Benegas Lynch |
Benegas Lynch:
"Acabar con el Ministerio de Educación"
Dice Benegas Lynch que como cuestión previa, la gente debería haber comprendido el sistema de precios. ¿Por qué dice esto?
La Educación es transmisión de conocimientos, pero ¿qué conocimientos deben seleccionarse para ser trasmitidos? Un gobierno, a través de su ministerio o consejería de educación no tiene la información necesaria para seleccionar los contenidos educativos demandados por cada ciudadano o familia. Para responder a esa pregunta se necesita un conjunto de conocimientos muy importantes pero desorganizado y descentralizado, que no puede llamarse científico en el sentido del conocimiento de reglas generales: el conocimiento de las circunstancias particulares de tiempo y lugar. El conocimiento de las circunstancias particulares de tiempo y lugar no está dado, varia constantemente y no puede ser trasmitido de forma estadística a un ministerio de educación. En base a este último conocimiento, individuos, que no se conocen, se coordinan -y cooperan- entre sí, y lo hacen a través del sistema de precios. Cada individuo (sus padres o tutores legales, si se trata de menores) planifica su propio proyecto de vida, lo cual incluye la selección de los contenidos educativos que desea priorizar y recibir. Cuanto más planifica un gobierno - ministerio o consejería -, menos podrán planificar individuos y familias. El resultado es adoctrinamiento, en un sentido u otro, aborregamiento, colectivismo, uniformidad, igualitarismo, manipulación de las mentes, menos autonomía y dignidad personal.
Ludwig Von Mises fue el primero que lo explicó : El problema del Cálculo Económico en la Comunidad Socialista.
Hayek lo hizo posteriormente, desde otro punto de vista, en el siguiente ensayo:
El Uso del Conocimiento en la Sociedad *
F. A. Hayek
En este ensayo, que ha llegado a ser un clásico de nuestro
tiempo, Hayek planteó por primera vez su tesis de que el sistema de precios es un
desarrollo social que ha resultado de la evolución y no del diseño deliberado,
y que permite detectar y transmitir la información económica que se encuentra
dispersa y fragmentada entre miles y miles de individuos. Emerge así una teoría
que ve en el mercado un método de transmisión y utilización del conocimiento.
I
¿Cuál es el problema que queremos
resolver cuando tratamos de construir un orden económico racional? Basándose en
ciertos supuestos comunes, la respuesta es bastante simple. Si poseemos toda la
información pertinente y podemos partir de un sistema dado de preferencia
contando con un completo conocimiento de los medios disponibles, el problema
que queda es puramente de lógica. En otras palabras, la respuesta a la pregunta
referente al mejor uso de los medios disponibles se encuentra implícita en
nuestros supuestos. Las condiciones que debe satisfacer la solución de este
problema óptimo han sido detalladamente elaboradas y pueden ser mejor
establecidas en forma matemática: expresadas brevemente, las tasas marginales
de substitución entre dos bienes o factores cualesquiera deben ser iguales en
todos sus usos diferentes. Sin embargo, éste decididamente no es el problema económico
que enfrenta la sociedad. Y el cálculo económico que hemos desarrollado para
resolver este problema lógico, a pesar de ser un paso importante hacia la
solución del problema económico de la sociedad, aún no proporciona una
respuesta a éste. Esto se debe a que los "datos" referentes a toda la
sociedad a partir de los cuales se origina el cálculo económico no son nunca
"dados" a una sola mente de modo que pueda deducir sus consecuencias
y nunca, tampoco, pueden así ser dados.
El carácter peculiar del problema
de un orden económico racional está determinado precisamente por el hecho de
que el conocimiento de las circunstancias que debemos utilizar no se encuentra
nunca concentrado ni integrado, sino que únicamente como elementos dispersos de
conocimiento incompleto y frecuentemente contradictorio en poder de los
diferentes individuos.
De este modo, el problema
económico de la sociedad no es simplemente un problema de asignación de
recursos "dados" —si "dados" quiere decir dados a una sola
mente que deliberadamente resuelve el problema planteado por estos
"datos"—. Se trata más bien de un problema referente a cómo lograr el
mejor uso de los recursos conocidos por los miembros de la sociedad, para fines
cuya importancia relativa sólo ellos conocen. O, expresado brevemente, es un
problema de la utilización del conocimiento que no es dado a nadie en su
totalidad.
