Si, para alimentarte, gastas siempre más recursos y energía en cazar la pieza, que la energía que te proporciona esa pieza al digerirla, al final, impepinablemente, te mueres. Afortunadamente, existen señales que informan al cerebro de lo que estás haciendo. Las pérdidas empresariales son la señal del mercado para informar que el "producto final fabricado", tiene menos valor para los consumidores que los recursos empleados para producirlo (como sucede, por ejemplo, si por la noche conectamos un generador de gasoil a una placa solar para producir energía eléctrica). Servicios que presta el Estado, como Sanidad ó Educación, no escapan de este principio económico, por eso, todos los gobiernos sin excepción, limitan presupuestariamente su producción. Las pérdidas, son la señal para detener el despilfarro y la ruina; y para transferir los, siempre escasos, factores de producción a otro empresario.
Por el contrario, los beneficios empresariales - conseguidos sin privilegios - son la señal de que se están satisfaciendo las necesidades más urgentes de los consumidores.
(Ensayo completo)
Por Ludwig von Mises
A. La naturaleza económica de las pérdidas y ganancias
1. La aparición de las pérdidas y ganancias ............................................
2. La distinción entre beneficios y otras ganancias ..................................
3. Gestión sin ánimo de lucro ................................................................
4. El voto del mercado...........................................................................
5. La función social de pérdidas y ganancias ..........................................
6. Pérdidas y ganancias en la economía en progreso y en retroceso ..........
7. El cálculo de pérdidas y ganancias......................................................
B. La condena del beneficio
1. La economía y la abolición del beneficio..............................................
2. Las consecuencias de la abolición del beneficio ..................................
3. Los argumentos contra el beneficio .....................................................
4. El argumento igualitario .....................................................................
5. Comunismo y pobreza........................................................................
6. La condena moral del motivo del beneficio .........................................
7. La mentalidad estática .......................................................................
C. La alternativa.....................................................................................
PÉRDIDAS Y GANANCIAS
Por Ludwig von Mises*
En este sentido, podemos decir que la economía es apolítica o no
política, aunque sea el fundamento de la política y de todo tipo de
acción política. Podemos además decir que es perfectamente neutral
con respecto a todos los juicios de valor, al referirse siempre a
medios y nunca a la elección de fines últimos.
A. La naturaleza económica de las pérdidas y ganancias
1. La aparición de las pérdidas y ganancias
En el sistema capitalista de organización económica de la
sociedad, los empresarios determinan el curso de la producción.
En la ejecución de esta función están incondicional y totalmente
sujetos a la soberanía del público comprador, los consumidores.
Si no producen de la forma más barata y mejor posible esos productos
que los consumidores están reclamando más urgentemente,
sufren pérdidas y finalmente son eliminados de su posición empresarial. Otros hombres que sepan cómo atender mejor a los consumidores
los reemplazan.
Si todo el mundo previera correctamente el estado futuro del
mercado, los empresarios no obtendrían ningún beneficio ni sufrirían
ninguna pérdida. Tendrían que comprar los factores complementarios
de producción a precios que, ya en el momento de la
compra, reflejen completamente los precios futuros de los productos.
No habría espacio ni para pérdidas ni para ganancias. Lo que
hace que aparezca la ganancia es el hecho de que el empresario
que juzga los precios futuros de los productos más correctamente
que otra gente compra algunos o todos los factores de producción
a precios que, vistos desde el punto de vista del estado futuro del
mercado, son demasiado bajos. Así que los costes totales de producción
(incluyendo el interés en el capital invertido) quedan por
debajo de los precios que recibe el empresario por el producto.
Esta diferencia es la ganancia empresarial.
Por otro lado, el empresario que juzgue mal los precios futuros
de los productos hace que los precios de los factores de producción,
que, vistos desde el punto de vista del futuro estado del
mercado, son demasiado altos. Sus costes totales de producción
exceden los precios a los que pueden vender el producto. Esta diferencia
es la pérdida empresarial.
Así que pérdidas y ganancias se generan por el éxito o fracaso
en ajustar el curso de las actividades de producción a la demanda
más urgente de los consumidores. Una vez se alcanza este
ajuste, desaparecen. Los precios de los factores complementarios
de producción llegan a una altura en la que los costes totales de
producción coinciden con el precio del producto. Las pérdidas y
ganancias son características siempre presentes solo debido al
hecho de que el incesante cambio en los datos económicos crea
constantemente nuevas discrepancias y consiguientemente se origina
la necesidad de nuevos ajustes.
2. La distinción entre beneficios y otras ganancias
Muchos errores respecto de la naturaleza de las pérdidas y
ganancias se deben a la práctica de aplicar el término beneficio a
la totalidad de las ganancias residuales de un empresario.
El interés en el capital empleado no es parte componente del
beneficio. Los dividendos de una empresa no son beneficio. Son
intereses por el capital invertido más ganancia o menos pérdida.
El equivalente del mercado del trabajo realizado por el empresario
en la dirección de los asuntos de la empresa son los cuasi-salarios
empresariales, pero no el beneficio.
Si la empresa posee un factor en el que puede conseguir precios
de monopolio, obtiene una ganancia de monopolio. Si esta
empresa es una empresa cotizada, esas ganancias aumentan el dividendo.
Pero no son propiamente beneficios. Más serios son aún
los errores debidos a la confusión de la actividad empresarial y la
innovación y mejoras tecnológicas.
El mal ajuste cuya eliminación es la función esencial del
empresario puede consistir a menudo en el hecho de que no se
hayan utilizado nuevos métodos tecnológicos en toda la plenitud
en que deberían estar para proporcionar la mayor satisfacción posible
de la demanda de los consumidores. Pero no es siempre necesariamente
el caso. Los cambios en los datos, especialmente en
la demanda de los consumidores, pueden requerir ajustes que no
se refieran en absoluto a innovaciones y mejoras tecnológicas. El
empresario que simplemente aumente la producción de un artículo
añadiendo a las instalaciones existentes de producción una
nueva apariencia sin ningún cambio en el método tecnológico de
producción no es menos empresario que el hombre que crea una
nueva forma de producir. El negocio del empresario no es meramente
experimentar con nuevos métodos tecnológicos, sino seleccionar
de entre la multitud de métodos tecnológicamente
disponibles aquellos que sean más apropiados para proporcionar
al público de la forma más barata las cosas que piden más urgentemente.
El que un nuevo procedimiento tecnológico sea o no
apropiado para este fin será decidido provisionalmente por el empresario
y finalmente por la conducta del público comprador. La cuestión no es si hay que considerar un nuevo método como una
solución más “elegante” de un problema tecnológico. Es si, bajo
el estado concreto de datos económicos, es el mejor método posible
de ofertar a los consumidores de la manera más barata,
Las actividades del empresario consisten en la toma de decisiones.
Determina para qué propósito deberían emplearse los factores
de producción. Cualesquiera otros actos que pueda realizar
un empresario son meramente accidentales en su función empresarial.
Eso es lo que la gente normal normalmente no entiende.
Confunde las actividades empresariales con la dirección de los
asuntos tecnológicos y administrativos de una planta. A sus ojos,
ni los accionistas, ni los promotores y especuladores, sino los empleados
contratados son los verdaderos empresarios. Los primeros
son únicamente parásitos ociosos que se embolsan los dividendos.
Pero nadie contesta nunca que uno puede producir sin trabajar.
Pero tampoco es posible producir sin bienes de capital, los
factores previamente producidos de posterior producción. Estos
bines de capital son escasos, es decir, no bastan para la producción
de todas las cosas que a uno le gustaría haber producido.
Aquí aparece el problema económico: emplearlos de tal manera
que solo deberían producirse aquellos bienes que son apropiados
para satisfacer las demandas más urgentes de los consumidores.
Ningún bien debería permanecer sin producir debido al hecho de
que los factores requeridos para su producción se utilizaron (desperdiciaron)
para la producción de otro bien para el que la demanda
del público sea menos intensa. Lograr esto es bajo el
capitalismo la función del empresario que determina la asignación
de capital a las diversas ramas de la producción. Bajo el socialismo
sería una función del estado, el aparato social de coacción y
opresión. El problema de si un directorio socialista, al faltarle todo
método de cálculo económico, podría cumplir esta función no
será objeto de este ensayo (ver aquí).
Hay una regla sencilla para distinguir empresarios de no
empresarios. Los empresarios son aquellos a sobre quienes recae
la incidencia de las pérdidas en el capital empleado. Los economistas
aficionados pueden confundir beneficio con otros tipos de entradas. Pero es imposible reconocer las pérdidas en el capital
empleado.
3. Gestión sin ánimo de lucro
Lo que se ha llamado la democracia del mercado se manifiesta
en el hecho de que el negocio con ánimo de lucro está incondicionalmente
sujeto a la supremacía del público comprador.
Las organizaciones sin ánimo de lucro son soberanas sobre sí
mismas. Están, dentro de los límites marcados por la cantidad de
capital a su disposición, en situación de desafiar los deseos del
público.
