Deirdre N. McCloskey |
Prestigiosa y aclamada economista e historiadora estadounidense. Currículo impresionante: autora de 17 libros y de alrededor de 400 artículos académicos, estudió en la Universidad de Harvard, dio clases durante 12 años en la Universidad de Chicago y enseñó durante casi dos décadas en la Universidad de Iowa. Ahora es profesora en Illinois, en Chicago. Apasionada defensora del libre mercado. A los 53 años se sometió a una operación de cambio de sexo gracias a la cual pasó de ser Donald McCloskey a la flamante Deirdre McCloskey.
Por qué el Liberalismo funciona |
El Gran Enriquecimiento
"De acuerdo con el consenso científico en la historia de la
economía, desde 1800 el muy denostado «capitalismo» ha aumentado los ingresos
per cápita reales de los más pobres no un 10 o un ciento por ciento, sino más
de un 3.000 por ciento—. Comida barata. Pisos grandes. Alfabetización.
Antibióticos. Aviones. La píldora. Educación universitaria …. Continuaré
diciéndolo hasta que lo hayas interiorizado. Es el hecho más importante del
mundo moderno, aunque se suela ignorar. La mayoría de la gente, de acuerdo con
un cuestionario real, cree que desde los viejos tiempos la capacidad real de la
gente pobre para comprar bienes y servicios ha aumentado tal vez un ciento por
ciento, como mucho un 200 por ciento, se ha doblado o triplicado. Está muy
equivocada. El aumento ha sido mucho, mucho mayor. Si somos capaces de
entenderlo, esta apreciación transformará por completo nuestra política. Por
ejemplo, el hecho del gran enriquecimiento es un elemento crucial para mostrar
que el verdadero liberalismo humano, la versión moderna que defiendo aquí, es,
en todos los sentidos, bueno y enriquecedor.[].
El gran reto al que se enfrenta la humanidad no es el
terrorismo, la desigualdad, el crimen, el crecimiento de la población, el
cambio climático, la productividad decreciente, las drogas recreativas, la
degradación de los valores familiares o cualquier nuevo pesimismo que se le
ocurra a nuestros amigos de la izquierda o la derecha, sobre el cual escribirán
editoriales urgentes y libros aterradores, hasta que capte su atención el
siguiente «reto» que justifique una coerción gubernamental mayor. Por el amor
de Dios, dicen, ¡deberíamos hacer algo! Hagámoslo con el gobierno, dicen, el
único que puede representar nuestros intereses.
Desde siempre, los mayores retos han sido la pobreza, a partir de las cavernas, y la tiranía, a partir de la agricultura, que tienen su causa y efecto en la coerción gubernamental que no permite que la gente corriente se escape para intentarlo. El uso de la palabra liberal es un juego del lenguaje, pero no por eso es casual: permitir o no permitir que la gente tenga esa oportunidad. Si eliminas la pobreza por medio del crecimiento económico liberal, como están haciendo China e India, y como hicieron según los estándares de su época los pioneros del liberalismo en la República de los Países Bajos en el siglo XVII, obtendrás cierta igualdad en el confort real, la educación de los ingenieros para protegernos de los efectos de la subida del nivel del mar provocada por el calentamiento global y la educación de todos nosotros para una vida próspera. Si eliminas la tiranía y la sustituyes por el liberalismo 2.0, obtendrás un aumento de la libertad para los esclavos, las mujeres y las personas con discapacidades, y aún más frutos del gran enriquecimiento, en la medida en que cada vez más gente se libere para buscar mejoras comercialmente probadas o subvencionar la compañía de ópera local. Obtendrás un enriquecimiento cultural asombroso, el fin del terrorismo, la caída de los tiranos y riqueza para todos nosotros.
¿Cómo lo sé? Porque sucedió en el noroeste de Europa de
manera gradual a partir del siglo XVII, un proceso que se aceleró después de
1800. Y a pesar del reciente descenso a la tiranía populista en algunos países,
ahora está sucediendo a un ritmo apresurado en grandes partes del globo. Las
zonas económicas especiales de China enriquecen a las personas (al mismo tiempo
las zonas de economía más planificada, que ahora Xi está favoreciendo, las
empobrecen). Puede ocurrir pronto en cualquier lugar. Los ingresos per cápita
reales del mundo, más o menos corregidos por inflación y paridad de poder
adquisitivo, crecieron de 1990 a 2016 alrededor de un 2 por ciento anual. A
esas tasas (y más aún a la tasa actual del 7 por ciento de India y lo que en el
pasado fue un 10 y ahora es un 5 por ciento en China), los ingresos per cápita
se duplicarán cada treinta y seis años. Y se duplicarán con mayor rapidez en
todo el mundo si se introduce en el cálculo para mejorar la calidad de los
bienes y servicios, una tasa mejor que el habitual índice de precios. En tres
generaciones al 2 por ciento, incluso medidos de manera convencional los
ingresos reales se cuadruplicarán, sacando a los pobres de su miseria.