Temo que muchos de los últimos
avances de la teoría económica han más bien oscurecido en vez de aclarado este carácter
del problema fundamental, cosa que ocurre especialmente en el caso de muchos de
los usos que se han hecho de las matemáticas. A pesar de que el problema que
quiero tratar principalmente en este documento es el de la organización
económica racional, me referiré frecuentemente a sus estrechas relaciones con
ciertos problemas metodológicos. Muchas de las observaciones que quiero hacer
son en realidad conclusiones a las que han convergido en forma inesperada
diversas líneas de razonamiento. Pero, según veo ahora los problemas, esto no
es accidental. Me parece que muchos de los debates actuales sobre la teoría y
la política económica tienen su origen común en una mala interpretación de la
naturaleza del problema económico de la sociedad. A su vez, esta mala
interpretación se debe a una transferencia equivocada a los fenómenos sociales
de los hábitos de pensamiento que hemos desarrollado al ocuparnos de los
fenómenos de la naturaleza.
II
En lenguaje corriente, usamos el
término "planificación" para describir el conjunto de decisiones
interrelacionadas relativas a la asignación de nuestros recursos disponibles. En
este sentido, toda actividad económica es planificación, y en toda sociedad en
la que participan muchas personas, esta planificación, quienquiera que la
realice, tendrá que basarse en alguna medida en conocimiento que no es dado al
planificador sino que a otras personas cualesquiera y, que de algún modo,
deberá ser comunicado a éste. Las diversas formas en que la gente adquiere el
conocimiento en que basa sus planes constituye el problema más importante para
toda teoría que investiga el proceso económico. Y el problema de determinar
cuál es la mejor forma de utilizar el conocimiento inicialmente disperso entre
todos los individuos constituye, a lo menos, uno de los principales problemas
de la política económica, o del diseño de un sistema económico eficiente.
La respuesta a esta pregunta está
íntimamente relacionada con la otra que surge aquí, aquella referente a quién
se encargará de la planificación. Es en torno a esta última que gira todo el
debate sobre la "planificación económica". No se trata de determinar
si debe haber o no planificación, sino que más bien si la planificación debe
ser efectuada en forma centralizada, por una autoridad para todo el sistema
económico, o si ésta debe ser dividida entre muchos individuos. En el sentido
específico en que se usa el término planificación actualmente, éste significa
necesariamente planificación central, es decir, la dirección de todo el sistema
económico conforme a un plan unificado. Por otra parte, competencia significa
planificación descentralizada realizada por muchas personas diferentes. El
punto intermedio entre ambos, acerca del que muchos hablan pero que a pocos les
gusta cuando lo ven, es la delegación de la planificación a industrias organizadas
o, en otras palabras, a monopolios.
El grado de eficiencia de estos
sistemas depende principalmente del más completo uso del conocimiento existente
que podamos esperar de ellos. A su vez, esto depende del éxito que podamos
tener en poner a disposición de una autoridad central todo el conocimiento que
se debe usar, pero que inicialmente se encuentra disperso entre muchos
individuos diferentes, o en comunicar a los individuos el conocimiento
adicional que necesitan para armonizar sus planes con los de los demás.
III
Con respecto a este punto, es
inmediatamente evidente que la posición será diferente con respecto a los
diversos tipos de conocimiento. Por lo tanto, la respuesta a nuestra pregunta
se orienta principalmente hacia la importancia relativa de los diferentes tipos
de conocimiento: aquellos que es más probable que se encuentren a disposición
de individuos particulares y aquellos que deberíamos esperar encontrar con
mayor seguridad en poder de una autoridad constituida por expertos debidamente seleccionados.
El hecho de que en la actualidad se dé generalmente por sentado que los últimos
están en una mejor posición se debe a que un tipo de conocimiento,
especialmente el conocimiento científico, ocupa ahora un lugar tan prominente
en la imaginación pública que tendemos a olvidar que no es el único tipo de
conocimiento pertinente. Se puede admitir que en lo que respecta al
conocimiento científico, un cuerpo de expertos debidamente seleccionados puede
estar en mejor posición para dominar todo el mejor conocimiento disponible, a
pesar de que esto signifique naturalmente trasladar la dificultad al problema
de seleccionar los expertos. Lo que quiero dejar en claro es que, incluso
suponiendo que este problema pueda ser fácilmente resuelto, constituye sólo
una pequeña parte del problema más amplio. Hoy en día, es prácticamente una
herejía sugerir que el conocimiento científico no es la suma de todo el
conocimiento.