Un caso especial es el de la gestión de los asuntos públicos,
la administración del aparato social de coacción y opresión, es decir,
el poder policial. Los objetivos del gobierno, la protección de
la inviolabilidad de las vidas y la salud de los individuos y de sus
esfuerzos por mejorar las condiciones materiales de su existencia,
son indispensables. Benefician a todos y son el requisito previo
necesario de la cooperación social y la civilización. Pero no pueden
venderse y comprarse de la forma en que se venden y compran
las mercancías, así que no tienen precio en el mercado. Con
respecto a ellos no puede haber ningún cálculo económico. Los
gastos incurridos para su realización no pueden comprarse con un
precio recibido por el producto. Este estado de cosas haría déspotas
irresponsables a los encargados de la administración de actividades
públicas si no estuvieran limitados por el sistema
presupuestario. Bajo este sistema se obliga a los administradores a
cumplir con instrucciones detalladas impuestas por el soberano,
ya sea un autócrata autonombrado o todo el pueblo actuando a
través de sus representantes electos. A los cargos se les asigna
fondos limitados que están obligados a gastar solo para esos fines
que haya ordenado el soberano. Así que la gestión de las administraciones
públicas se convierte en burocrática, es decir, dependiente
de reglas y regulaciones detalladas y definidas. La gestión burocrática es la única alternativa disponible en
la que no hay gestión por pérdidas y ganancias (1).
4. El voto del mercado
Los consumidores con su compra y abstención de comprar
eligen a los empresarios en una especie de plebiscito repetido. Determinan
quién debería tener y quién no cuánto debe tener cada
propietario.
Como ocurre en todos los casos de elección de una persona
(elección de cargos públicos, empleados, amigos o consorte), la
decisión de los consumidores se basa en la experiencia y por tanto
siempre se refiere al pasado. No hay experiencia del futuro. El voto
del mercado eleva a quienes han servido mejor a los consumidores
en el pasado inmediato. Sin embargo la elección no es
inalterable y puede corregirse diariamente. El elegido que decepcione
al elector se ve rápidamente rebajado en la clasificación.
Cada voto de los consumidores añade solo un poco a la esfera
de acción del hombre elegido. Para llegar a los niveles superiores
de los empresarios necesita un gran número de votos,
repetidos una y otra vez durante un largo periodo de tiempo, una
serie larga de éxitos. Debe soportar cada día un nuevo juicio, debe
someterse de nuevo a la reelección, por decirlo así.
Lo mismo para con sus herederos. Pueden mantener su situación
privilegiada solo recibiendo una y otra vez confirmación
por parte del público. Su cargo es revocable. Si lo retienen, no es
debido a los merecimientos de su predecesor, sino a su propia capacidad
de emplear el capital para la mejor satisfacción posible de
los consumidores.
Los empresarios no son perfectos ni buenos en ningún sentido
metafísico. Deben su posición exclusivamente al hecho de que
están mejor dotados que otros para realizar las funciones que les corresponden. Obtienen beneficios no porque sean más inteligentes
al realizar sus tareas, sino porque son más inteligentes o menos
torpes que otros. No son infalibles y se equivocan a menudo.
Pero son menos tendentes al error y se equivocan menos que
otros. Nadie tiene derecho a molestarse por los errores realizados
por los empresarios en su dirección y destacar que la gente habría
estado mejor provista si el empresario hubiera sido más hábil o
previsor. Si el quejica sabe hacerlo mejor, ¿por qué no lo hace él
mismo y aprovecha la oportunidad para obtener beneficios? Realmente
es fácil ser previsor después de que ocurra. Al mirar
atrás, todos los tontos se convierten en listos.
Una cadena popular de razonamiento es esta: El empresario
consigue beneficios no solo debido al hecho de que otra gente tuvo
menos éxito que él previendo el estado futuro del mercado. Él
mismo contribuyó a la aparición del beneficio a lo producir más
del artículo correspondiente, pero por una restricción intencionada
de la producción por su parte, la oferta de este producto habría
sido tan amplia que el precio habría bajado a un punto en el que
no habría aparecido ningún exceso de ingresos sobre costes de
producción gastados. Este razonamiento está en el fondo de las
falsas doctrinas de la competencia imperfecta y monopolística. Se
recurrió a él hace poco tiempo por parte de la administración estadounidense
cuando culpó a las empresas del sector del acero del
hecho de que la capacidad de producción de acero de Estados
Unidos no fuera mayor de que era realmente.
Indudablemente los dedicados a la producción de acero no
son responsables de que otra gente no entrara igualmente en este
campo de producción. El reproche por parte de las autoridades
habría tenido sentido si hubieran otorgado a las empresas existentes
del acero el monopolio de su producción. Pero en ausencia de
dicho privilegio, la reprimenda dada a las fábricas operativas no
está más justificada de lo que estaría censurar a los poetas y músicos
de la nación por el hecho de que no haya más y mejores poetas
y músicos. Si hay que acusar a alguien del hecho de que la
cantidad de gente que se unió a la organización de defensa voluntaria
civil no sea mayor, no es a aquellos que ya se hayan unido a
ella, sino solo a quienes no lo hayan hecho. El que la producción de un producto p no sea mayor de la
que realmente es, se debe al hecho de que los factores complementarios
de producción requeridos para una expansión se emplearon
para la producción de otros productos. Hablar de una
insuficiencia de la oferta de p es retórica vacía si no indica los diversos
productos m que se produjeron en excesivas cantidades
con el efecto de que su producción parece ahora, es decir, después
de acontecimiento, como un desperdicio de factores escasos de
producción. Podemos suponer que los empresarios que en lugar
de producir cantidades adicionales de p se dedicaron a la producción
de cantidades excesivas de m y consecuentemente sufrieron
pérdidas, no cometieron intencionadamente este error.
Tampoco lo productores de p restringen intencionadamente
la producción de p. Todo capital de un empresario es limitado: lo
emplea para aquellos proyectos que, espera que generen el máximo
beneficio al atender la demanda más urgente del público.
Un empresario a cuya disposición hay 100 unidades de capital
emplea, por ejemplo, 50 unidades para la producción de p y 50
unidades para la producción de q. Si ambas líneas son rentables,
es difícil culparle por no haber empleado más, por ejemplo, 75
unidades, para la producción de p. Aumentaría la producción de p
solo recortando la producción correspondiente de q. Pero con respecto
a q los protestantes podrían encontrar el mismo defecto. Si
uno culpa al empresario por no haber producido más p, uno debe
culparle también por no haber producido más q. Esto significa:
uno culpa al empresario por el hecho de que hay escasez de factores
de producción y de que la tierra ni es Jauja.
Tal vez quien protesta objetará porque considera que p es un
producto esencial, mucho más importante que q y por tanto la
producción de p debería expandirse y la de q restringirse. Si este
es realmente el sentido de su crítica, no está de acuerdo con las
valoraciones de los consumidores. Se quita la máscara y muestra
sus aspiraciones dictatoriales. La producción no debería dirigirse
por los deseos del público sino por su propia discreción despótica.
Pero si la producción de q de nuestro empresario implica una
pérdida, es evidente que su defecto fue su mala previsión y no fue
intencionada. A entrada en las filas de los empresarios en una sociedad de
mercado, no saboteada por la interferencia del gobierno u otras
agencias que recurran a la violencia, está abierta a todos. Quienes
saben cómo aprovechar cualquier oportunidad de negocio que
brote siempre encontrarán el capital requerido. Pues el mercado
está siempre lleno de capitalistas deseosos de encontrar el empleo
más prometedor para sus fondos y en busca de recién llegados ingeniosos,
en cuya compañía podrían llevar a cabo los proyectos
más remunerativos.
La gente a menudo no percibe esta característica propia del
capitalismo porque no entiende el significado y los efectos de la
escasez de capital. La tarea del empresario es seleccionar de la
multitud de proyectos tecnológicamente viables aquellos que satisfarán
las necesidades más urgentes pero aún no satisfechas del
público. Estos proyectos para cuya ejecución la oferta de capital
no basta no deben llevarse a cabo. El mercado está siempre lleno
de visionarios que quieren proponer esos planes impracticables e
inoperantes. Son estos soñadores los que siempre se quejan de la
ceguera de los capitalistas que son demasiado estúpidos como para
atender sus propios intereses. Por supuesto, los inversores a
menudo se equivocan al elegir sus inversiones. Pero estos fallos
consisten precisamente en el hecho de que prefirieron un proyecto
inapropiado a otro que habría satisfecho necesidades más urgentes
del público comprador.
La gente a menudo yerra lamentablemente al estimar el trabajo
del genio creativo. Solo una minoría de hombres puede apreciar
lo suficiente como para atribuir el valor correcto a los logros
de poetas, artistas y pensadores. Puede ocurrir que la indiferencia
de sus contemporáneos haga imposible que un genio consiga los
que habría logrado si sus conciudadanos hubieran mostrado un
mejor juicio. La forma en que son seleccionados el poeta laureado
y el filósofo de moda es indudablemente cuestionable.
