Chernobyl - Serie de HBO |
- Vicepresidente del Gobierno de la URSS, Boris Scherbina: “la posición
oficial del Estado: <<una catástrofe nuclear mundial no puede ocurrir en la Unión
Soviética>>”
Chernobyl, de HBO"
El vicepresidente Shcherbina
murió en Moscú en 1990, a la edad de 70 años. El general Nikolai Tarakanov,
quien trabajó con Shcherbina durante la operación de limpieza en Chernobil, 1986, declaró que
conocía a Shcherbina muy bien y que se expuso a grandes dosis de radiación. Sin embargo, no pudo ratificarse la causa de su muerte, ya que un decreto de 1988 impidió a los médicos soviéticos citar la
radiación como causa de muerte o enfermedad.
Bajo todo sistema socialista - de planificación central, con control de medios de producción y comunicación -,
oficialmente, la verdad desaparecerá del mapa. Es bochornoso que aún hoy, las
hordas de "progres" que infectan las redes sociales, no reconozcan y admitan este
fenómeno.
Hayek lo predijo en el capitulo XI (el fin de la verdad) de su obra
anti-nazi “Camino de Servidumbre”:
Extracto
“La coerción no puede limitarse a imponer el código ético sobre el que descansa "el plan". .[.].. Todo acto de gobierno, tiene que
hacerse sagrado y quedar exento de toda crítica. Si la gente ha de soportar sin
vacilación el esfuerzo común, tiene que estar convencida de que son justos, no
sólo los fines pretendidos, sino también los medios elegidos. El credo oficial,
cuya adhesión se impone, abarcará todas las cuestiones concretas en las que se
basa el plan. La crítica pública, y hasta las expresiones de duda, tienen que
ser suprimidas porque tienden a debilitar el apoyo público. Como cuentan los [hermanos] Webbs, refiriéndose a la situación en todas las empresas rusas, «mientras el
proyecto está en ejecución, toda pública expresión de duda, o incluso el temor
de que el plan no logre éxito, es un acto de deslealtad y hasta de traición, a
causa de sus posibles efectos sobre la voluntad y los esfuerzos del resto de la
plantilla». Cuando la duda o el temor expresados conciernen, no al éxito de una
empresa particular, sino al del plan social entero, no pueden dejar de tratarse
como un sabotaje.
Hechos y teorías se convierten
así en el objeto de una doctrina oficial, no menos que en criterios de valor.
Todo el aparato para difundir conocimientos: las escuelas y la Prensa, la radio
y el cine, se usarán exclusivamente para propagar aquellas opiniones que,
verdaderas o falsas, refuercen la creencia en la rectitud de las decisiones
tomadas por la autoridad; se prohibirá toda la información que pueda engendrar dudas
o vacilaciones. El efecto probable sobre la lealtad de la gente al sistema
llega a ser el único criterio para decidir si debe publicarse o suprimirse una
determinada información. En un Estado totalitario la situación es,
permanentemente y en todos los campos, la misma que en los demás países domina
algunos ámbitos en tiempos de guerra. Se ocultará a la gente todo lo que pueda
provocar dudas acerca de la competencia del Gobierno o crear descontento. Las
bases de comparación desfavorable con las condiciones de otro lugar; el
conocimiento de las posibles alternativas frente a la dirección efectivamente
tomada; la información que pueda sugerir el fracaso del Gobierno en el
cumplimiento de sus promesas o en aprovechar las oportunidades de mejorar la situación,
todo se suprimirá. Por consecuencia, no habrá campo donde no se practique una
intervención sistemática de la información y no se fuerce a una uniformidad de
criterios.
Lo mismo se aplica también a los
ámbitos aparentemente más alejados del interés político, y especialmente a
todas las ciencias, aun las más abstractas. Que en un sistema totalitario no se
consienta la investigación desinteresada de la verdad y no haya otro objetivo
que la defensa de los criterios oficiales, es fácil de comprender, y la
experiencia lo ha confirmado de modo amplio en cuanto a las disciplinas que tratan
directamente de los negocios humanos y, por consiguiente, afectan de la manera
más inmediata a los criterios políticos, tales como la Historia, el Derecho o
la Economía. En todos los países totalitarios estas disciplinas se han
convertido realmente en las más fecundas fábricas de mitos oficiales, que los
dirigentes utilizan para guiar las mentes y voluntades de sus súbditos. No es
sorprendente que en estas esferas se abandone hasta la pretensión de trabajar
en busca de la verdad y que las autoridades decidan qué doctrinas deben
enseñarse y publicarse.
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Esta ocultación grotesca y
obscena de la verdad bajo todo sistema socialista quedó magistralmente reflejada
en esta famosa escena del film Citizen X
Los propios comunistas, antes de su reconversión en socialdemócratas con objeto de alcanzar el poder, reconocen abiertamente que su régimen implicará "el fin de la verdad":
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