Por el contrario, si continúan las diversas versiones de
monarquía anticuada o el socialismo rápido o lento, con sus políticas que
bloquean la mejora al proteger a las clases favorecidas, en particular a los
ricos, el partido o los primos, el mal rey Juan o Robin Hood —en sus peores
formas un socialismo militar o una tiranía tribal, e incluso en las mejores una
regulación asfixiante para los nuevos medicamentos contra el cáncer—, lo que
obtienes es la agotadora rutina de la tiranía y la pobreza humanas, con su
inherente aplastamiento del espíritu humano. La agenda del liberalismo moderno,
que se opone a la tiranía y la pobreza, es lograr el florecimiento humano de la
manera en que siempre se ha hecho. Dadle una oportunidad a mi gente. Dejad que
la gente corriente lo intente. Dejad de mangonear a la gente."
Redistribución
"La redistribución sólo puede coger una parte de la pizza y
dársela a otra persona. Pensemos en una pizza que han hecho y dividido el señor
Jefe y la señora Trabajadora. Si el señor Jefe empieza teniendo para comer,
digamos, el 50 por ciento de la pizza, entonces quitársela y darle toda su
porción a la señora Trabajadora aumentará la porción de pizza de ella un ciento
por ciento. Está bien, si no te preocupa lo más mínimo la coerción aplicada
sobre el señor Jefe, que inaugura la costumbre de la coerción redistributiva
que suele metastatizar hasta que todos acabamos incluidos (véase todo régimen
socialista de la historia). Vinieron a por el señor Jefe y no hice nada, porque
yo no era jefe. Vinieron a por los judíos y yo no hice nada, porque no era
judío. Después vinieron a por mí. Y, por supuesto, la coerción distributiva
contra el señor Jefe sólo puede tener lugar una vez, porque no puedes esperar
que vuelva a aparecer para hacer otra pizza si perdió todas las ganancias de la
primera. No es idiota.
Con todo, el ciento por ciento de esa única vez es algo
bueno para la señora Trabajadora. Hurra. Pero en comparación con el 1.900,
3.000 o 10.000 por ciento que se produjo durante los dos siglos pasados, en los
que se permitió que funcionara la mejora comercialmente probada, está claro que
el ciento por ciento procedente de una redistribución incluso tan extrema como
ésta es pequeño. Cierto, si hay una tercera persona implicada, el señor Pobre,
que en un principio sólo tenía un 10 por de la pizza, y éste obtiene
toda la porción del señor Jefe, mejora mucho más en términos porcentuales. Pero
sigue siendo una sola vez, empequeñecida por el gran enriquecimiento, que hace
la pizza treinta o cien veces más grandes, y requiere que el redistribuidor dé
todos los impuestos sólo a los pobres, una medida política con la que la clase
media no estará de acuerdo. Nunca lo ha estado.
El liberalismo obtuvo buenos resultados entre 1776 y el
presente
"John Rawls declaró en Teoría de la justicia (1971) que la
justicia era equidad, es decir, igualdad de resultados, como una pizza que el
gobierno dividiera equitativamente mediante la coerción entre amigos o
desconocidos. Robert Nozick contraatacó con Anarquía, estado y utopía (1974),
declarando que la justicia era igual libertad, como permitir que los amigos,
sin supervisión coercitiva del gobierno, dividan la pizza como mejor les
parezca y después cambien una porción o dos por una cerveza extra —dejando que
un desconocido que pasaba por allí también se sume—. Ambos hombres eran
liberales, herederos de los modelos del siglo XVIII contra la jerarquía. Pero
Rawls descendía de la tradición francesa y estatista de Rousseau y Helvétius,
la que llevó, en el peor de los casos, a la estación de Finlandia y la Rusia de
Lenin. Nozick descendía de la tradición escocesa y voluntarista de Hume y
Smith, la que llevó, en el mejor de los casos, a la granja del Medio Oeste y la
Nebraska de Willa Cather.
Y de manera bastante sorprendente, se produjo una
consecuencia inesperada pero muy bienvenida; el liberalismo del siglo XIX, al
alentar por primera vez que una gran masa de gente corriente tuviera una
oportunidad, produjo una masiva explosión de mejoras económicas para la gente
ordinaria. Los modernos y sobre todo los liberales tienen muy buena opinión del
gran enriquecimiento, frente a la idea de elevar el servicio a reyes y dioses.
La gente común contenía multitudes de regalos para todos, desde la cosechadora
mecánica a la novela moderna.