Pero es intolerable cuestionar la elección de libre mercado
de los empresarios. La preferencia de los consumidores por artículos concretos puede estar sujeta a condena desde el punto de
vista del juicio de un filósofo. Pero los juicios de valor no siempre
necesariamente personales y subjetivos. El consumidor escoge lo que piensa que le satisface más. No se emplaza a nadie a determinar
qué podría hacer más feliz o menos infeliz a otro hombre. La
popularidad de los automóviles, televisores y las medias de nylon
puede criticarse desde un punto de vista “superior”. Pero son las
cosas que pide la gente. Ponen sus votos en aquellos empresarios
que les ofrecen esta mercancía de la mejor calidad al precio más
barato.
Al elegir entre diversos partidos y programas políticos para
la organización social y económica de la comunidad, la mayoría
de la gente está desinformada y tantea en la oscuridad. Al votante
medio le falta el conocimiento para distinguir las políticas apropiadas
para lograr los fines que pretende de las políticas inapropiadas.
Se pierde al examinar las largas cadenas de razonamiento
apriorístico que constituyen la filosofía de un programa social
completo. En el mejor de los casos puede formarse alguna opinión
acerca de los efectos a corto plazo de las respectivas políticas.
No es capaz de entender los efectos a largo plazo. Socialistas
y comunistas a menudo afirman en principio la infalibilidad de las
decisiones de la mayoría. Sin embargo traicionan sus propias palabras
al criticar a las mayorías parlamentarias que rechazan sus
creencias y al negar al pueblo, bajo el sistema de partido único, la
posibilidad de elegir entre distintos partidos.
Pero al comprar un producto o abstenerse de hacerlo no hay
implícito nada más que el deseo del consumidor de la mejor satisfacción
posible de sus deseos instantáneos. El consumidor no elige
(como el votante en la votación política) entre distintos medios
cuyos efectos aparecen solamente después. Elige entre cosas que
inmediatamente producen satisfacción. Su decisión es definitiva.
Un empresario obtiene beneficios sirviendo a los consumidores,
el pueblo, tal y como son y no como deberían ser según las
ideas de algún protestante o potencial dictador.
5. La función social de pérdidas y ganancias
Los beneficios nunca son normales. Solo parecen cuando
hay un desajuste, una divergencia entre la producción real y la
producción de debería haber para utilizar los recursos materiales y
mentales disponibles para la máxima satisfacción posible de los
deseos del público. Son los premios a quienes eliminan este desajuste;
desaparecen tan pronto como el desajuste se elimina completamente.
En la construcción imaginaria de una economía en
rotación constante no hay beneficios. Allí la suma de los precios
de los factores complementarios de producción, el pago debido
por la preferencia temporal, coincide con el precio del producto.
Cuando mayores sean los desajustes precedentes, mayor
será el beneficio obtenido por su eliminación. Los desajustes pueden
a veces calificarse como excesivos. Pero es inapropiado aplicar
el calificativo “excesivo” a los beneficios.
La gente llega a la idea de beneficios excesivos confrontando
la ganancia del capital empleado en la empresa y midiendo el
beneficio como un porcentaje del capital. Este método se sugiere
por el procedimiento habitual aplicado en sociedades y corporaciones
para la asignación de cuotas de la ganancia total a los socios
y accionistas individuales. Estos hombres han contribuido en
distinto grado a la realización del proyecto y han compartido
pérdidas y ganancias de acuerdo con el grado de sus contribuciones.
Pero no es el capital empleado lo que crea pérdidas y ganancias.
El capital no “engendra beneficio” como pensaba Marx. Los
bienes de capital como tales son cosas muertas que en sí mismas
no logran nada. Si se utilizan de acuerdo con una buena idea, se
obtienen ganancias. Si se utilizan de acuerdo con una idea errónea, se producen pérdidas y ningún beneficio. Es la decisión empresarial
la que crea las pérdidas o ganancias. Es de los actos
mentales, de la mente del empresario, de donde se original en definitiva
las ganancias. El beneficio es un producto de la mente, del
éxito en anticipar el estado futuro del mercado. Es un fenómeno
espiritual e intelectual. El absurdo de condenar cualquier beneficio como excesivo
puede demostrarse fácilmente. Una empresa con un capital de
cantidad c produjo una cantidad concreta de p que se vendió a
precios que produjeron un exceso de ingresos sobre costes de s y
consecuentemente un beneficio del n%. Si El empresario hubiera
sido menos capaz, habría necesitado un capital de 2c para la producción
de la misma cantidad de p. vamos olvidar incluso el
hecho de que habría aumentado necesariamente los costes de producción
ya que habría doblado el interés sobre el capital empleado
y podemos suponer que s permaneció inalterado. Pero en todo
caso s se hubiera comparado con 2c en lugar de c y por tanto el
beneficio habría sido solo del n/2% del capital empleado. El beneficio
“excesivo” se habría reducido a un nivel “justo”. ¿Por qué?
Porque el empresario fue menos eficiente y porque esta falta de
ineficiencia privó a sus conciudadanos de todas las ventajas que
podían haber obtenido si hubiera quedado disponible una cantidad
c de bienes de capital para la producción de otras mercancías.
Al calificar los beneficios como excesivos y penalizar a los
empresarios eficientes con impuestos discriminatorios, la gente se
daña a sí misma. Gravar los beneficios equivale a gravar el éxito
en servir mejor al público. El único objetivo de todas las actividades
de producción es emplear los factores de producción de tal
manera que rindan el máximo producto posible. Cuando más pequeña
sea la entrada requerida para la producción de un artículo,
más factores de producción quedan para la producción de otros
artículos. Pero cuanto más éxito tiene un empresario en este aspecto,
más se le ataca y más se le extrae mediante impuestos.
Aumentar los costes por unidad de producción, es decir, desperdiciar,
se alaba como virtud.
La manifestación más asombrosa de este completo fracaso
en entender la tarea de la producción y la naturaleza y funciones
del beneficio se muestra en la superstición popular de que el beneficio
es un añadido a los costes de producción, cuya altura depende
únicamente de la discreción del vendedor. Es esta creencia la
que guía al gobierno a la hora de controlar precios. Es la misma
creencia que ha llevado a muchos gobiernos a llegar a acuerdos
con sus contratistas según los cuales el precio a pagar por un artículo entregado ha de igualar los costes de producción dedicados
por el vendedor aumentados en un porcentaje concreto. El efecto
era que el proveedor obtenía más dinero extra cuanto menos éxito
tuviera en evitar costes superfluos.
Los contratos de este tipo aumentaron considerablemente las
cifras que Estados Unidos tuvo que gastar en las dos guerras
mundiales. Pero los burócratas, ante todo los profesores de economía
que trabajaron en diversas agencias de guerra, alardeaban
de sus inteligente manejo del asunto.
Todos, empresarios y no empresarios, ven con recelo cualquier
beneficio obtenido por otros. La envidia es una debilidad
común de los hombres. A la gente le cuesta reconocer el hecho de
que ella misma podía haber obtenido beneficios si hubiera mostrado
la misma previsión y juicio que tuvo el empresario de éxito.
Su resentimiento es más violento cuanto más subconscientemente
reconozca este hecho.
No habría ningún beneficio sin el deseo del público de adquirir
la mercancía ofrecida a la venta por el empresario de éxito.
Pero la misma gente que corre a comprar estos artículos condena
al empresario y califica de mal habido su beneficio.
La expresión semántica de esta envidia es la distinción entre
renta ordinaria y extraordinaria. Aparece en libros de texto, en el
leguaje legal y el procedimiento administrativo. Así, por ejemplo,
el formulario oficial 201 de devolución del impuesto de la renta
del Estado de Nueva York califica como “ganancias” solo a las
compensaciones recibidas por empleados e implícitamente toda la
demás renta, incluida la resultante del ejercicio de una profesión,
es renta extraordinaria. Esa es la terminología de un estado cuyo
gobernador es un republicano y cuya asamblea estatal tiene una
mayoría republicana.
La opinión pública consiente los beneficios solo mientras no
excedan el salario pagado a un empleado. Todo exceso se rechaza
como injusto. El objetivo de los impuestos es, bajo el principio de
capacidad de pago, confiscar este exceso.
Pero una de las funciones principales de los beneficios es
trasladar el control del capital a aquellos que saben cómo emplearlo de la mejor manera posible para la satisfacción del público.
Cuanto más gane un hombre, mayor se hará su riqueza y más influyente
se hará en la dirección de asuntos económicos. Pérdidas
y ganancias son los instrumentos por medio de los cuales los consumidores
pasan la dirección de las actividades de producción a
las manos de los más apropiados para servirles. Lo que se haga
para recortar o confiscar beneficios dificulta esta función. El resultado
de tales medidas es aflojar la rienda que tenían los consumidores
sobre el curso de la producción. La maquinaria
económica se convierte, desde el punto de vista de la gente, en
menos eficiente, y responde peor a esta.
Los celos del hombre común se dirigen contra los beneficios
de los empresarios como si se usaran totalmente para el consumo.