Pero una pequeña reflexión
demostrará que sin duda existe un conjunto de conocimientos muy importantes
pero desorganizado que no puede llamarse científico en el sentido del
conocimiento de reglas generales: el conocimiento de las circunstancias particulares
de tiempo y lugar. Es con respecto a éste que prácticamente cualquier individuo
tiene cierta ventaja sobre los demás, dado que posee cierta información única
que puede usarse beneficiosamente, pero sólo si se dejan a él las decisiones
dependiendo de dicha información o éstas son tomadas con su activa cooperación.
Basta con recordar todo lo que tenemos que aprender en cualquier ocupación
después de haber terminado el entrenamiento teórico, la parte importante de
nuestra vida de trabajo que pasamos aprendiendo tareas específicas, y lo
valioso que es en todos los ámbitos de la vida el conocimiento de las personas,
condiciones locales y circunstancias específicas. El conocer y poner en uso una
máquina que no es completamente empleada, aprovechar la experiencia de alguien
que puede ser mejor utilizada, o tener conocimiento de artículos sobrantes que
pueden aprovecharse durante una interrupción del abastecimiento es socialmente
tan útil como el conocimiento de mejores técnicas alternativas. El embarcador
que se gana la vida aprovechando los viajes de barcos que de otra manera irían
vacíos o prácticamente vacíos, el corredor de propiedades cuyo conocimiento con
frecuencia se reduce al conocimiento de oportunidades temporales, o el
intermediario que saca ventajas de las diferencias locales de los precios de
los productos, todos ellos realizan funciones eminentemente útiles basadas en
el conocimiento especial de las circunstancias del momento que otros no poseen.
Es curioso que en la actualidad
se mire en general a esta clase de conocimientos con cierto desprecio y se
considere que alguien ha actuado casi escandalosamente cuando haciendo uso de
este conocimiento obtiene ventajas sobre otro que posee conocimientos técnicos
o teóricos. El hecho de sacar ventaja de un mejor conocimiento de los medios de
comunicación o de transporte es considerado a veces como algo casi deshonesto,
a pesar de que es tan importante que la sociedad haga uso de las mejores
oportunidades en este aspecto como de los últimos descubrimientos científicos.
Este prejuicio ha influido considerablemente en la actitud con respecto al
comercio en general comparado con la producción. Incluso los economistas que se
consideran inmunes a las burdas falacias materialistas del pasado cometen en
forma constante el mismo error en lo concerniente a las actividades relativas a
la adquisición de dicho conocimiento práctico, aparentemente porque en su
esquema de las cosas todo este conocimiento se supone "dado". En la
actualidad, por lo general, parece pensarse que todo este conocimiento debiera
encontrarse con frecuencia disponible para cualquier persona, y el calificativo
de irracional usado en contra del orden económico existente se debe a menudo a
que este conocimiento no se encuentra así disponible. Este punto de vista no
considera el hecho de que el método mediante el cual este conocimiento puede
ponerse a disposición del mayor número de personas posibles constituye en rigor
el problema preciso que tenemos que resolver.
IV
Si ahora está de moda minimizar
la importancia del conocimiento de las circunstancias particulares de tiempo y
lugar, esto está íntimamente relacionado con la menor importancia que se
concede al cambio en sí. En realidad, son pocos los puntos en que los supuestos
(en general sólo implícitos) de los "planificadores" difieren tanto
de los de sus opositores como en lo referente a la importancia y frecuencia de
los cambios que harán necesaria la realización de importantes modificaciones en
los planes de producción. Naturalmente, si fuera posible trazar de antemano
planes económicos detallados para períodos bastante largos que fueran estrictamente cumplidos de manera que no fuera necesario tomar nuevas decisiones económicas
de importancia, la tarea de elaborar un plan general que abarcara toda la
actividad económica sería mucho menos difícil.