¿Cómo de grande? ¿Cómo de buena? ¿Qué multitudes? El
liberalismo dio pie, como he dicho (y seguiré diciendo hasta que lo consideres
el acontecimiento más importante del mundo moderno) a un aumento del tres mil
por ciento en los bienes y servicios para los más pobres. Escúchalo. Del
liberalismo, calculan los historiadores de la economía (no hay debate
científico sobre su magnitud aproximada, aunque sí sobre sus causas) salió una
mejora del tres mil por ciento. El plan liberal dio voz y permiso para innovar
a los Ben Franklin, los Isambard Kingdom Brunel, los Nikola Tesla, los Albert
Einstein, las Coco Chanel y las Willa Cather, que de otro modo habrían
permanecido silenciados y sin reconocimiento. Y dio permiso para intentarlo al
trabajador ordinario, capaz en libertad de conseguir un nuevo trabajo; o al
tendero corriente, capaz en libertad de abrir su propia tienda. El proceso
liberador nos dio el vapor, el ferrocarril, las universidades, el acero, las
alcantarillas, la lámina de vidrio, el mercado de futuros, la alfabetización
universal, el agua corriente, la ciencia, el hormigón armado, el voto secreto,
las bicicletas, los coches, la libertad de expresión, las cajas de cartón, los
aviones, las lavadoras, el aire acondicionado, los antibióticos, la píldora, el
transporte de contenedores, el libre comercio, los ordenadores y la nube. Y nos
dio la menos famosa pero crucial multitud de «comidas gratis» preparadas por el
trabajador alerta y el tendero liberado que persiguen sus pequeños proyectos en
busca de beneficios y placer. A veces, inesperadamente, los proyectos pequeños
se convirtieron en grandes proyectos, como la tienda de Whole Foods de John
Mackey en Austin, Texas, que acabó abriendo 479 tiendas en Estados Unidos y
Reino Unido, o el Walmart de Jim Walton en Bentonville, Arkansas, que acabó
teniendo 11.718 establecimientos en todo el mundo. Nos ha dado también un
aumento asombroso de la capacidad para buscar lo trascendente en el arte, la
ciencia, Dios o el béisbol.
Se trató de un impresionante gran enriquecimiento, material
y cultural, que fue mucho más allá de la Revolución industrial clásica de
1760-1860, que sólo había duplicado el ingreso per cápita. Esas revoluciones
que logran duplicarlo, como la Revolución industrial, habían sido infrecuentes
en la historia, pero no inéditas. Se produjo una, por ejemplo, durante el auge
de la industrialización del norte de Italia en el Quattrocento.3 Los bienes y
servicios disponibles incluso para los más pobres aumentaron de manera
espectacular en un mundo en el que las simples duplicaciones, aumentos de sólo
el ciento por ciento, habían sido poco frecuentes y temporales, como en la
gloria comercial de la Grecia del siglo V o el vigor comercial de la dinastía
Song. En los casos anteriores, las revoluciones industriales habían regresado
con el tiempo a un ingreso real per cápita, a precios actuales, de unos dos o
tres dólares al día, la condición humana. Incluso la domesticación de las
plantas y los animales en nueve lugares del mundo, entre el 8000 a. C. y el
2000 a. C., no supuso un aumento permanente del ingreso per cápita —aunque las
poblaciones mayores, que ahora eran sostenibles, tuvieron efectos benéficos en
la fundación de la vida urbana y la alfabetización, de Mesopotamia a
Mesoamérica—. Pero por razones maltusianas, en las economías agrícolas el
ingreso per cápita siempre había regresado a dos o tres dólares diarios.
No lo hizo después de 1800, 1860 o 1973, ni ahora, y no va a
hacerlo. Hurra.
Imagina vivir con dos o tres dólares al día. Mucha gente aún lo hace, aunque desde 1973 su número se ha desplomado.4 La revolución verde posterior a la década de 1960 hizo que India fuera una exportadora de grano. En China, la liberalización posterior a 1978 modernizó sus ciudades. Y, como acabo de decir, después de 1800, 1973 o cualquier año reciente que escojas, no ha habido ningún indicio de reversión. En cada una de las alrededor de cuarenta recesiones que ha habido en Estados Unidos desde 1800, el ingreso per cápita real de la nación ha superado con rapidez, normalmente en dos o tres años, la cifra del máximo anterior.5 Sin excepciones. Arriba, arriba.
Incluso si se incluyen los dos dólares diarios que todavía
ganan algunas personas aplastadas por sus gobiernos iliberales, que ejercen los
monopolios de la coerción, o por delincuentes, que ejercen los oligopolios de
la coerción, durante los dos últimos siglos el ingreso real per cápita del
mundo se ha multiplicado por un factor de diez —y por un factor de treinta en
países como Hong Kong, Corea del Sur, Finlandia y Botsuana, que han aprovechado
plenamente la oportunidad liberal—. El enriquecimiento material y cultural
promete ahora extenderse a todo el mundo.6 Aleluya.
Y el enriquecimiento ha sido enormemente igualador. Es un
mito, aunque un mito persistente, que el gran enriquecimiento implica la
búsqueda de la riqueza a expensas de la igualdad. Las sociedades verdaderamente
desiguales han sido aquellas en las que gobernaban la tierra y la espada, o en
tiempos recientes aquellas en las que una mafia violenta se ha hecho con el
poder gubernamental, la Federación de Rusia con Putin, por ejemplo, o la
Malasia de Najib Razak. Un sistema de mercado es, de hecho, igualitario y
permite que la entrada reduzca los beneficios excesivos de la innovación, en
beneficio de los más pobres, que obtienen agua corriente y luz eléctrica. Todo
cambio tecnológico moderno, de los teléfonos a los ordenadores, ha suscitado el
miedo a una «brecha digital». Pero a causa de la entrada producida por el olor
de los beneficios, nunca persiste. En el tercer acto, el pobre obtiene un
smartphone barato. Siempre.