Por supuesto, se consume parte de ellos. Pero solo obtienen riquezas
e influencia en el ámbito de los negocios aquellos empresarios
que consumen solo una fracción de sus ganancias y reinvierten la
mayor parte en sus empresas. Lo que hace que los pequeños negocios
se conviertan en grandes empresas no es el gasto, sino el
ahorro y la acumulación de capital.
6. Pérdidas y ganancias en la economía en progreso y en
retroceso
Llamamos economía estacionaria a una economía en la que
la cuota por cabeza de la renta y riqueza de los individuos permanece
constante. En esa economía lo que los consumidores gasten
de más en la compra de algunos artículos debe ser igual a lo que
gasten de menos en otros. La cantidad total de ganancias obtenidas
por una parte de los empresarios es igual a la cantidad total de
pérdidas sufrida por otros.
Un exceso en la suma de todos los beneficios obtenidos en
toda la economía por encima de la suma de todas las pérdidas sufridas
aparece solo en una economía en progreso, es decir, en una
economía en la que aumenta la cuota de capital por cabeza. Este
aumento es un efecto del ahorro que añade nuevos bienes de capital a la cantidad ya previamente disponible. El aumento del capital
disponible crea desajustes en la medida en que produce una discrepancia
entre el estado actual de la producción y ese estado que
hace posible el capital adicional. Gracias a la aparición de capital
adicional, ciertos proyectos que hasta entonces no podían ejecutarse
se convierten en viables. Al dirigir el nuevo capital hacia
aquellos canales en los que satisface los deseos más urgentes de
los consumidores no satisfechos previamente, los empresarios
consiguen ganancias que no se contrarrestan por las pérdidas de
otros empresarios.
El enriquecimiento que genera el capital adicional va solo en
parte a aquellos que lo han creado ahorrando. El resto va, al aumentar
la productividad marginal del trabajo y por tanto los niveles
salariales, a los asalariados y, al aumentar los precios de
determinadas materias primas y alimentos, a los propietarios de
terrenos y finalmente, a los empresarios que integran este nuevo
capital en proceso de producción más económicos. Pero mientras
que la ganancia de los asalariados y los terratenientes es permanente,
los beneficios de los empresarios desaparecen una vez se
completa esta integración. Los beneficios de los empresarios con,
como ya se ha mencionado, un fenómeno permanente solo debido
al hecho de que los desajustes aparecen diariamente de nuevo por
la eliminación de cuyos beneficios se obtienen.
Recurramos sin embargo al concepto de renta nacional empleado
en la economía popular. Es evidente que en una economía
estacionaria ninguna parte de la renta nacional va a beneficios.
Solo en una economía en progreso hay un exceso de beneficios
totales sobre pérdidas totales. La creencia popular de que los beneficios
son una deducción de la renta de trabajadores y consumidores
en completamente falsa. Si queremos aplicar el término
deducción al asunto, tenemos que decir que este exceso de ganancias
sobre pérdidas, así como los aumentos de los asalariados y
terratenientes se deducen de las ganancias de aquellos cuyo ahorro
produjo el capital adicional. Es su ahorro el vehículo para la
mejora económica, el que hace posible el empleo de las innovaciones
tecnológicas y aumenta la productividad y el nivel de vida.
Es la actividad de los empresarios la que se ocupa del empleo más económico del capital adicional. Al no ahorrar, ni trabajadores ni
terratenientes contribuyen en nada a la aparición de las circunstancias
que generan lo que se llama progreso y mejora económica.
Se benefician del ahorro de otra gente que crea capital adicional
por un lado y de la acción empresarial que dirige este capital adicional
hacia la satisfacción de los deseos más urgentes por el otro.
Una economía en retroceso es una economía en la que disminuye
la cuota por cabeza de capital invertido. En esa economía la cantidad
total de pérdidas en las que incurren los empresarios excede
la cantidad total de beneficios obtenidos por otros empresarios.
7. El cálculo de pérdidas y ganancias
Las categorías praxeológicas originales de pérdidas y ganancias
son cualidades psíquicas y no son reducibles a ninguna
descripción interpersonal en términos cuantitativos. Son magnitudes
de intensidad. La diferencia entre el valor de un fin alcanzado
y el de los medios aplicados para su logro es una ganancia si es
positiva y una pérdida si es negativa.
Cuando hay división social de esfuerzos y cooperación, así
como propiedad privada de los medios de producción, el cálculo
económico en términos de unidades monetarias se hace posible y
necesario. Las pérdidas y ganancias son calculables como fenómenos sociales. El fenómeno psíquico de las pérdidas y ganancias,
de donde derivan en último término, siguen por supuesto
siendo magnitudes de intensidad incalculables.
El hecho de que en el marco de la economía de mercado, la
ganancia y pérdida empresarial estén determinadas por operaciones
aritméticas ha hecho equivocarse a mucha gente. No ven que
lo esencial que entra en este cálculo son las estimaciones derivadas
de la comprensión concreta del empresario del estado futuro
del mercado. Piensan que estos cálculos están abiertos a examen y
verificación o alteración por parte de un experto desinteresado.
Ignoran en hecho de que esos cálculos son por lo general parte propia de la previsión especulativa del empresario de condiciones
futuras inciertas.
Para el objetivo de este ensayo basta con referirse a una de
los problemas de la contabilidad de costes. Uno de los elementos
de una factura de costes es el establecimiento de la diferencia entre
el precio pagado por la adquisición de los que se llama habitualmente
el equipo duradero de producción y su valor actual.
Este valor actual es el dinero equivalente a la contribución que
hará este equipo a las ganancias futuras. No hay certidumbre
acerca del estado futuro del mercado y del volumen de estas ganancias.
Solo puede determinarse por una previsión especulativa
por parte del empresario. Es absurdo llamar a un experto y sustituir
con su juicio arbitrario el del empresario. El experto es objetivo
en la medida en que no se vea afectado por un error
cometido. Pero el empresario expone su propio bienestar material.
Por supuesto, la ley determina magnitudes de lo que llama
pérdidas y ganancias. Pero estas magnitudes no son idénticas a los
conceptos económicos de pérdidas y ganancias y no deben confundirse.
Si una ley fiscal califica de ganancia a una magnitud, en
la práctica determina la cantidad de impuestos debidos. Llama a
esta magnitud beneficio porque quiere justificar su política fiscal
a los ojos del público. Sería más correcto que el legislador omitiera
el término ganancia y simplemente hablara de las base de
cálculo del impuesto correspondiente.
La tendencia de las leyes fiscales es a calcular lo que llaman
ganancias tan alto como sea posible para aumentar los ingresos
públicos inmediatos. Pero hay otras leyes que siguen una tendencia
a restringir la magnitud de lo que llaman ganancia. Los códigos
comerciales de muchas naciones estaban y están guiados por
el intento de proteger los derechos de los acreedores. Buscan restringir
lo que llaman ganancias para impedir que el empresario las
elimine en exceso de la empresa o corporación en perjuicio de
acreedores y en su propio beneficio. Fueron estas tendencias las
que operaron en la evolución de las costumbres comerciales respecto
del volumen habitual de las cuotas de amortización. Hoy no hay necesidad de obsesionarse con el problema de la
falsificación del cálculo económico bajo condiciones inflacionistas.
Todos empiezan a comprender el fenómeno de las ganancias
ilusorias, consecuencia de las grandes inflaciones de nuestro
tiempo.
La incapacidad de entender los efectos de la inflación sobre
los métodos habituales de calcular las ganancias originó el concepto
moderno de exceso de ganancias. A un empresario se le califica
de receptor de ganancias excesivas si sus cuentas de
pérdidas y ganancias, calculadas en términos de una divisa sujeta
a una inflación en rápida progresión, muestra ganancias que otra
gente considera “excesivas”. Ha pasado muy a menudo en muchos
países que las cuentas de pérdidas y ganancias de dicho empresario,
cuando se calculan en términos de divisa no inflada o
menos inflada, no solo no muestran ninguna ganancia en absoluto,
sino pérdidas considerables.
Aunque olvidáramos cualquier referencia al fenómeno de
los beneficios ilusorios inducidos por la inflación, es evidente que
el calificativo de receptor de ganancias excesivas es la expresión
de un juicio arbitrario de valor. No hay otro patrón disponible para
la distinción entre ganancias excesivas y ganancias justas que
el que proporcionan la envidia y el resentimiento personales del
censor.
Es verdaderamente extraño que una eminente lógica, la veterana
L. Susan Stebbing, dejara de percibir por completo el asunto
referido. La Profesora Stebbing igualaba el concepto de exceso de
ganancias a conceptos que se refieren a una clara distinción de tal
naturaleza que no puede dibujarse una línea clara entre extremos.
La distinción entre ganancias excesivas y “ganancias legítimas”,
declaraba, está clara, aunque no sea una distinción evidente.(2)
Pero
esta distinción solo está clara en referencia a un acto de legislación
que define el término ganancias excesivas usado en su contexto.
Pero eso no es lo que Stebbing tiene en la cabeza.
Destacaba explícitamente que esas definiciones legales se hacían “de una manera arbitraria para los fines prácticos de la administración”.
