “Activos de
elevada liquidez”, lo cual los anima a invertir en títulos de deuda pública.
Esta práctica les resulta fundamental y muy rentable, puesto que las entidades
saben que les basta presentar al BCE la deuda como garantía para recibir a
cambio dinero de nueva creación.
El procedimiento es el siguiente: los bancos crean dinero nuevo mediante expansión crediticia, lo cambian por deuda pública y usan esta para que el BCE los refinancie. El resultado es que los gobiernos financian sus déficits con el dinero nuevo que los bancos crean, y que estos, a su vez, reciben nueva base monetaria al presentar los títulos de deuda pública como garantía[120].
La intención es clara:
redistribución. Los gobiernos y los bancos cuentan con más dinero a su
disposición y los primeros usuarios del nuevo dinero se benefician porque
pueden comprar a precios que el nuevo dinero aún no ha hecho subir. Cuando los
gobiernos empiezan a gastar el dinero, los precios suben y las rentas
monetarias aumentan. Cuanto más altos son los déficits y más deuda emiten los
gobiernos, más suben los precios y las rentas. Cuando esto ocurre, el dinero
nuevo se escapa del país deficitario y fluye hacia el exterior, donde el efecto
sobre los precios aún no se ha sentido y es posible comprar e importar bienes y
servicios de otros países de la UME en que los precios todavía no hayan subido.
Así, el nuevo dinero termina por extenderse por toda la unión monetaria.
En la UME, los países deficitarios
que utilizan el dinero de nueva creación en primer lugar, ganan. Naturalmente,
los efectos de esta redistribución monetaria no terminan ahí. Los últimos
receptores del dinero, que se encuentran por lo general en otros Estados
miembros que no han incurrido en déficits tan abultados, pierden, dado que sus
rentas comienzan a subir después de que los precios lo hayan hecho. Sus rentas
reales, por tanto, disminuyen. En la UME los beneficios del incremento de la
oferta monetaria los disfrutan los primeros receptores, mientras que el
perjuicio causado por la pérdida de poder adquisitivo de la unidad monetaria se
reparte entre todos sus usuarios. En la UME no solo disminuye el poder
adquisitivo del dinero por culpa de los déficits excesivos, sino que los tipos
de interés tienden a subir debido a la excesiva demanda generada por los
gobiernos endeudados en exceso. Los países más responsables en materia fiscal
se ven obligados a endeudarse a tipos de interés más altos por culpa de los
excesos del resto. La consecuencia es la tragedia de los bienes comunales: los
gobiernos deficitarios se benefician a expensas de los que practican políticas
presupuestarias más equilibradas[121].
Imagine, por ejemplo, que
varias personas son propietarias de una máquina de imprimir dinero fiduciario
del mismo tipo. Las circunstancias favorecen que estas personas impriman dinero
y lo gasten, lo cual hace que suban los precios. El provecho en forma de rentas
mayores lo reciben los propietarios de la máquina de imprimir, mientras que los
costes de la acción —la pérdida de poder adquisitivo de la moneda— los soportan
todos los que emplean el dinero. La situación, por tanto, incita a que se
imprima dinero lo más deprisa posible. Si uno de los propietarios de la máquina
de imprimir decide no producir dinero nuevo, padecerá el alza de los precios.
Otros propietarios sí la utilizarán para beneficiarse de la pérdida de poder
adquisitivo que afecta a los demás. El que imprima más deprisa ganará a
expensas de los que lo hagan más despacio, y se dará una situación de “tragedia
de los bienes comunales” pura en la que el recurso puede explotarse sin límite[122].
Al igual que sucede con los recursos naturales públicos, la explotación
excesiva aboca a su destrucción. En nuestro ejemplo, la moneda termina
sufriendo hiperinflación y provocando auges hiperinflacionistas.
Aunque el ejemplo de la
máquina de imprimir dinero y sus dueños ayuda a entender la situación, no es
exactamente lo que ocurre en la UME. Las diferencias explican por qué en el
Eurosistema no se da una situación pura de tragedia de los bienes comunales y
por qué el euro aún no ha desaparecido. La diferencia más obvia es que los
países deficitarios no pueden imprimir euros directamente. Los gobiernos solo
pueden emitir deuda pública, sin garantía de que los bancos la compren y la
utilicen en prenda para pedir nuevos préstamos al BCE.