A partir de 1800, los más pobres han sido los mayores
beneficiarios de la mejora comercialmente probada, cuya ideología era el
liberalismo o, mejor dicho (en lugar del engañoso «capitalismo»), el
«innovismo». El rico obtuvo algunas pulseras de diamantes adicionales. Es
cierto. Mientras tanto, por primera vez los pobres tuvieron suficiente para
comer. Hoy en día, en lugares como Japón o Estados Unidos los pobres ganan más,
corregido por la inflación, de lo que, por ejemplo, ganaba el 10 por ciento más
rico de hace dos siglos. Boudreaux defiende de manera verosímil que en Estados
Unidos la mujer pobre media es más rica de lo que lo fue John D. Rockefeller.7
Ahora ella tiene antibióticos, aire acondicionado y quinientos canales de
telebasura, todo lo cual no estaba disponible para el pobre John D. Así mismo,
Jane Austen (1775-1817) sin duda vivió desde el punto de vista material de
manera más modesta y con una seguridad médica menor de lo que ahora lo hace el
residente medio del este de Los Ángeles. Nuestra Jane murió a los cuarenta y un
años de alguna enfermedad —la de Addison (la enfermedad del presidente
Kennedy), la de Hodgkin, tuberculosis, no estamos seguros— que probablemente
hoy en día se cure con facilidad, o al menos se pueda tratar. La igualdad de
confort real para los pobres en forma de comida, vivienda, ropa, educación,
sanidad, entretenimiento adecuado y la mayoría de los demás bienes y servicios
importantes, han aumentado de manera constante, de máximo en máximo, desde
1800. Siguen haciéndolo. En países que experimentan plenamente el gran enriquecimiento,
como Alemania, Japón y Singapur, el ingreso real medio a precios actuales (y
con él, el mediano y las comodidades de los más pobres) ha aumentado de los
tres dólares diarios de 1800 a más de 100 dólares diarios.
Como dijo Schumpeter en 1942, «la reina Isabel tenía medias
de seda. El logro del capitalista [o el innovista] no suele consistir en
proporcionar más medias de seda a las reinas sino en ponerlas al alcance de las
chicas de las fábricas a cambio de una cantidad constantemente decreciente de esfuerzo...
El proceso capitalista, no por coincidencia sino por virtud de su mecanismo,
aumenta progresivamente el nivel de vida de las masas». Ahora, el nivel de
vida de las masas estadounidenses es cuatro veces más alto que a principios de
la década de 1940, cuando el ingreso per cápita real estadounidense era de
media el que ahora tiene Brasil. Los estadounidenses corrientes ahora tienen
lavadoras, antidepresivos, vuelos baratos, un dormitorio para cada hijo y
educación superior al alcance de muchos. A principios de la década de 1940 no
era así. A principios de la década de 1840, esas cosas eran inconcebibles.
Recientemente, en China e India un nuevo liberalismo
económico ha enriquecido a los pobres de una manera espectacular. China e India
aún son de media muy pobres, comparados con los estándares europeos, pero
espera una o dos generaciones. En este siglo, más adelante —y más pronto si
conservadores y socialistas abandonan sus planes iliberales para mangonear a la
gente—, en el planeta todo el mundo será rico, como lo son los estadounidenses
o los finlandeses. Los museos y las salas de conciertos se llenarán,
proliferarán las universidades, se abrirá una vida plena para los más pobres.
El liberalismo moderno nos enriquecerá a todos."
Innovismo
"El verdadero hurra es por el gran enriquecimiento. Piketty y
otros que comparten su ira contra la gente rica no reconocen que el innovismo,
que inspira la mejora comercialmente probada, ha hecho extremadamente rico a
todo el mundo en términos históricos. Veinte o treinta veces más rico. Él se
centra en el consumo, con frecuencia estúpido, de yates y diamantes de la gente
rica, y no observa que —en comparación con el mundo previo al liberalismo y su
ideología económica de innovismo— el nivel real de verdadero confort es
radicalmente más igual de lo que fue en el pasado. Una economía libre resulta
ser una economía igualitaria en las cosas que importan. Dejemos que la gente
coopere y compita liberalmente, y el resultado será una mejora sustancial y
enorme para los pobres."
La desigualdad no es poco ética si tiene lugar en una
sociedad libre.
"Lo que importa desde el punto de vista ético es que los
pobres tengan la oportunidad de votar, de leer, de tener un techo sobre su
cabeza y de recibir un trato igual por parte de la policía y de los tribunales.