Tal vez vale la pena recalcar que
los problemas económicos surgen siempre y exclusivamente como consecuencia del
cambio. En la medida en que las cosas siguen igual que antes o, al menos, como
se esperaba que ocurriera, no surgen nuevos problemas que requieran de decisión
ni tampoco es necesario elaborar un nuevo plan. La creencia de que los cambios
o, al menos, los ajustes cotidianos se han vuelto menos importantes en los tiempos
modernos lleva implícita la opinión de que los problemas económicos también se
han vuelto menos importantes. Por esa razón, quienes creen en la significación
cada vez menor del cambio son generalmente los mismos que sostienen que la
importancia de las consideraciones económicas ha pasado a segundo plano debido
a la creciente utilidad del conocimiento tecnológico. ¿Es cierto que, con el
complejo aparato de producción moderna, las decisiones económicas son
necesarias sólo de tarde en tarde, como por ejemplo, cuando se va a construir
una nueva fábrica o se va a introducir un nuevo producto? ¿Es cierto que una
vez que se ha construido una planta, todo lo demás es más o menos mecánico y
está determinado por el carácter de la planta y queda poco por hacer en cuanto
a adaptación a las siempre cambiantes circunstancias del momento?
La creencia harto común en el
sentido afirmativo no está sustentada, hasta donde yo puedo darme cuenta, por
la experiencia práctica del empresario. En todo caso, en una industria competitiva,
y sólo una industria de este tipo puede servir de prueba, la tarea de evitar
que suban los costos requiere de una lucha constante que absorbe una parte
importante de la energía del administrador. La facilidad con que un
administrador ineficiente puede desperdiciar los diferenciales en que se basan las
utilidades y la posibilidad de producir con las mismas instalaciones técnicas y
con una gran variedad de costos, se encuentra entre los hechos más conocidos de
la experiencia empresarial que no parecen ser igualmente conocidos por el economista.
La misma intensidad del deseo, constantemente repetido por los productores e
ingenieros en el sentido de que se les permita proceder sin trabas por concepto
de costos monetarios, constituye un testimonio elocuente de la medida en que estos
factores influyen en su trabajo diario. Una razón por la que los economistas
tienden cada vez más a olvidar los constantes cambios pequeños que constituyen
el cuadro económico global es probablemente su creciente preocupación por los
agregados estadísticos que muestran una estabilidad mucho mayor que los
movimientos del detalle. Sin embargo, la comparativa estabilidad de los
agregados no puede ser explicada por la "ley de los grandes números"
o la mutua compensación de los cambios al azar, como a veces los estadísticos
parecen verse inclinados a pensar. El número de elementos que tenemos que
manejar no es lo suficientemente grande como para que estas fuerzas
accidentales produzcan estabilidad. El flujo continuo de bienes y servicios se
mantiene mediante constantes ajustes deliberados, mediante nuevas disposiciones
tomadas día a día a la luz de circunstancias no conocidas el día anterior, o por
B que entra en acción apenas A no cumple. Incluso la gran planta altamente
mecanizada sigue en operación debido a un medio ambiente al que puede recurrir
para todo tipo de necesidades imprevistas: tejas para su techo, papel para sus
formularios, y todo tipo de equipos con respecto a los cuales no puede ser
independiente y que, de acuerdo a los planes de operación de la planta, deben
estar fácilmente disponibles en el mercado.
Tal vez, éste es también el punto
en que debería mencionar brevemente el hecho de que el tipo de conocimiento a
que me he referido es aquel que por su naturaleza no puede formar parte de las
estadísticas ni, por consiguiente, ser transmitido a ninguna autoridad central
en forma estadística. Las estadísticas que debería usar tal autoridad central
deberían obtenerse precisa- mente haciendo abstracción de las pequeñas
diferencias entre las cosas, y juntando, como recursos de un mismo tipo, los elementos
que difieren con respecto al lugar, calidad y otros aspectos particulares, en
una forma que puede ser muy significativa para la decisión específica. De esto
se deduce que la planificación central basada en información estadística, por
su naturaleza, no puede considerar directamente estas circunstancias de tiempo
y lugar y que el planificador central tendrá que encontrar alguna forma en que
las decisiones dependientes de ellas puedan ser dejadas al "hombre que
está en el terreno".
V
Si estamos de acuerdo en que el
problema económico de la sociedad se refiere principalmente a la pronta
adaptación a los cambios según circunstancias particulares de tiempo y lugar,
se podría inferir que las decisiones finales deben dejarse a quienes están
familiarizados con estas circunstancias, a quienes conocen de primera mano los
cambios pertinentes y los recursos disponibles de inmediato para satisfacerlos.