En realidad hay varias
razones por las cuales el plan pudiera no funcionar.
1. Si la operación no es
atractiva, los bancos no comprarán la deuda de los gobiernos ni la usarán como
garantía. El interés que ofrezca la deuda pudiera no ser suficientemente alto
en comparación con el que tendrían que pagar por los préstamos concedidos por
el BCE. Para estimular la compra por parte de los bancos, los gobiernos deben
ofrecer rentabilidades más altas.
2. El riesgo de
incumplimiento de la deuda pública puede disuadir a los bancos. En la UME este
riesgo se ha reducido desde el principio ofreciendo implícitamente garantías de
rescate. Se dio por supuesto que una vez que un país entrase en el euro, nunca
saldría de la UME. El euro se ha entendido (correctamente, por otra parte) como
un proyecto político, un paso hacia la integración política. Jacques Delors lo
expresó sin ambages en febrero de 1995: “La UME significa, por ejemplo, que la
Unión reconocerá las deudas de todos los países que formen parte de la UME”[123].
La quiebra de un estado
miembro y su consiguiente salida no solo se vería como un fracaso del euro,
sino también de la versión socialista de la Unión Europea. Políticamente
hablando, se entiende que una quiebra es casi imposible. La mayoría cree que,
en el peor de los casos, los Estados miembros más fuertes ayudarán a los más
débiles. Antes de llegar a una suspensión de pagos, países como Alemania
avalarían la deuda de las naciones mediterráneas. Esta clase de garantías
redujeron notablemente el riesgo de incumplimiento de la deuda de los Estados
miembros.
Las garantías implícitas
han pasado a ser explícitas. A Grecia se le concedió un paquete de rescate de
111.000 millones de euros provenientes de la Eurozona y del Fondo Monetario
Internacional (FMI)[124]. Además, se han
comprometido otros 750.000 millones de euros para rescatar a otros Estados
miembros si fuese necesario[125].
3. El BCE podría negarse
a aceptar cierto tipo de deuda pública. El BCE exige que los títulos
presentados en garantía sean de cierta calidad[126].
Antes de la crisis financiera de 2008, la calificación mínima aceptada era A-,
pero durante la crisis fue reducida a BBB-. Si la calificación de la deuda
cayese por debajo de la mínima exigida, los títulos no serían aceptados. No
obstante, el riesgo de que esto ocurra es muy pequeño. Es poco probable que el
BCE permita que caiga ningún país; además, siempre ha sido flexible respecto a
la exigencia de calidad de las garantías que acepta. En principio, la reducción
hasta BBB- fue una medida temporal que expiraría al cabo de un año. Cuando se
hizo evidente que Grecia sería incapaz de mantener al menos una calificación de
A-, la medida se prolongó un año más. Finalmente, el BCE —contraviniendo el
principio por el que nunca habría de aplicar condiciones especiales a un solo
país— anunció que aceptaría deuda pública griega incluso calificada de “bono
basura”[127].
4. El riesgo de liquidez
que corren los bancos que se refinancian a través del BCE presentando deuda
pública como garantía puede ser un factor disuasorio. Los títulos de deuda
pública suelen tener plazos más largos que los préstamos que concede el BCE. Lo
normal es que el BCE preste a una semana o a tres meses. Durante la crisis, el
plazo máximo fue ampliado a un año. Aun así, la mayoría de los títulos de deuda
pública tienen plazos mayores que los préstamos del BCE, en algunos casos de
hasta 30 años. Por tanto, se corre el riesgo de que la calificación de la deuda
se rebaje durante su vida y que el BCE deje de aceptarla como garantía. Llegada
esa situación, el BCE dejaría de renovar aquellos préstamos que estuviesen
respaldados por deuda pública, lo cual ocasionaría un problema de liquidez para
los bancos.
El riesgo de que los
préstamos no se renueven es relativamente pequeño, dado que las calificaciones
se fundamentan en la garantía implícita de rescate y en la voluntad política de
salvar el proyecto del euro, como ha quedado demostrado por la crisis de la
deuda soberana. Otro aspecto del riesgo de falta de liquidez es que los tipos
de interés que cobra el BCE pueden aumentar con el paso del tiempo y llegar a
ser más altos que el tipo fijo de los títulos de deuda pública a largo plazo.