Implementar la Ley de Derecho al Voto es importante. Restringir la coerción
policial es importante. Pero igualar la posesión de Rolex no. El filósofo de
Princeton Harry Frankfurt lo dijo así: «La igualdad económica no es, en sí
misma, de una particular importancia moral». Deberíamos permitir que el gran
enriquecimiento mejore las condiciones de los pobres, a la manera del liberal
radical de Trollope, hasta un nivel que Frankfurt llamó «suficiente»
—suficiente para que la gente funcione en una sociedad democrática y tenga una
vida humana plena—. El filósofo de Harvard John Rawls articuló lo que llamó el
principio de diferencia: si el acto de emprender de una persona rica hacía más
próspera a la más pobre, entonces el ingreso más elevado del emprendedor rico
estaba justificado. Tiene mucho sentido ético. La igualdad no.
Las exhibiciones ostentosas de riqueza, es cierto, son
vulgares e irritantes. Pero no son algo que un principio de política pública no
envidioso deba tener en cuenta. La diferencia, incluyendo la diferencia
económica, no es mala por sí misma.[.].
Así que, más allá de cuestiones técnicas de economía, el
problema ético fundamental del libro de Piketty es que no ha reflexionado sobre
por qué la desigualdad es mala en sí misma. La condición absoluta de los pobres
ha mejorado abrumadoramente más gracias al gran enriquecimiento que mediante la
redistribución .[.].
Si miras de cerca las estadísticas, además, te das cuenta de
que una de las principales fuentes de desigualdad son los bajos ingresos de la
gente joven. Cuando están desempleados sus ingresos son, por supuesto, cero.
Eso es algo por lo que debemos preocuparnos en todo el mundo y especialmente en
Europa. Pero el problema no tiene nada que ver con los malvados capitalistas.
Tiene que ver con las malvadas personas corrientes de mediana edad que votan a
gobiernos populistas para proteger sus puestos de trabajo mediante
restricciones impuestas al mercado laboral que los nuevos igualitarios creen
que son buenas. No lo son..[.].
Las causas originales y sostenidas del mundo moderno,
sostendría yo en contra del altivo desdén de Piketty por las virtudes burguesas,
fueron sin duda éticas, no materiales, y se encontraban sobre todo en una
ideología liberal, de burgueses y no burgueses por igual, que apoyaban esas
virtudes. La causa fue la creciente adopción de dos ideas simples, la nueva y
liberal idea económica de libertad para la gente común y la nueva y democrática
idea social de dignidad para esa gente. La palabra única para ellas es
«igualdad» de respeto y ante la ley. Las dos ideas, vinculadas éticamente,
consideradas ridículas antes del siglo XVIII, condujeron a partir de 1800 a una
mejora extrema.
La palabra igualdad no debe ser entendida como lo hicieron
algunos en la Ilustración francesa, como igualdad de resultado material. La
definición francesa es la que hoy en día asumen de manera poco reflexiva tanto
la izquierda como la derecha en sus disputas: «No construiste eso sin ayuda
social, de modo que no hay justificación para la desigualdad de ingresos». «Tú,
pobre tipo, no eres todo lo virtuoso que debieras, así que no hay justificación
para los subsidios igualadores.» La definición más fundamental de igualdad, la
escocesa, es la opinión igualitaria que la gente tiene de los demás, sean un
portero o un filósofo moral.6 El profesor de filosofía moral de Glasgow, Adam
Smith, un pionero igualitario en este sentido, defendió la idea escocesa.
Forzar de manera iliberal el estilo francés de igualdad de
resultados, recortar como he dicho las cabezas que sobresalen, envidiar las
tontas fruslerías de los ricos, imaginando que compartir los ingresos es igual
de eficaz para el bien de los pobres que las porciones iguales de la proverbial
pizza, tratar a los pobres como niños que deben ser empujados o juzgados por
expertos de la clerecía, hemos descubierto, a menudo ha tenido un elevado coste
en forma de daños a la libertad y de una ralentización de la mejora. No
siempre, pero con frecuencia. .[.].
El economista Eamonn Butler señala que el sistema:
“es también un sistema muy moral. En el capitalismo, las
relaciones humanas no son obligatorias sino voluntarias. La gente invierte,
crea, ofrece, compra y vende cosas según su elección. Ningún gobierno ordena
sus acciones: las decisiones son suyas. De hecho, el único papel para el poder
que ostenta el Estado es asegurarse de que los individuos no son obligados,
robados, defraudados o violentados de cualquier forma. [He señalado que hay
también muchas maneras no gubernamentales de alcanzar ese objetivo.] El
capitalismo no se basa en órdenes, sino en el Estado de derecho en el que las
reglas generales (como la negociación honesta, el cumplimiento de los contratos
y la renuencia a la violencia) se aplican a todo el mundo, incluidas las
autoridades del gobierno". .[.].