No podemos esperar resolver este problema comunicando primero todo este
conocimiento a una junta central, la que, después de integrarlo, dicta órdenes
Es preciso resolverlo por medio de alguna forma descentralizada. Pero esto
soluciona sólo parte de nuestro problema. Necesitamos la descentralización
porque sólo así podemos asegurar que el conocimiento de las circunstancias
particulares de tiempo y lugar será prontamente utilizado. Pero el hombre que
está en el terreno no puede decidir a base de un conocimiento limitado pero
profundo de los acontecimientos de su medio ambiente inmediato. Aún queda el
problema de comunicarle la información adicional que necesita para hacer calzar
sus decisiones dentro del patrón general de cambios de todo el sistema económico.
¿Cuánto conocimiento necesita para realizar esto con éxito? ¿Cuáles
acontecimientos de los que ocurren más allá del horizonte de su conocimiento
inmediato tienen relación con su decisión inmediata, y cuánto necesita saber
acerca de ellos?
Es difícil que haya algo de lo
que ocurre en el mundo que no influya en la decisión que debe tomar. Pero no
necesita conocer todos estos acontecimientos como tales, ni tampoco todos sus
efectos. No le importa la razón por la que en un determinado momento se
necesiten más tornillos de un tamaño que de otro, ni por qué las bolsas de
papel se consiguen más fácilmente que las de tela, ni por qué sea más difícil
conseguir trabajadores especializados o una máquina determinada. Todo lo que le
importa es determinar cuán difícil de obtener se han vuelto estos productos en
comparación con otros que también le interesan, o el grado de urgencia con que
se necesitan los productos alternativos que produce o usa. Siempre es un
problema de la importancia relativa de las cosas específicas que le interesan,
y las causas que alteran su importancia relativa no tienen interés para él
aparte del efecto en aquellas cosas concretas de su medio ambiente.
Es en relación con esto que lo
que he denominado "cálculo económico" (o lógica pura de la elección)
nos ayuda, al menos por analogía, a ver la forma en que se puede resolver el
problema, que de hecho se resuelve mediante el sistema de precios. Incluso la
única mente controladora, en poder de todos los datos para un pequeño sistema
económico independiente, no podría —cada vez que fuera necesario hacer algunos
pequeños ajustes en la asignación de recursos— analizar todas las relaciones
entre fines y medios que podrían verse afectadas. En realidad, la gran contribución
de la lógica pura de la elección es que ha demostrado en forma concluyente que
incluso esta mente única podría resolver este tipo de problemas sólo
construyendo y usando constantemente tasas de equivalencia (o
"valores", o "tasas marginales de substitución"), es decir,
asignando a cada tipo de recurso escaso un indicador numérico que no puede
derivarse de ninguna propiedad que posea dicho objeto específico, pero que refleja,
o en el que está condensada, su importancia en vista de toda la estructura
medios-finés. En cualquier cambio pequeño, tendrá que considerar sólo estos
indicadores cuantitativos (o "valores") en los que se encuentra
concentrada toda la información pertinente; y ajustando las cantidades una por
una, puede volver a ordenar debidamente todas sus disposiciones sin tener que
resolver todo el puzzle ab initio o sin tener que revisarlo en ninguna etapa en
todas sus ramificaciones.
Fundamentalmente, en un sistema
en que el conocimiento de los hechos pertinentes se encuentra disperso entre
muchas personas, los precios pueden actuar para coordinar las acciones separadas
de diferentes personas en la misma manera en que los valores subjetivos ayudan
al individuo a coordinar las partes de su plan. Vale la pena considerar
brevemente un ejemplo muy sencillo y corriente de la acción del sistema de
precios para comprender lo que precisamente realiza. Supongamos que en alguna
parte del mundo ha surgido una nueva oportunidad para el uso de alguna materia
prima, por ejemplo, el estaño o que se ha eliminado una de las fuentes de
suministro de éste.