Este riesgo se reduce cuando existe un diferencial suficiente entre el rédito
de la deuda pública y los tipos de interés aplicados por el BCE. Además, el
valor de mercado de un bono puede bajar con el paso del tiempo. En caso de que
el bono pierda parte de su valor, se debe liquidar parcialmente el préstamo
asociado o proporcionar garantías suplementarias[128].
5. Los recortes de
valoración aplicados por el BCE a los activos de garantía no permiten la
refinanciación por el 100%. Un banco que ofrezca como garantía títulos de deuda
pública por un valor de un millón de euros no recibirá del BCE un préstamo por
esa cantidad, sino por otra menor. La reducción depende del recorte de
valoración que se aplique. El BCE distingue cinco tipos de activos de garantía,
a los que se aplica un recorte diferente. El de los bonos es el más pequeño[129].
El BCE, por tanto, subsidia su utilización como activos de garantía frente a
otros instrumentos de deuda, lo cual anima a los gobiernos a pedir prestado.
6. El BCE podría no
aceptar todas las peticiones de créditos nuevos. Pudiera ocurrir que los bancos
ofreciesen como garantía más bonos que los que el BCE quisiera canjear por
préstamos. Si se aplicase una política monetaria restrictiva, no a todos los
bancos que presentasen bonos como garantía se les concedería un préstamo. No
obstante, por razones políticas —sobre todo por la voluntad de que el proyecto
del euro continúe— cabe esperar que el BCE acepte todas las peticiones,
especialmente las provenientes de gobiernos en apuros. De hecho, el BCE empezó
a ofrecer liquidez ilimitada a los mercados durante la crisis financiera
satisfaciendo todas las peticiones de crédito siempre que se ofreciesen activos
de garantía suficientes.
Si bien es verdad que en
el Eurosistema no se ha dado una situación de tragedia de los bienes comunales
pura, poco ha faltado. La crisis actual nos ha llevado a una circunstancia en
que el BCE está comprando directamente la deuda de los gobiernos para salvar el
euro, tal y como lo anunció en mayo de 2010[130]. Si un gobierno
incurre en déficit, puede emitir bonos que serán comprados por los bancos en
primera instancia y por el BCE después. Por este método no hay necesidad de
acudir a las operaciones de préstamo del BCE, que representan un camino más
largo. El BCE compra los bonos directamente, gracias a lo cual desaparecen la
mayoría de los riesgos para el sistema bancario explicados anteriormente.
La tragedia del euro es
un aliciente para incurrir en déficits mayores, emitir deuda pública y hacer
que el Eurogrupo soporte los costes de las políticas irresponsables en forma de
merma de poder adquisitivo del euro[131]. Con semejantes
alicientes, los políticos tienden a incurrir en elevados déficits. ¿Por qué
pagar los altos gastos mediante algo tan impopular como subir los impuestos?
¿Por qué no simplemente emitir bonos que terminarán siendo comprados con dinero
de nueva creación, aunque en última instancia esto haga que los precios suban
en el conjunto de la UME? ¿Por qué no externalizar los costes del gasto
público?
El reparto del riesgo en
estas circunstancias es asimétrico. Los gobiernos de los estados más grandes
son capaces de generar una gran presión inflacionista al incurrir en déficits
elevados, y el tamaño de estos puede hacerlos demasiado grandes para ser rescatados.
Por el contrario, cabría esperar que los gobiernos de estados más pequeños no
generasen tanta inflación incluso cuando incurriesen en déficits elevados, dado
que el efecto de la creación de dinero de la que fuesen responsables no
afectaría tanto a la Eurozona. Además, es igualmente concebible que los países
más pequeños vayan a ser rescatados por los más grandes. No sorprende a nadie
que la crisis de la deuda soberana haya sido peor en países pequeños como
Grecia, Irlanda y Portugal.
La típica miopía de los
dirigentes políticos de las democracias europeas agrava la tragedia del euro[132].
Los políticos tienden a concentrarse en las siguientes elecciones antes que en
los efectos a largo plazo de sus políticas. Así, utilizan el gasto público para
favorecer a grupos de votantes que los ayuden a ganar los siguientes comicios.