La indignación justa, aunque mal informada y barata,
inspirada por la culpa de los supervivientes ante las supuestas víctimas de
algo llamado «capitalismo» y la ira envidiosa ante el estúpido consumo de los
ricos no producen una mejora para los pobres. Comentarios como «aún hay gente
pobre» o «alguna gente tiene más poder que otra», aunque reivindiquen la
superioridad moral de quien los dice, no son profundos ni inteligentes.
Repetirlos, asentir juiciosamente cuando se repiten o comprarse el libro de
Piketty para mostrarlo sobre la mesilla de centro no te convierte en una
persona objetivamente buena. .[.].
Te conviertes en una buena persona, y haces las cosas bien,
no por leer o escribir porno sobre la pobreza, sino ayudando de verdad a los
pobres. Abre un negocio rentable. Crea hipotecas que los pobres puedan pagar.
Inventa una nueva batería. Vota por mejores escuelas. Adopta a un huérfano
paquistaní. Hazte voluntario para dar de comer a la gente en la Iglesia de la
Gracia los sábados por la mañana. Defiende un ingreso mínimo y ataca un salario
mínimo. Promover medidas políticas que en sus efectos estructurales reducen las
oportunidades de empleo, o hacer declaraciones indignadas a tu marido después
de acabar de leer The New York Times Magazine de esta semana no te hace
virtuoso, porque esa acción no ayuda a los pobres.[.]."
Qué facilitó la mejora en los últimos 200 años.
"La mejora comercialmente probada, el gran enriquecimiento,
que fue causado a su vez por otra clase de igualdad, una nueva igualdad de
derechos legales, dignidad social y sobre todo de aprobación social para abrir
una freiduría o inventar el taladrado de columna, todo lo cual convirtió a
cualquier Tom, Dick o Harriet en un mejorador. En una palabra, el innovismo.
Ciertos extraños accidentes en la historia del noroeste de Europa durante los
siglos inmediatamente precedentes, como la Reforma protestante después de 1517
y la guerra civil de Inglaterra durante la década de 1640, hicieron más osada a
la gente del noroeste de Europa. Poco a poco, las revoluciones hicieron posible
la idea loca y nueva de que todos deberíamos ser iguales ante la ley, en
dignidad y a la hora de tener una oportunidad económica.
Junto a la igualdad liberal apareció otra idea de los
igualadores de la guerra civil (eran en realidad partidarios del libre
comercio), el Pacto Burgués. En el primer acto, deja que un burgués pruebe en
el mercado una supuesta mejora como las mosquiteras, la corriente alterna, las
cajas de cartón o el vestido corto negro. En una sociedad liberal el burgués
inventivo acepta, con cierta irritación, que en el segundo acto habrá
competidores imitando su éxito, bajarán el precio de las mosquiteras, la
electricidad, las cajas y los vestidos. Lo acepta a menos que pueda impedirlo
recurriendo al gobierno. Titular de The New York Times del 6 de agosto de 2018,
con una historia similar en el Chicago Tribune del 31 de octubre de 2018: «Uber
y el taxi se unen para oponerse a la entrada de más competidores». Sorpresa,
sorpresa. Si le dejas tener una oportunidad en el primer acto y que se haga
rico con su idea, en el tercer acto el Pacto Burgués dice que os hará ricos a
todos. Y lo hace, un 1.900 por ciento si se calcula de manera convencional y
hasta un 9.900 por ciento si incluimos en el cálculo la calidad muy mejorada de
la lámina de vidrio, la atención médica o el análisis económico e histórico."
Pueden obras como las de Piketty dañar en serio la
posición de los menos prósperos, cambiando actitudes para hacerlos más hostiles
a los negocios, el comercio y la creación de riqueza.
"Sí, y ésa es la razón por la que escribo mis libros.
Crecimos en comunidades socialistas llamadas «familias», y es probable que a
los diecisiete años o así pensáramos que el modelo podía aplicarse a una
«familia» de 66 millones o 330 millones de personas. Yo lo hice. Y después
nunca volvimos a esa idea de manera crítica, o basándonos en la evidencia
histórica y acabamos a los 70 como barbudos socialistas que comen judías frías
directamente de la lata, defienden la renacionalización de los ferrocarriles,
admiran la Venezuela socialista y odian a la innovadora Israel. Yo no lo hice.
El peligro es que cada nueva generación no sea consciente de lo bueno que ha
sido el Pacto Burgués para los pobres, y se olvide de lo malos que fueron los
pactos anteriores; el Pacto Bolchevique, por ejemplo, en el que el gobierno
nacionaliza los ferrocarriles, las empresas eléctricas, los quiosqueros, los
periódicos, tu empleo y todo lo demás. O el Pacto de la Brida, en el que unas
regulaciones excesivas obran en contra de una mejora comercialmente probada
«desbridada». Pregunto inocentemente: ¿cuándo ha sido una buena idea «embridar»
a una persona como si fuera un caballo? La idea de Piketty es embridar a la
mayoría de la gente para que algunas personas no se enriquezcan. Es un error.
El Pacto Burgués ha sido con diferencia la mejor manera de
ayudar a los pobres, en Gran Bretaña, India y África. Y da lugar a una igualdad
real."