Utilizaba el término legítimo sin ninguna referencia a las
disposiciones legales y sus definiciones. ¿Pero es permisible emplear
el término legítimo sin referencia a ningún patrón desde cuyo
punto de vista el asunto en cuestión se considere como
legítimo? ¿Y hay algún otro patrón disponible para la distinción
entre ganancias extraordinarias y legítimas que no sea el proporcionado
por juicios personales de valor?
La Profesora Stebbing se refería a los famosos argumentos
acervus y calvus de los antiguos lógicos. Muchas palabras son
vagas en la medida en que se aplican a características que pueden
poseerse en diversos grados. Es imposible marcar una línea clara
entre los que son calvos y los que no. Es imposible definir con
precisión el concepto de calvicie. Pero lo que no advertía la Profesora
Stebbing es que la característica según la cual la gente distingue
entre los calvos y los que no los son está abierta a una
definición precisa. Es la presencia o ausencia de cabello en la cabeza
de una persona. Es una señal clara y no ambigua cuya presencia
o ausencia se establece por observación y se expresa
proposiciones acerca de su existencia. Lo que es vago es meramente
la determinación del punto en el que la no calvicie se convierte
en calvicie. La gente puede discrepar con respecto a la
determinación de este punto. Pero su desacuerdo se refiere a la
interpretación de la convención que atribuye cierto significado a
la palabra calvicie. No hay implícitos juicios de valor. Por supuesto,
puede ocurrir que la diferencia de opinión se deba en un caso
concreto a un partidismo. Pero eso es otra cosa.
La vaguedad de palabras como calvo es la misma que es
propia en los numerales y pronombres indefinidos. El lenguaje
necesita esos términos para muchos fines ya que la comunicación
diaria entre hombres de un establecimiento aritmético exacto de
cantidades resulta superfluo y demasiado fastidioso. Los lógicos
se equivocan mucho al intentar atribuir a esas palabras cuya vaguedad
es intencionada y sirve a fines concretos la precisión de
los numerales definidos. Para una persona que planea visitar Seattle,
le basta la información de que hay muchos hoteles en la ciudad.
Un comité que planee realizar una convención en Seattle necesita información precisa acerca del número de camas de hotel
disponibles.
El error de la Profesora Stebbing consistía en la confusión
de proposiciones existenciales con juicios de valor. Su falta de
familiaridad con los problemas de la economía que muestran sus
por otro lado valiosos escritos, le llevan por mal camino. No habría cometido ese error en un campo que hubiera conocido mejor.
No habría declarado que hay una distinción clara entre los “derechos
legítimos” de un autor y sus “derechos ilegítimos”. Habría
entendido que el volumen de los derechos depende de la apreciación
del público de un libro y que un observador que critique el
volumen de los derechos expresa únicamente su juicio personal de
valor.
B. La condena del beneficio
1. La economía y la abolición del beneficio
Quienes rechazan el beneficio empresarial como “inmerecido”
quieren decir que es un lucro injustamente arrebatado a los
trabajadores o a los consumidores o a ambos. Esa es la idea que
subyace en el supuesto “derecho al producto completo del trabajo”
y la doctrina marxista de la explotación. Puede decirse que la
mayoría de los gobiernos (si no todos) y la inmensa mayoría de
nuestros contemporáneos apoyan en su mayor parte esta opinión
aunque algunos sean lo suficientemente generosos como para
aceptar la sugerencia de que una fracción de lo beneficios debería
quedar para los “explotadores”.
No tiene sentido discutir acerca de la adecuación de los preceptos
éticos. Derivan de la intuición; son arbitrarios y subjetivos.
No hay ningún patrón objetivo disponible con respecto al cual
puedan juzgarse. Los fines últimos son elegidos por los juicios de
valor de los individuos. No pueden determinarse por investigación
científica y razonamiento lógico. Si un hombre dice: “Esto es
lo que quiero cualesquiera que sean las consecuencias de mi conducta y el precio que tenga que pagar”, nadie está en disposición
de oponer ningún argumento contra él. Pero la cuestión es si es
realmente cierto que este hombre esté dispuesto a pagar cualquier
precio por alcanzar dicho fin. Si esta última pregunta se responde
negativamente, puede ser posible entrar a examinar el asunto correspondiente.
Si hubiera realmente gente que esté dispuesta a asumir todas
las consecuencias de la abolición del beneficio, por muy perjudiciales
que le sean, no sería posible que la economía se ocupara del
problema. Pero no es el caso. Quienes quieren abolir el beneficio
están guiados por la idea de que esta confiscación mejoraría el
bienestar material de todos los no empresarios. A sus ojos, la abolición
del beneficio no es un fin último, sino un medio para alcanzar
un fin concreto, que es el enriquecimiento de los no
empresarios. El que pueda alcanzarse realmente este fin por el
empleo de estos medios y si el empleo de estos medios produce
quizá algunos otros efectos que puedan ser menos deseables para
algunas personas o todas que las condiciones antes de emplear
esos medios, son cuestiones que la economía tiene que examinar.
2. Las consecuencias de la abolición del beneficio
La idea de abolir el beneficio en favor de los consumidores
implica que el empresario debería verse obligado a vender los
productos a precios que no excedan los costes de producción gastados.
Como tales precios están, para todos los artículos cuya venta
habría producido beneficio, por debajo del precio potencial de
mercado, la oferta disponible no basta para hacer posible que todos
los que quieran comprar a estos precios adquieran los artículos.
El mercado se paraliza por el decreto de precios máximos. Ya
no puede asignar los productos a los consumidores. Debe adoptarse
un sistema de racionamiento.
La sugerencia de abolir el beneficio del empresario en favor
de los empleados no busca la abolición del beneficio. Busca quitarlo
de las manos del empresario y entregarlo a sus empleados. Bajo ese plan, la incidencia de las pérdidas incurridas recaería
en el empresario, mientras que los beneficios irían a los empleados.
Es probable que el efecto de esta disposición consistiera
en hacer que aumentaran las pérdidas y disminuyeran los beneficios.
En todo caso, una mayor parte de los beneficios se consumirían
y una menor se ahorrarían y reinvertirían en la empresa.
No habría capital disponible para la creación de nuevas ramas de
producción y para la transferencia de capital de ramas que (de
acuerdo con la demanda de los clientes) deberían disminuir a ramas
que deberían expandirse. Pues esto dañaría los intereses de
los empleados en una empresa o sector concreto al restringir el
capital empleado en estos y transferirlo otra empresa o sector. Si
se hubiera adoptado ese plan hace un siglo, todas las innovaciones
conseguidas en este periodo habrían resultado imposibles. Si, por
seguir con el argumento, estuviéramos dispuestos a olvidar cualquier
referencia al problema de la acumulación de capital, aún
tendríamos que darnos cuenta de que dar el beneficio a los empleados
debe generar rigidez en el estado de producción una vez
alcanzado e impedir cualquier ajuste, mejora y progreso.
De hecho, el plan transferiría la propiedad del capital invertido
a las manos de los empleados. Sería equivalente al establecimiento
del sindicalismo y generaría todos los efectos del
sindicalismo, un sistema que ningún autor o reformista ha tenido
nunca el valor de defender abiertamente.
Una tercera solución al problema sería confiscar todos los
beneficios obtenido por los empresarios en favor del estado. Un
impuesto del 100% sobre los beneficios lograría este objetivo.
Transformaría a los empresarios en administradores irresponsables
de todas las fábricas y talleres. Ya no estarían sujetos a la supremacía
del público comprador. Serían solo gente que tendría el
poder de ocuparse de la producción como les pareciera.
Las políticas de todos los gobiernos contemporáneos que no
han adoptado abiertamente el socialismo aplican estos tres planes
conjuntamente. Confiscan por diversas medidas de control de precios
una parte de los beneficios potenciales en supuesto beneficio
de los consumidores. Apoyan a los sindicatos en sus esfuerzos por
apropiarse, bajo el principio de capacidad de pago de la determinación de los salarios, de una parte de los beneficios de los empresarios.
Y, en último lugar, tratan de confiscar, mediante impuestos
progresivos de la renta, impuestos especiales sobre
sociedades e impuestos a las “ganancias excesivas”, una parte cada
vez mayor de los beneficios en forma de ingresos públicos.
Puede verse fácilmente que estas políticas, si continúan, pronto
conseguirán abolir completamente el beneficio empresarial.
El efecto conjunto de la aplicación de estas políticas ya está
aumentando el caos. El efecto final sería la consecución completa
del socialismo al ahuyentar a los empresarios. El capitalismo no
puede sobrevivir a la abolición del beneficio. Son las pérdidas y
ganancias las que obligan a los capitalistas a emplear su capital
para el mejor servicio posible a los consumidores. Son las pérdidas
y ganancias las que hacen a esas personas supremas en la dirección
de los negocios que son más apropiados para satisfacer al
público. Si se abole el beneficio, se produce el caos.
3. Los argumentos contra el beneficio
Todas las razones aportadas a favor de una política contra el
beneficio son resultado de una interpretación errónea del funcionamiento
de la economía de mercado.
Los magnates son demasiado poderosos, demasiado ricos y
demasiado grandes. Abusan de su poder para su propio enriquecimiento.