Los déficits crecientes que generan con esta conducta trasladan los problemas
al futuro y también al resto de los países de la Eurozona. Los líderes de la
UME saben cómo externalizar los costes del gasto público en dos dimensiones:
geográfica y temporalmente. Geográficamente, parte de los costes son soportados
por el conjunto de la Eurozona en forma de precios más altos. Temporalmente, los
problemas causados por los déficits elevados terminarán siendo atendidos
posiblemente por otros políticos, y ello en un futuro lejano. Los problemas de
deuda soberana provocados por los déficits pueden precisar que la UME imponga
recortes en el gasto.
El aliciente para
incurrir en déficits elevados en la UME es casi irresistible. Al igual que en
el ejemplo de la máquina de imprimir dinero, un país solo puede beneficiarse si
su déficit es mayor que el del resto. Para aprovecharse de la redistribución resultante
es necesario hacer girar la manivela de la máquina más deprisa que los demás.
El aumento de las rentas monetarias debe ser más rápido que el de la caída del
poder adquisitivo de la moneda.
Tan perversos incentivos
emanan de la peculiar estructura institucional de la UME —que cuenta con un
banco central— y ya eran conocidos cuando se planeó. De hecho, el Tratado de
Maastricht (o Tratado de la Unión Europea) estableció en su artículo 104b el
principio de que no se rescataría a ningún estado miembro en caso de una crisis
fiscal. Dicha cláusula fue acompañada por la declaración de independencia del
BCE, cuyo propósito fue asegurar que no se utilizaría a la institución para
costear ningún rescate[133].
Pero los intereses
políticos y la voluntad de continuar con el proyecto del euro han resultado ser
más fuertes que el papel en que fue escrita la cláusula que negaba la
posibilidad de rescates. Además, la independencia del BCE tampoco es garantía
de nada. De hecho, como se ha visto, el BCE apoya continuamente a los gobiernos
aceptando sus bonos en operaciones de préstamo. Poco importa que el BCE tenga
prohibido comprárselos directamente. El procedimiento de aceptarlos como
garantía sirve igualmente para financiar a los gobiernos.
Hubo otro intento de
poner coto a los incentivos perversos que propician que los gobiernos incurran
en déficits excesivos. Los políticos introdujeron normas propias de una
situación de “bienes comunales gestionados” con el fin de reducir las
externalidades de la tragedia de los bienes comunales. En 1997 se adoptó el
Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) en respuesta a la presión alemana.
Dicho pacto permite ciertas “cuotas”, parecidas a las que regulan la pesca,
para la explotación del banco central común. Estas cuotas representan un límite
en el sentido de que no se permite que los déficits sobrepasen el 3% del PIB ni
que el déficit público supere el 60% del PIB. Si estos límites se hubiesen
respetado, los gobiernos habrían tendido a mantener siempre un déficit del 3%
financiado indirectamente por el BCE. Los países con ese volumen de déficit se
hubieran aprovechado de los países con déficits más pequeños para externalizar
parcialmente sus costes.
La regulación de la
tragedia de los bienes comunales, sin embargo, fracasó. El principal problema
es que el PEC es un acuerdo entre estados independientes que no hacen por
respetarlo. La inflación y las cuotas de déficit de estados independientes
resultan más difíciles de controlar. En contra de lo propuesto inicialmente por
el gobierno alemán, en el PEC no se incluyeron sanciones automáticas. Pese a
que hubo países que traspasaron los límites, se hicieron advertencias pero
nunca se infligieron penas. Países con influencia política como Francia y Alemania,
que podían haber defendido el PEC, violaron sus términos incurriendo en
déficits superiores al 3% a partir de 2003. Al poseer un número mayor de votos,
Francia y Alemania, junto con otros países, lograron impedir que se les
impusieran penas. El PEC, por tanto, fracasó estrepitosamente y fue incapaz de
mantener cerrada la Caja de Pandora de la tragedia de los bienes comunales. Se
espera que para el año 2010 todos los Estados miembros menos uno hayan excedido
el límite del 3% para sus déficits. En Europa, la tasa general de deuda en
relación con el PIB alcanza el 80%.
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