La palabra capitalismo es un error científico.
"La palabra capitalismo es, por supuesto, un palabro de Marx.
Marx no la utilizó, pero no nos pongamos quisquillosos: seguidores suyos, como
Sombart, ciertamente la usaron y el mismo Maestro utilizó el término
«capitalista» para designar a los jefes que invertían la plusvalía además de su
acumulación de capital original.
Como la mayoría de los economistas y otras personas antes y
después, Marx afirmó que la acumulación de capital era el impulso primario de
la modernidad. El sociólogo marxiano Immanuel Wallerstein, por ejemplo,
escribió en 1983 que «la palabra capitalismo se deriva de capital. Por lo
tanto, sería legítimo presumir que el capital es un elemento clave del
capitalismo».1 No, no lo es. Que insistamos en reflexionar sobre algo llamado
«capital» no implica que su acumulación fuera en realidad algo exclusivo de la
modernidad, o causal.
Y no lo fue. Los romanos, los chinos y todos los humanos
hasta remontarnos a las cavernas, siempre han acumulado capital, absteniéndose
de consumir para hacerlo. Piensa en el granjero que devuelve la semilla a la
tierra, que crea arrozales o, para el caso, fabrica herramientas de piedra
laboriosamente talladas y luego las pule para que queden bonitas. Lo que
impulsó nuestro enriquecimiento fueron ideas nuevas para invertir esa
abstención, no las inversiones reales posteriores en las ideas, aun siendo las
inversiones necesarias..[.].
Estoy de acuerdo con Hernando de Soto, que propone que las
personas pobres de las favelas de América Latina consigan el título de
propiedad de la tierra que ocupan ilegalmente, que luego pueden vender para
educar a sus hijos o para hacer una inversión con derecho a un porcentaje y
entrar así a formar parte de la economía como empresarios o, al menos, como
trabajadores con movilidad geográfica o educativa. De Soto se centra en cómo
permitir que la gente muy pobre entre en la economía y se beneficie del
crecimiento económico. Como yo, piensa que las personas pobres tienen un montón
de buenas ideas aplicables a la actividad económica legal que las sacarían de
la pobreza, a ellas y a sus hijos, de la misma manera que la gente ha salido de
la pobreza a partir de 1800. Un puesto de frutas. Un taller de zapatería. Luego
sus nietos pueden convertirse en abogados o programadores de ordenadores de una
economía futura, en Perú o Brasil.
Los pobres sólo necesitan, señala De Soto, un poco de
capital. Seguro. Pero él estaría de acuerdo conmigo en que acumular capital por
sí solo, sin ideas que sean rentables —como el gobierno, por ejemplo, gravando
con impuestos a los agricultores y luego adoptando un plan a cinco años, o
implicándose en la planificación industrial para gastarse el dinero en
proyectos improductivos—, no es lo que necesitan los pobres. El capital es
necesario (como lo son el aire, la mano de obra, la tierra, la luz del sol y la
paz). Pero las ideas que generan enriquecimiento, como el puesto de fruta o el
transporte de contenedores, son más que necesarias. En la mayoría de los casos
son suficientes, porque cuando las ideas son muy, muy buenas el capital se
consigue fácilmente. El capital no es la constricción. Lo son las ideas y el
permiso legal para aplicarlas. La arrogancia de los gobiernos latinoamericanos
ha sido suponer que la gente pobre carece de ideas y que sólo los graduados
universitarios o los políticos populistas las tienen. En América Latina hay
quien ha entendido que esa arrogancia aliada con el populismo no es la
solución, aunque los votantes continúan cayendo en los viejos hábitos. También
en Estados Unidos.
Desde Smith, en la economía es tan poderosa la convicción de
que la acumulación de capital es causal que en 1956 incluso Ludwig von Mises,
el gran economista austriaco, se equivocó. Escribió: «Ahorrar, la acumulación
de capital, es la agencia que ha transformado, paso a paso, la peligrosa
búsqueda de comida de los habitantes salvajes de las cavernas en las formas
modernas de industria». Pero no era la «agencia», si eso significa «el muelle
del reloj». Sólo estaba en lo cierto en el sentido de que la acumulación era
necesaria. «Los mediadores de esta evolución fueron las ideas que crearon el
marco institucional dentro del cual la acumulación de capital se volvió segura
por el principio de la propiedad privada y los medios de producción.» Cierto,
era necesario que existiera la idea mínimamente liberal de la protección de la
propiedad. Pero ésta ha sido muy habitual en las sociedades humanas, a partir
de las cavernas. «Cada paso adelante en el camino hacia la prosperidad es
efecto del ahorro.» Tonterías. Ahorrar es necesario, sí, pero también lo son
una infinidad de otras cosas. Luego parece que se da cuenta de cuál es en
realidad el muelle, porque lo menciona, pero al final lo descarta: «Las
invenciones tecnológicas más ingeniosas serían prácticamente inútiles si los
bienes del capital requeridos para su utilización no se hubieran acumulado
mediante el ahorro». Es una iteración más de la necesidad como suficiencia.