Son tiranos irresponsables. La grandeza de una empresa
es en sí misma un mal. No hay razón por la que algunos hombres
posean millones mientras otros son pobres. La riqueza de unos
pocos es la causa de la pobreza de las masas.
Cada palabra de esta apasionada denuncia es falsa. Los
hombres de negocios no son tiranos irresponsables. Es precisamente
la necesidad de obtener ganancias y evitar pérdidas lo que
da a los consumidores un dominio firme sobre los empresarios y
les obliga a cumplir con los deseos de la gente. Lo que hace grande
una empresa es su éxito en cumplir mejor las demandas de los
compradores. Si la empresa mayor no sirve mejor a la gente que la menor, haría mucho que se habría reducido hasta ser pequeña.
No hay ningún daño en que un empresario trabaje para enriquecerse
aumentando sus beneficios. El empresario tiene como como
tal solo una tarea: buscar el máximo beneficio posible. Los grandes
beneficios son la prueba de un buen servicio ofrecido al ofertar
a los consumidores. Las pérdidas son la prueba de los errores
cometidos, del fracaso en llevar a cabo satisfactoriamente las tareas
que incumben a un empresario. Las riquezas de los empresarios
de éxito no son la causa de la pobreza de nadie: son la
consecuencia del hecho de que los consumidores están mejor
atendidos de lo que habrían estado en ausencia del trabajo del
empresario. La penuria de millones en los países subdesarrollados
no está causada por la opulencia de nadie: es el resultado del
hecho de que a su país le faltan empresarios que hayan adquirido
riquezas. El nivel de vida del hombre común es más alto en aquellos
países que tienen el mayor número de empresarios ricos. El
mayor interés material de todos es que el control de los factores
de producción se concentre en manos de los que saben cómo utilizarlos
de la manera más eficiente.
El objetivo declarado de las políticas de todos los gobiernos
y partidos políticos actuales es impedir la aparición de nuevos millonarios.
Si esta política se hubiera adoptado en Estados Unidos
hace cincuenta años, el crecimiento de las industrias productoras
de nuevos artículos se habría atrofiado. Vehículos a motor, neveras,
radios y cientos de innovaciones menos espectaculares pero
incluso más útiles no se habrían convertido en equipos habituales
en las familias estadounidenses.
El asalariado medio piensa que no hace falta nada más para
mantener en marcha el aparato social de producción y mejorar y
aumentar la producción que la rutina de trabajo comparativamente
sencilla que se le asigna. No se da cuenta de que no basta el mero
trabajo del que sigue la rutina. Diligencia y habilidad se emplean
en vano si no se dirigen hacia el objetivo más importante mediante
la previsión del empresario y no se ven ayudadas por el capital
acumulado por los capitalistas. El trabajador estadounidense se
equivoca lamentablemente cuando cree que su alto nivel de vida
se debe a su propia excelencia. No es más industrioso ni más hábil que los trabajadores de Europa Occidental. Debe su renta
superior al hecho de que este país se atiene al “crudo individualismo”
más que Europa. Tuvo suerte de que Estados Unidos pasara
a una política anticapitalista cuarenta o cincuenta años después
que Alemania. Sus salarios son superiores a los de los trabajadores
del resto del mundo porque el equipamiento de capital por cabeza
del empleado es más alto en Estados Unidos y porque el
empresario estadounidense no está tan restringido por reglamentaciones
obstaculizadoras como sus colegas en otras zonas. La
prosperidad comparativamente mayor de Estados Unidos es un
resultado del hecho de que el New Deal no llegó en 1900 o 1910,
sino solo en 1933.
Si uno quiere estudiar las razones del atraso de Europa, sería
necesario examinar las muchas leyes y regulaciones que impidieron
en establecimiento en Europa del equivalente al drug store estadounidense
e impidieron la evolución de cadenas de tiendas,
grandes almacenes, supermercados y marcas de ropa. Sería importante
investigar el esfuerzo del Reich alemán por proteger los
métodos ineficaces de la Handwerk (artesanía) tradicional frente a
la competencia de las empresas capitalistas. Más revelador aún
sería un examen de la Gewerbepolitik austriaca, una política que
desde principios de los ochenta buscaba conservar la estructura
económica de tiempos anteriores a la Revolución Industrial.
La peor amenaza a la prosperidad y la civilización y al bienestar
material de los asalariados es la incapacidad de los jefes sindicales,
de los “economistas sindicales” y de los estratos menos
inteligentes de los propios trabajadores en apreciar el papel que
desempeñan los empresarios en la producción. La falta de conocimiento
ha encontrado una expresión clásica en los escritos de
Lenin. Según opinaba Lenin todo lo que requiere la producción
aparte del trabajo manual del operario y el diseño de los ingenieros
es “el control de la producción y la distribución”, una tarea
que puede realizarse fácilmente “por los trabajadores armados”.
Pues esta contabilidad y control “se ha simplificado al máximo en
el capitalismo, hasta haberse convertido en operaciones extraordinariamente
sencillas de ver, registrar y emitir recibos, al alcance de cualquiera que pueda leer y escribir y conozca las cuatro primeras
reglas de la aritmética”(3). No hacen falta más comentarios.
4. El argumento igualitario
A los ojos de los partidos que se consideran progresistas e
izquierdistas, el principal defecto del capitalismo es la desigualdad
de rentas y riqueza. El fin último de sus políticas es establecer
la igualdad. Los moderados quieren alcanzar este objetivo paso a
paso; los radicales planean conseguirlo de golpe, con la eliminación
revolucionario del modo capitalista de producción.
Sin embargo, al hablar de igualdad y pedir vehementemente
su consecución, nadie defiende un recorte de su renta actual. La
palabra igualdad se emplea en el lenguaje político contemporáneo
siempre como nivelación por arriba de la renta de uno, nunca rebajándola.
Significa conseguir más, no compartir la riqueza propia
con gente que tiene menos.
Si el trabajador estadounidense del automóvil, del ferrocarril
o compositor dice igualdad, quiere decir expropiar a los poseedores
de acciones y bonos para su propio beneficio. No considera
compartirlos con los trabajadores no cualificados que ganan menos.
En el mejor de los casos, piensa en la igualdad de todos los
ciudadanos estadounidenses. Nunca se le ocurre que los pueblos
de Latinoamérica, Asia y África puedan interpretar el postulado
de la igualdad como igualdad mundial y no como igualdad nacional.
El movimiento político laborista, así como el movimiento
sindical laborista anuncian ostentosamente su internacionalismo.
Pero este internacionalismo es un mero gesto retórico sin significado
sustancial alguno. En todo país en el que los salarios medios
sean mayores que en cualquier otra zona, los sindicatos defienden barreras inmigratorias insuperables para impedir que “camaradas”
y “hermanos” extranjeros compitan con sus propios miembros.
Comparadas con las leyes anti-inmigración de las naciones europeas,
las legislación inmigratoria de las repúblicas americanas es
suave porque permite la inmigración de un número limitado de
personas. Esas cuotas normales no existen en la mayoría de las
leyes europeas.
Todos los argumentos aportados a favor de la igualación de
rentas dentro de un país pueden asimismo, con la misma justificación
o falta de ella, aportarse también a favor de la igualación
mundial. Un trabajador estadounidense no tiene más derecho a
reclamar los ahorros del capitalista estadounidense que cualquier
extranjero. El que un hombre haya conseguido beneficios sirviendo
a los consumidores y no haya consumido sus fondos sino reinvertido
la mayor parte en equipamiento industrial no da a nadie un
derecho válido para expropiar su capital en su propio beneficio.
Pero si uno mantiene la opinión contraria, indudablemente no hay
razón para atribuir a nadie un mejor derecho a expropiar que a
otro. No hay razón para afirmar que solo los estadounidenses tienen
derecho a expropiar a otros estadounidenses. Los mandamases
de los negocios estadounidenses son descendientes de gente
que emigró a Estados Unidos desde Inglaterra, Escocia, Irlanda,
Francia, Alemania y otros países europeos. La gente de su país de
origen contesta que tiene el mismo derecho que la gente estadounidense
de apropiarse de lo adquirido por estos hombres. Los radicales
estadounidenses se equivocan al creer que su programa
social es idéntico o al menos compatible con los objetivos de los
radicales de otros países. No lo es. Los radicales extranjeros no
estarían de acuerdo en dejar a los estadounidenses, una minoría de
menos del 7% de la población total mundial, lo que creen que es
una posición privilegiada. Un gobierno mundial del tipo del que
reclaman los radicales estadounidenses trataría de confiscar mediante
un impuesto mundial de la renta todas las ganancias que
obtiene un estadounidense medio por encima de la renta media de
un trabajador chino o indio. Quienes cuestionen la corrección de
esto, deberían acabar con sus dudas después de conversar con
cualquiera de los líderes intelectuales de Asia. Difícilmente habría algún iraní que califique las objeciones
realizadas por el gobierno laborista británico contra la confiscación
de los pozos de petróleo como otra cosa que una manifestación
de espíritu más reaccionario de la explotación capitalista.
