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jueves, 15 de mayo de 2025

LA FATAL ARROGANCIA DE SUPRIMIR LA PREFERENCIA TEMPORAL EN EL MERCADO DE LA VIVIENDA



Los seres humanos no son plantas ni ganado; son agentes con propósitos, que se plantean fines y emplean medios para alcanzarlos. Como expuse en mi artículo de 2009 (blog La Acción Humana), la preferencia temporal refleja una verdad fundamental de la naturaleza humana: los individuos buscan siempre satisfacer sus objetivos lo antes posible, valorando más la realización inmediata que la futura. Esta preferencia no es un capricho, sino el motor que impulsa la acción humana, desde ahorrar para el futuro hasta alquilar una vivienda. Los seres humanos valoran más los bienes presentes respecto a los bienes futuros. Pretender suprimir la preferencia temporal mediante controles de precios, como los impuestos en el mercado de alquiler español —dominado por pequeños propietarios—, es no solo un error económico, sino un acto criminal contra la esencia de la humanidad. Es utilizar a los seres humanos como medios para el cumplimiento de los fines de la clase gobernante. En términos de Friedrich Hayek, es la fatal arrogancia de gobiernos que se creen omnipotentes.

Los pequeños propietarios, cada cual buscando el cumplimiento de sus propios fines particulares, alquilan sus viviendas esperando una renta que compense posponer la venta o el uso personal de su propiedad. Si las leyes fijan precios artificialmente bajos (en zonas interesadamente declaradas como “tensionadas”), muchos optarán por retirar sus pisos del mercado, venderlos o destinarlos a alquileres turísticos. Esto reduce la oferta, agravando la escasez de vivienda, como se observa en España tras normativas como la Ley de Vivienda de 2023. Los efectos son claros: mercados distorsionados, economías sumergidas, menos opciones para inquilinos vulnerables y un parque inmobiliario deteriorado por la falta de inversión. Ignorar la preferencia temporal no solo desincentiva la acción económica, sino que frustra los fines de propietarios e inquilinos, generando caos en lugar de soluciones.

Suprimir la preferencia temporal es ir contra la naturaleza humana. Los seres humanos actúan para cumplir sus propósitos lo antes posible (y así sucesivamente, mientras no vivamos en el paraiso), y las rentas de mercado reflejan esa urgencia por alcanzar sus fines. Los gobiernos que imponen controles de precios no solo desconocen esta realidad, sino que la combaten, como si pudieran reprogramar la psicología humana por decreto. El artículo de El País (15 de mayo de 2025) plantea preguntas como “¿A cuánto alquilo mi piso? ¿Soy parte del problema de la subida de precios?”, sugiriendo un dilema ético para los pequeños propietarios. Pero estas no son las preguntas que realmente se hacen. Sus preocupaciones son mucho más humanas y urgentes: “¿Y si me dejan de pagar? ¿Y si los inquilinos se convierten en okupas? ¿Y si me destrozan el piso? ¿Qué pasa con mi vida, con mis ilusiones, con mis proyectos, con mi vejez? Y, lo que es peor, ¿qué pasará con mi salud?”. Estas inquietudes revelan el desprecio de los gobernantes por los proyectos individuales y la salud mental y física de sus ciudadanos, a quienes someten a una incertidumbre que amenaza su bienestar. Peor aún, es difícil creer que los gobernantes ignoren las consecuencias. De hecho, no lo hacen. La historia —desde los fracasos de controles de alquiler en Nueva York hasta los desabastecimientos en economías planificadas— demuestra que estas políticas generan escasez y desigualdad. Esta circunstancia ha sido confirmada hace dos días por los WhatsApps de José Luis Ábalos con el presidente Pedro Sánchez, quien promulgó el decreto antidesahucios sabiendo que impulsaría la okupación y, aun así, lo aprobó, evidenciando una despreciable indiferencia hacia las consecuencias para los propietarios y el mercado.

La explicación más lógica es que los legisladores aceptan estos efectos porque priorizan sus intereses: poder sobre las personas y dinero. Estas restricciones consolidan el control político, permitiendo a los gobiernos posar como protectores de los inquilinos mientras evaden soluciones reales, como construir vivienda pública. Además, benefician a grupos de interés —grandes inversores o sectores que prosperan en mercados opacos— a expensas de los pequeños propietarios y los ciudadanos. Suprimir la preferencia temporal no es un error inocente; es una estrategia deliberada que sacrifica el bienestar general para perpetuar el poder. Los gobiernos que persisten en esta vía no solo cometen un error técnico, sino que atentan contra la libertad, los fines y la salud de los individuos. “Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”. Forzar a los seres humanos a actuar contra su naturaleza es un crimen que ningún decreto puede justificar.





sábado, 10 de mayo de 2025

POLÍTICA, CIENCIA Y CAMBIO CLIMÁTICO, UNA DISTINCIÓN NECESARIA (EL GRAN APAGÓN)



Estos días, después del gran apagón, científicos conocidos por sus posturas decrecentistas (no diré nombres aquí), insisten en advertir sobre la necesidad de transformar los sistemas energéticos para contrarrestar los impactos del cambio climático. (Algunos han calificado de "codiciosas" las acciones -previas al apagón- de las grandes energéticas). Muchos físicos comparten este diagnóstico científico sobre el calentamiento global (ahora cambio climático) y el rol humano en este fenómeno. Sin embargo, aceptar la ciencia no implica respaldar las propuestas políticas de estos científicos (tales como el cierre de centrales nucleares, la eliminación progresiva de las centrales de ciclo combinado o, incluso, la disminución del consumo energético). Estas medidas son programas específicos de políticas estatales, no hechos científicos. Ciencia y política son ámbitos distintos, y confundirlos puede llevar a decisiones costosas, ineficaces y/o traumáticas.

Una analogía ilustra esta distinción. La ciencia demuestra que la obesidad es perjudicial para la salud. Supongamos que, ante el aumento de la obesidad, políticos firman una "Agenda contra la Obesidad", afirmando que su cumplimiento evitará una crisis sanitaria global. ¿Implica esto que quienes no firmen la Agenda niegan la existencia de la obesidad? No. Los disidentes podrían argumentar que la Agenda no reduce efectivamente la obesidad, que sus costos superan los beneficios o que las medidas propuestas son peores que el problema. Su oposición se centra en la política, no en la ciencia.