Para nuestro propósito, no tiene
importancia —y el hecho de que no tenga importancia es en sí importante— cuál
de estas dos causas ha provocado la escasez del estaño. Todo lo que los consumidores
de estaño necesitan saber es que una parte del estaño que consumían está siendo
ahora empleado más rentablemente en otro lugar y que, por consiguiente, deben
economizar su uso. La gran mayoría de ellos no necesita ni siquiera saber dónde
se ha producido la necesidad más urgente, o en favor de qué otras necesidades
deben manejar prudentemente la oferta. Si sólo algunos de ellos saben
directamente de la nueva demanda y orientan recursos hacia ella, y si la gente
que está consciente de este vacío así producido lo llena a su vez con otros
recursos, el efecto se extenderá rápidamente a todo el sistema económico e
influirá en no sólo todos los usos del estaño, sino que también en aquellos de
sus substitutos y los substitutos de estos substitutos, la oferta de todos los
productos hechos de estaño, sus substitutos y así sucesivamente. Todo esto
sucede sin que la gran mayoría de quienes contribuyen a efectuar tales
substituciones conozca la causa original de estos cambios. El todo actúa como un
mercado, no porque alguno de sus miembros tenga una visión de todo el campo,
sino porque sus limitados campos individuales de visión se traslapan
suficientemente de manera que la información pertinente es comunicada a todos a
través de muchos intermediarios. El simple hecho de que existe un precio para
cada producto —o mejor dicho, que los precios locales están relacionados en una
forma determinada por el costo del transporte, etc.—, proporciona la solución a
que podría haberse llegado (cosa sólo conceptualmente posible) con una sola
mente en poder de toda la información que de hecho se encuentra dispersa entre
todas las personas que participan en el proceso.
VI
Para comprender la verdadera
función del sistema de precios —función que, naturalmente, cumple en forma
menos perfecta cuando los precios se vuelven más rígidos— debemos considerar
dicho sistema como un mecanismo para comunicar in- formación. (Sin embargo,
incluso cuando los precios cotizados se han vuelto bastante rígidos, las
fuerzas que operarían a través de cambios en los precios aún operan en una
medida considerable a través de cambios en los otros términos del contrato). El
hecho más significativo acerca de este sistema es la economía de conocimientos
con que opera, o lo poco que necesitan saber los participantes individuales
para poder tomar la decisión correcta. En resumen, mediante una especie de
símbolo, se comunica sólo la información más esencial y sólo a quienes les concierne.
Es más que una metáfora el describir el sistema de precios como una especie de
maquinaria para registrar el cambio, o un sistema de telecomunicaciones que
permite a los productores individuales observar solamente el movimiento de unos
pocos indicadores, tal como un ingeniero puede mirar las agujas de unos pocos
medidores, a fin de ajustar sus actividades a los cambio acerca de los cuales
puede que nunca sepan ellas más que lo que está reflejado en el movimiento de
precios. Naturalmente, es probable que estos ajustes no sean nunca "perfectos"
en el sentido en que el economista los concibe en su análisis de equilibrio.
Pero temo que nuestros hábitos teóricos de abordar el problema basándonos en el
supuesto de que prácticamente todos contamos con un conocimiento más o menos perfecto
nos han impedido ver la verdadera función del mecanismo de precios y nos han
llevado a aplicar patrones más bien engañosos al juzgar su eficiencia. Lo
maravilloso es que en un caso como el de la escasez de una materia prima, sin
que se dicte ninguna orden ni que la causa de ello sea conocida más que, tal
vez, por una decena de personas, ocurre que millones de personas, cuya identidad
no podría ser determinada con meses de investigación, reduzca el uso de la
materia prima o sus productos; es decir, de hecho sucede que se mueven en la
dirección correcta. Esta es ya una maravilla incluso si, en un mundo constantemente
cambiante, no todos reaccionaran tan perfecta- mente de manera que sus tasas de
rentabilidad se mantuvieran siempre al mismo nivel uniforme o
"normal".
He usado deliberadamente el
término "maravilla" para sacar al lector de la complacencia con que
frecuentemente consideramos el funcionamiento de este mecanismo como algo
natural. Estoy convencido de que si este fuera el resultado de la invención
humana deliberada, y si la gente guiada por los cambios de precios comprendiera
que sus decisiones tienen trascendencia mucho más allá de su objetivo
inmediato, este mecanismo hubiera sido aclamado como uno de los mayores triunfos
del intelecto humano. Su desventura es doble en el sentido de que no es el
producto de la invención humana y que las personas guiadas por él generalmente
no saben por qué son llevadas a hacer lo que hacen. Pero aquellos que claman
por una "dirección consciente" —y que no pueden creer que algo que ha
evolucionado sin ser diseñado (e incluso sin ser comprendido) pueda resolver
problemas que no seríamos capaces de resolver conscientemente— deberían
recordar lo siguiente: El problema consiste precisamente en cómo extender el
campo de nuestra utilización de los recursos más allá del campo de control de
una sola mente; y, por consiguiente, en cómo eliminar la necesidad del control
consciente y crear incentivos para que los individuos hagan lo que es
conveniente sin que nadie tenga que decirles qué hacer.