Hoy los gobiernos solo se abstienen en la práctica de expropiar
(por control del cambio de moneda, impuestos discriminatorios y
dispositivos similares) las inversiones extranjeras si esperan conseguir
en los próximos años más capital extranjero y ser así capaces
en el futuro de expropiar aún más.
La desintegración del mercado mundial de capitales es uno
de los efectos más importantes de la mentalidad anti-beneficios de
nuestra época. Pero no menos desastroso es el hecho de que la
mayor parte de la población mundial mire a Estados Unidos (no
solo a los capitalistas estadounidenses sino asimismo a los trabajadores
estadounidenses) con los mismos sentimientos de envidia,
odio y hostilidad con los que, estimuladas por las doctrinas socialistas
y comunistas, las masas de todo el mundo miran a los capitalistas
de su propia nación.
5. Comunismo y pobreza
Un método habitual de ocuparse de los programas y movimientos
políticos es explicar y justificar su popularidad refiriéndose
a las condiciones que la gente encuentra insatisfactorias y los
objetivos que trata de alcanzar con la puesta en marcha de estos
programas.
Sin embargo, lo único que importa es si el programa referido
es apropiado para conseguir los fines buscados. Un mal programa
y una mala política no pueden explicarse nunca y menos justificarse
apuntando a las condiciones insatisfactorias de sus originadores
y defensores. Lo único que importa es si estas políticas
pueden o no eliminar o aliviar los males que pretenden remediar.
Pero casi todos nuestros contemporáneos declaran una y otra
vez: Si quieres tener éxito en combatir al comunismo, el socialismo
y el intervencionismo, debes primero mejorar las condiciones materiales del pueblo. La política de laissez faire se dirige precisamente
a hacer más próspero al pueblo. Pero no pudo tener éxito
al verse empeorada cada vez más por medidas socialistas e intervencionistas.
A muy corto plazo, las condiciones de una parte del pueblo
pueden mejorarse expropiando a los empresarios y capitalistas y
distribuyendo el botín. Pero esos caminos depredadores, que incluso
el Manifiesto Comunista describía como “despóticos” y
como “económicamente insuficientes e injustificables”, sabotean
el funcionamiento de la economía de mercado, empeoran enseguida
las condiciones de todo el pueblo y frustran la labor de los
empresarios y capitalistas por hacer más prósperas a las masas. Lo
que es bueno por un instante que se desvanece rápidamente (es
decir, al más corto plazo), muy pronto (es decir, a largo plazo)
genera las consecuencias más perjudiciales.
Los historiadores se equivocan al explicar el auge del nazismo
refiriéndose a las adversidades y dificultades reales o imaginarias
del pueblo alemán. Lo que hizo que los alemanes
apoyaran casi unánimemente los veinticinco puntos del programa
“inalterable” de Hitler no fueron algunas condiciones que consideraran
insatisfactorias, sino su expectativa de que la puesta en
marcha de su programa eliminaría sus quejas y les haría más felices.
Acudieron al nazismo porque les faltó sentido común e inteligencia.
No fueron suficientemente juiciosos como para
reconocer a tiempo los desastres que el nazismo estaba condenado
a producirles.
La inmensa mayoría de la población mundial es extremadamente
pobre cuando se compara con el nivel medio de vida de las
naciones capitalistas. Pero esta pobreza no explica su tendencia a
adoptar el programa comunista. Son anticapitalistas porque están
cegados por la envidia, son ignorantes y demasiado perezosos
como para apreciar correctamente las causas de sus problemas.
Solo hay un medio de mejorar sus condiciones materiales, que es
convencerlos de que solo el capitalismo puede hacerlos más
prósperos. El peor método para luchar contra el comunismo es el del
Plan Marshall. Da a los receptores la impresión de que solo Estados
Unidos está interesado en la conservación del sistema de los
beneficios mientras que sus propias preocupaciones requieren un
régimen comunista. Estados Unidos, piensan, les ayuda porque su
pueblo tiene mala conciencia. Se embolsan su soborno pero sus
simpatías van al sistema socialista. Las subvenciones estadounidenses
hacen posible que sus gobiernos oculten parcialmente los
efectos desastrosos de las diversas medidas socialistas que han
adoptado.
La pobreza no es la fuente del socialismo, sino los presupuestos
ideológicos falsos. La mayoría de nuestros contemporáneos rechazan de plano, sin haberlas estudiado nunca, todas las
enseñanzas de economía como un sinsentido apriorístico. Solo
puede confiarse en la experiencia, sostienen. ¿Pero hay alguna
experiencia que pueda hablar en favor del socialismo?
Responde el socialista: Pero el capitalismo crea pobreza: mirad
a India y China. La objeción es inútil. Ni India ni China han
establecido nunca capitalismo. Su pobreza es el resultado de la
ausencia de capitalismo.
Lo que ocurrió en estos y otros países subdesarrollados fue
que se beneficiaron desde el exterior de algunos de los frutos del
capitalismo sin haber adoptado el modo capitalista de producción.
Capitalistas europeos, y en años recientes también estadounidenses,
invirtieron capital en sus zonas y aumentaron así la productividad
marginal del trabajo y los niveles salariales. Al mismo
tiempo, estos pueblos recibieron del exterior los medios para luchar
contra enfermedades contagiosas, medicamentos desarrollados
en los países capitalistas. Consecuentemente, las tasas de
mortalidad, especialmente la mortalidad infantil, cayeron considerablemente.
En los países capitalistas esta prolongación de la vida
media se vio parcialmente compensada por una caída en la tasa de
natalidad. Al aumentar la acumulación de capital más rápidamente
que la población, creció constantemente la cuota por cabeza de
capital invertido. Estas naciones impidieron con sus políticas la
importación de capital extranjero y la acumulación de capital nacional.
El efecto conjunto de la alta tasa de natalidad y la ausencia de un aumento en el capital es, por supuesto, el aumento de la pobreza.
Solo hay un medio para mejorar el bienestar material de los
hombres, que es acelerar el aumento en el capital acumulado respecto
de la población. Ninguna elucubración psicológica, por muy
compleja que sea, puede alterar este hecho. No hay excusa alguna
para seguir políticas que no solo fracasarán en alcanzar los fines
buscados, sino que incluso empeorarán seriamente las condiciones.
6. La condena moral del motivo del beneficio
Tan pronto como se plantea el problema del beneficio, la
gente se traslada de la esfera praxeológica a la esfera de los juicios
éticos de valor. Luego todos se glorian con la aureola de un
santo y un asceta. Ellos no se preocupan por el dinero y el bienestar
material. Sirven a sus conciudadanos altruistamente lo mejor
que pueden. Luchan por cosas más elevadas y nobles que la riqueza.
Gracias a Dios, no son de esos egoístas conseguidores de
beneficios.
Se acusa a los empresarios porque lo único que tienen en la
cabeza es tener éxito. Pero todos (sin excepción) al actuar buscan
alcanzar un fin concreto. La única alternativa al éxito es el fracaso
y nadie quiere nunca fracasar. Es la misma esencia de la naturaleza
humana el que el hombre busque sustituir una estado menos
satisfactorio de las coas por uno más satisfactorio. Lo que distingue
al hombre decente del bandido son los diferentes objetivos
que buscan y los distintos medios a los que recurren para alcanzar
los objetivos elegidos. Pero ambos quieren tener éxito en algún
sentido. Lógicamente resulta inaceptable distinguir entre gente
que busca el éxito y gente que no.
Prácticamente todos buscan mejorar las condiciones materiales
de su existencia. A la opinión pública no les molestan los
esfuerzos de granjeros, trabajadores, oficinistas, maestros, doctores,
pastores y gente de muchas otras profesiones que ganen tanto como puedan. Pero censura a los capitalistas y empresarios por su
avaricia. Aunque disfruta sin escrúpulos de todos los bienes que
producen los negocios, el consumidor condena duramente el
egoísmo de los proveedores de esta mercancía. No se da cuenta de
que él mismo crea su beneficio al buscar las cosas que tienen que
vender.
El hombre medio tampoco comprende que los beneficios
son indispensables para dirigir las actividades de negocio a los
canales en los que mejor le sirven. Ve los beneficios como si su
única función fuera permitir a los receptores consumir más que él.
No se da cuenta de que su función principal es conducir los factores
de producción a las manos de quienes mejor los utilicen para
sus propios fines. Piensa que no renuncia a convertirse en empresario
por escrúpulos morales. Elige una postura de un rendimiento
más modesto porque le faltan las habilidades necesarias para ser
empresario o, en casos verdaderamente raros, porque sus inclinaciones
le impulsan a entrar en otra carrera.
La humanidad tendría que estar agradecida a aquellos hombres
excepcionales que por su celo científico, entusiasmo humanitario
o fe religiosa sacrificaron sus vidas, salud y riquezas al
servicio de sus congéneres. Pero los ignorantes practican el autoengaño
al compararse con los pioneros de la aplicación médica de
los rayos X o con monjas que atienden a gente atacada por la peste.