Intenta sustituir «agua líquida» por «acumulación de capital» y «bienes del
capital», y «conseguir agua líquida» por «ahorrar». Luego continúa con una
teoría del agua líquida del crecimiento económico."
"Recientemente, mantuve un pequeño debate por correo electrónico sobre el asunto con mi amigo el economista Mark Skousen, después de hacer en 2017 un viaje de soltera a su Freedom Fest, que tiene lugar cada agosto en Las Vegas. El año siguiente él y yo mantuvimos un debate sobre el asunto en el propio congreso. (Deberías ir al festival el año próximo, sobre todo si, como yo, nunca has visto la deslumbrante vulgaridad de Las Vegas [«las vegas», incluso su nombre es falso] y si, como yo y mi madre, te encanta meterte en discusiones serias sobre liberalismo. El Freedom Fest es la bomba.)
Mark no está de acuerdo con mi «anticapitalismo». «Debes
tener capital para promover la economía —me escribió—. Los emprendedores tienen
un montón de buenas ideas y tecnología en ciernes para cambiar el mundo [no,
querido Mark: antes de 1800 no lograron demasiado], pero a menos que consigan
financiación [lo que hicieron cuando las ideas fueron realmente buenas:
ferrocarriles, Edison, internet] se quedarán sin realizar.»
"Eso es cierto, pero como admitió Mark la financiación es
simplemente una condición necesaria, no suficiente. Comete el error de Mises al
confundirlas. El estallido de ingenio humano posterior a 1800, por el
contrario, fue suficiente. Las ideas eran tan buenas que rara vez (¿qué tal te
parece «nunca»?) la financiación fue un problema serio. Piensa en la máquina de
vapor, aunque su aplicación se retrasó por la patente de Watt. Piensa en el
hormigón armado, que no es patentable. En cualquier caso, las condiciones necesarias
son infinitas, la mayoría no pertinentes, como «tener agua líquida a la
temperatura habitual», «la existencia de mano de obra» o «la ausencia de una
guerra civil activa». Y el hallazgo de la historia de la economía es que un
gran número de sociedades compartieron las condiciones necesarias y pertinentes
durante milenios. Pero esas sociedades no experimentaron nada parecido al gran
enriquecimiento que se produjo en el noroeste de Europa después de 1800."
"Piensa en China en 1492, que disfrutaba de una paz duradera,
tenía excelentes derechos de propiedad, una ley que se imponía, carecía de
aranceles aplastantes dentro de China (otro contraste con Europa) y tenía mucho
capital, de modo que construía proyectos descomunales con facilidad, haciendo
sombra incluso a los proyectos de la capital romana. Pero China no tuvo el
enorme estallido de ingenio probado comercialmente que, finalmente, en especial
después de 1800, enriqueció el noroeste de Europa, que en 1492 era un páramo
terrible y belicoso."
"¿Por qué? Respuesta: no gracias al capital, las
instituciones, la ciencia o el carbón, sino al «plan liberal de igualdad,
libertad y justicia» de Adam Smith, un liberalismo 1.0 y luego 2.0 que apareció
por primera vez en el noroeste de Europa. Resultó que la liberación de la gente
corriente inspiró ideas extraordinarias, que redirigieron el capital, el agua
líquida y la mano de obra. Skousen afirmó que «la escasez de capital de
inversión nos ha impedido avanzar lo más rápido posible». No, no es así. Las
evidencias históricas y económicas contradicen esa noción, que fue popular en
el Banco Mundial durante el largo reinado del fundamentalismo del capital.
Metes capital en Ghana, y aun así fracasa. No le das un céntimo a la China
roja, y aun así tiene éxito. Lo importante fue el ingenio liberador de las
mentes humanas, como en la economía china después de 1978 y en la india después
1991. Dale a la gente libertad y les darás vida".
"Si el fundamentalismo del capital de los teóricos de Wall
Street fuera acertado, entonces sus enemigos los socialistas también tendrían
razón. Los socialistas asumen que la clave del capitalismo es el capital y, por
lo tanto, que el gran problema es su asignación. Lo mismo piensan los teóricos
de Wall Street. Ambos creen que las ideas, emprender o gestionar son algo
fácil. Ideas, dicen, hay a montones. Por eso los teóricos de Wall Street adoran
el programa de televisión «Shark Tank», en el que unos inversores echan por
tierra con facilidad las ideas, y por eso los socialistas piensan que el
gobierno puede organizar, desde Washington, la asignación de la inversión con
facilidad. Ambos están seguros de que es fácil establecer el futuro. Los
liberales no lo están."
"Así que no. Mamá y Mark, Smith y Marx, e incluso Mises están
equivocados. El término «capitalismo» es un error científico condensado en una sola
palabra, un palabro enormemente engañoso que le debemos a nuestros enemigos y
que nuestros amigos, aquellos que lamentablemente están confundidos, todavía
utilizan".
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