El problema que enfrentamos aquí
no es de ninguna manera característico de la economía. Surge en relación con
casi todos los verdaderos problemas sociales, con el lenguaje y con gran parte
de nuestra herencia cultural, y constituye realmente el problema teórico
central de toda la ciencia social. Tal como Alfred Whitehead ha señalado en
otro contexto: "La afirmación de que debemos cultivar el hábito de pensar
lo que estamos haciendo constituye un axioma profundamente erróneo repetido en
todos los libros y por eminentes personas al dictar conferencias. La verdad es exactamente
lo contrario. La civilización avanza al aumentar la cantidad de operaciones
importantes que podemos realizar sin pensar acerca de ellas". Esto tiene
mucha importancia en el campo social. Constantemente usamos fórmulas, símbolos
y reglas cuyo significado no comprendemos y haciendo esto nos valemos de la
ayuda de conocimiento que individualmente no poseemos. Hemos desarrollado estas
prácticas e instituciones construyendo sobre hábitos e instituciones que han
resultado exitosos en su propia esfera y que, a su vez, han pasado a ser la
base de la civilización que hemos construido.
El sistema de precios es
precisamente una de esas formaciones que el hombre ha aprendido a usar (a pesar
de que aún está muy lejos de haber aprendido a hacer el mejor uso de ella)
después de haberse visto enfrentado a ella sin entenderla. Con ella ha sido posible
no sólo una división del trabajo, sino que también un uso coordinado de los
recursos basado en un conocimiento igualmente dividido. A quienes les gusta
ridiculizar toda sugerencia de que esto pueda ser así, generalmente,
distorsionan el argumento insinuando que, según éste, dicho sistema ha surgido
por algún milagro espontáneo siendo el más apropiado para la civilización
moderna. Lo que sucede es exactamente lo contrario: el hombre ha sido capaz de
conseguir la división del trabajo en que se basa nuestra civilización porque se
vio ante un método que lo hizo posible. Si no hubiera hecho eso, podría haber
desarrollado otro tipo de civilización completamente diferente, algo así como
el "estado" de las hormigas termitas, o algún otro tipo totalmente
inimaginable. Todo lo que podemos decir es que nadie ha logrado aún diseñar un
sistema alternativo en el que puedan preservarse ciertas características del
existente que son estimadas incluso por aquellos que lo atacan más
violentamente tales como, por ejemplo, el grado en que el individuo —bajo este
sistema— puede elegir sus metas y, por consiguiente, usar libremente sus
propios conocimientos y habilidades.
VII
En muchos sentidos es positivo
que el debate acerca de la necesidad del sistema de precios para todo cálculo
racional en una sociedad compleja, ya no sea conducido totalmente entre grupos
con ideas políticas diferentes. La tesis de que sin el sistema de precios no
podríamos preservar una sociedad basada en una división del trabajo tan amplia
como la nuestra fue recibida con una carcajada cuando fue presentada por
primera vez por Von Mises hace 25 años. Actualmente, las dificultades que
tienen algunos para aceptarla ya no son principalmente políticas, lo que
contribuye a una atmósfera mucho más propicia para la discusión racional. Las
diferencias ya no pueden atribuirse a prejuicios políticos cuando nos
encontramos con León Trotsky sosteniendo que "la contabilidad económica es
inconcebible sin relaciones de mercado", cuando el profesor Oskar Lange
promete al profesor Von Mises una estatua en los salones de mármol del futuro
Comité Central de Planificación y cuando el profesor Abba P. Lerner redescubre
a Adam Smith y recalca que la utilidad esencial del sistema de precios radica en
inducir al individuo, mientras persigue su propio interés, a hacer lo que es de
interés general. El desacuerdo restante parece deberse claramente a diferencias
meramente intelectuales y, especialmente, de orden metodológico. Una reciente
afirmación hecha por Joseph Schumpeter en su obra Capitalismo, Socialismo y Democracia
proporciona un claro ejemplo de una de las diferencias metodológicas que tengo en
mente. Su autor es muy conocido entre los economistas que analizan los
fenómenos económicos a la luz de una cierta corriente del positivismo. Según
él, estos fenómenos surgen, por consiguiente, como cantidades de bienes
objetivamente dadas interactuando directamente entre sí casi como si no hubiera
ninguna intervención de la mente humana. Sólo en base a esto puedo explicar la
siguiente opinión (para mí sorprendente). El profesor Schumpeter sostiene que
la posibilidad de un cálculo racional en ausencia de mercados para los factores
de la producción se deduce para el teórico "de la proposición elemental de
que los consumidores al evaluar ("demandar") los bienes de consumo
ipso facto también evalúan los medios de producción que participan en la
producción de estos bienes" 1. Tomada literalmente, esta afirmación es
simplemente falsa. Los consumidores no hacen nada de este tipo. Lo que el
profesor Schumpeter probablemente quiere decir con ipso facto es que la
evaluación de los factores de producción está implícita en la evaluación de los
bienes de consumo o se deduce necesariamente de ella. Pero esto tampoco es
correcto. La implicación es una relación lógica que puede manifestarse
significativamente sólo en el caso de proposiciones presentes a la vez en una
sola inteligencia. Sin embargo, es evidente que los valores de los factores de
producción no dependen sólo de la evaluación de los bienes de consumo, sino que
también de las condiciones de oferta de los diversos factores de producción. Sólo
en el caso de una inteligencia que conozca todos estos hechos a la vez la
respuesta se deducirá necesariamente de los hechos dados a ella. Sin embargo, el
problema práctico surge precisamente debido a que estos hechos no son nunca
dados así a una sola mente, y por consiguiente, en la solución del problema, es
necesario usar conocimientos que se encuentran dispersos entre muchas personas.
De este modo, el problema no está de ninguna manera resuelto al demostrar que
todos los hechos, si fueran conocidos por una sola inteligencia (como por
hipótesis suponemos que son dados a los economistas observadores),
determinarían original- mente la solución. Debemos demostrar, en cambio, cómo
se logra una solución mediante las interacciones de personas cada una de las
cuales posee sólo un conocimiento parcial. Suponer que todo el conocimiento es
dado a una sola mente de la misma manera en que es dado a nosotros como economistas
investigadores, es suponer que el problema no existe y pasar por alto todo lo
que es importante y significativo en el mundo real. El hecho de que un
economista de la reputación del profesor Schumpeter haya caído así en una
trampa que la ambigüedad del término "dato" tiende a los incautos,
difícilmente puede ser explicado como un simple error. Sugiere, más bien, que
hay algo fundamentalmente incorrecto en un enfoque que habitualmente no toma en
cuenta una parte esencial de los fenómenos que tenemos que tratar: la
inevitable imperfección del conocimiento humano y la consiguiente necesidad de
un proceso mediante el cual el conocimiento sea constantemente comunicado y
adquirido. Cualquier enfoque, tal como el de gran parte de la economía
matemática con sus ecuaciones simultáneas, que efectivamente parte del supuesto
de que el conocimiento de las personas corresponde a los hechos objetivos de la
situación, deja sistemáticamente afuera nuestra principal tarea. Estoy lejos de
negar que nuestro sistema de análisis de equilibrio tenga una función útil que
desempeñar. Pero cuando llega al punto en que desorienta a algunos de nuestros pensadores
más destacados haciéndolos creer que la situación que describe tiene directa
relación con la solución de los problemas prácticos, es tiempo de recordar que ese
método no se ocupa del proceso social en absoluto y que no es más que un útil prolegómeno
al estudio del problema principal.
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1
Capitalism, Socialism and Democracy (New York: Harper &
Bros., 1942), p. 175. Creo que el profesor Schumpeter es también el autor
original del mito de que Pareto y Barone han "solucionado" el
problema del cálculo socialista. Al igual que muchos otros, lo que ellos
hicieron fue simplemente establecer las condiciones que tendría que satisfacer
una asignación racional de los recursos e indicaron que éstas eran esencialmente
las mismas que las condiciones de equilibrio de un mercado competitivo. Esto es
algo completamente diferente a demostrar la forma en que esta asignación de
recursos puede realizarse en la práctica satisfaciendo estas condiciones. El
mismo Pareto (del que Barone ha tomado prácticamente todo lo que tiene que
decir), lejos de afirmar haber resuelto el problema práctico, de hecho
explícitamente niega que éste pueda solucionarse sin la ayuda del mercado.
Consúltese su Manuel d'économie pure (2ª edición, 1927), pp. 233-34. El párrafo
pertinente aparece citado en una traducción inglesa al principio de mi artículo
sobre "Cálculo Socialista: la 'Solución' Competitiva", en Económica,
VIH, Nº 26 (1940). Ver Estudios Públicos Nº 10.
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