No es la autonegación la que hace que el médico medio elija
una carrera médica, sino la expectativa de conseguir una posición
social respetada y una renta apropiada.
Todos desean cobrar por sus servicios y logros tanto como
puedan obtener. En este aspecto, no hay diferencia entre trabajadores,
sindicalizados o no, pastores y maestros por un lado y empresarios
por el otro. Ninguno de ellos tiene derecho a hablar
como si fuera San Francisco de Asís.
No hay otro patrón de lo que es bueno y malo moralmente
que los efectos producidos por la conducta sobre la cooperación
social. Un individuo (hipotético) aislado y autosuficiente no
tendría que tener en cuenta al actuar nada más que su propio bienestar.
El hombre social debe en todas sus acciones evitar permitirse ninguna conducta que altere el funcionamiento tranquilo del
sistema de cooperación social. Al cumplir con la ley moral, el
hombre no sacrifica sus propias preocupaciones a aquellas de una
entidad mítica superior, se le llame clase, estado, nación, raza o
humanidad. Aplaca algunas de sus necesidades, apetitos y avaricias
instintivas, es decir, sus preocupaciones de acorto plazo, para
servir mejor a sus propios intereses (correctamente entendidos o a
largo plazo). Renuncia a una pequeña ganancia que podría conseguir
instantáneamente por temor a perder una satisfacción mayor
pero posterior. Alcanzar todos los fines humanos, sean los que sean,
se condiciona por la conservación y posterior desarrollo de los
lazos sociales y la cooperación humana. Lo que es un medio indispensable
para intensificar la cooperación social y hacer posible
que más gente sobreviva y disfrute de un nivel de vida más alto es
moralmente bueno y socialmente deseable. Quienes rechacen este
principio como no cristiano tendrían que considerar el texto: “para
que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da”. Indudablemente
no pueden negar que el capitalismo ha alargado los
días del hombre más que en épocas precapitalistas.
No hay ninguna razón por la que capitalistas y empresarios
deben avergonzarse de conseguir beneficios. Es una bobada que
alguna gente trate de defender el capitalismo estadounidense declarando:
“El historial de los negocios estadounidenses es bueno:
los beneficios no son demasiado altos”. La función de los empresarios
es conseguir beneficios; los altos beneficios son la prueba
de que han llevado a cabo bien su tarea de eliminar desajustes de
la producción.
Por supuesto, por lo general capitalistas y empresarios no
son santos excelsos en la virtud de la autonegación. Pero tampoco
los son sus críticos. Y con toda la consideración debida a la sublime
humildad de los santos, no podemos dejar de indicar el
hecho que el mundo estaría en una condición bastante desolada
estuviera poblado por hombres no interesados en la búsqueda del
bienestar material.
7. La mentalidad estática
Al hombre medio le falta la imaginación para darse cuenta
de que las condiciones de la vida y la acción están en un flujo
continuo. Como lo ve, no hay cambio en los objetos externos que
constituyen su bienestar. Su visión del mundo es estática y estacionaria.
Refleja un entorno estancado. No sabe ni que el pasado
era distinto del presente ni que prevalece la incertidumbre sobre
las cosas futuras. No concibe en absoluto la función del empresario
porque no es consciente de su incertidumbre. Como un niño
que toma todo lo que le dan sus padres sin hacer preguntas, toma
todos los bienes que les ofrecen los negocios. No es consciente de
los esfuerzos que le proporcionan todo lo que necesita. Ignora el
papel de la acumulación de capital y de las decisiones empresariales.
Simplemente da por sentado que aparece una mesa mágica a
su voluntad llena con todo aquello que desea disfrutar.
Esta mentalidad se refleja en la idea popular de la socialización.
Una vez que se eliminen los parásitos capitalistas y empresarios,
él mismo conseguirá todo los que solía consumir. Solo es
un pequeño error en sus expectativas el que sobrevalore grotescamente
el aumento en renta, si hay alguno, que cada individuo
podría recibir de tal distribución. Mucho más grave es el hecho de
que supone que lo único que hace falta para continuar con la producción
en diversas fábricas de esos bienes que están produciéndose
en el momento de la socialización de las maneras en que se
estaban produciendo hasta entonces. No se tiene en cuenta la necesidad
de ajustar la producción diariamente a las perpetuas condiciones
cambiantes. El socialista diletante no entiende que una
socialización realizada hace cincuenta años no habría socializado
la estructura de los negocios como existe hoy, sino como una estructura
muy diferente. No piensa por un momento en el enorme
esfuerzo que hace falta para transformar los negocios una y otra
vez para proporcionar el mejor servicio posible.
La incapacidad del diletante de entender los asuntos esenciales
de la dirección de los asuntos productivos no solo se manifiesta
en los escritos de Marx y Engels. No aparece menos en las
contribuciones de la pseudo-economía contemporánea. La construcción imaginaria de una economía en rotación
constante es una herramienta mental indispensable para el pensamiento
económico. Para concebir la función de las pérdidas y ganancias,
el economista construye la imagen de un estado de cosas
hipotético aunque irrealizable en el que nada cambia, en el que el
mañana no difiere en absoluto del hoy y en el que consecuentemente
no pueden aparecer desajustes y no aparece ninguna necesidad
de alteración en la dirección de los negocios. En el marco de
esta construcción imaginaria no hay empresarios ni pérdidas ni
ganancias empresariales. Las ruedas giran espontáneamente por
decirlo así. Pero el mundo real en el que viven y tienen que trabajar
los hombres nunca puede duplicar el mundo hipotético de esta
construcción mental.
Uno de los principales defectos de los economistas matemáticos es que tratan esta economía en rotación constante (la llaman
el estado estático) como si fuera algo realmente existente. Obsesionados
por la mentira de que la economía ha de tratarse con
métodos matemáticos, concentran sus esfuerzos en el análisis de
estados estáticos que, por supuesto, permiten una descripción en
series de ecuaciones diferenciales simultáneas. Pero este tratamiento
matemático evita cualquier referencia a los problemas reales
de la economía. Se dedica a un juego matemático bastante
inútil sin añadir nada a la comprensión del problema de la acción
y la producción humanas. Crea el error como si el análisis de los
estados estáticos fuera la principal preocupación de la economía.
Confunde con la realidad una simple herramienta de trabajo para
pensar.
El economista matemático está tan cegado por su prejuicio
epistemológico que simplemente no puede ver cuál es la tarea de
la economía. Ansía demostrarnos que el socialismo es realizable
bajo condiciones estáticas. Como las condiciones estáticas, como
admite él mismo, son irrealizables, esto equivale simplemente a la
afirmación de que en un estado irrealizable del mundo el socialismo
sería factible. ¡Un resultado muy valioso, de verdad, para
cientos de años de trabajo conjunto de cientos de autores, enseñado
en todas las universidades, publicado en innumerables libros
de texto y monografías y en múltiples revistas científicas! No existe una economía estática. Todas las conclusiones derivadas
de la preocupación por la imagen de estados estáticos y
equilibrios estáticos no valen para la descripción del mundo como
es y será siempre.
C. La alternativa
Un orden social basado en el control privado de los medios
de producción no puede funcionar sin la acción empresarial y el beneficio empresarial y por supuesto, la pérdida empresarial. La
eliminación del beneficio, sean cuales sean los métodos a los que
se recurra para su ejecución, debe transformar la sociedad en un
revoltijo sin sentido. Crearía pobreza para todos.
En un sistema socialista no hay ni empresarios ni beneficio
o pérdida empresarial. El director supremo de la comunidad socialista
tendría, sin embargo, que sufrirlos, después de que un exceso
de ganancias sobre los costes, de la misma manera que hacen
los empresarios bajo el capitalismo. No es tarea de este ensayo
ocuparse del socialismo. Por tanto no es necesario destacar el
punto de que, al no ser capaces de aplicar ningún tipo de cálculo económico, el jefe socialista nunca sabría cuáles son los costes y
cuales las ganancias de sus operaciones.
Lo que importa en este contexto es simplemente el hecho de
que no hay ningún tercer sistema viable. No puede haber un sistema
no socialista sin beneficio y pérdida empresariales. Los esfuerzos
por eliminar los beneficios del sistema capitalista son
sencillamente destructivos. Desintegran el capitalismo sin poner
nada en su lugar. Es esto lo que tenemos en la cabeza al mantener
que llevarían al caos.
Los hombres deben elegir entre capitalismo y socialismo.
No pueden eludir este dilema recurriendo a un sistema capitalista
sin beneficio empresarial. Cada paso hacia la eliminación del beneficio
es progresar en el camino hacia la desintegración social. Al optar entre capitalismo y socialismo la gente está implícitamente
optando también entre todas las instituciones sociales que
son la compañía necesaria de cada uno de estos sistemas, su “superestructura”,
como decía Marx. Si el control de la producción se
quita de las manos de los empresarios, elegidos diariamente en el
plebiscito de los consumidores, para ponerlo en las manos de comandante
supremo de los “ejércitos industriales” (Marx y Engels)
o de los “trabajadores armados” (Lenin), ningún gobierno representativo
ni libertad civil pueden sobrevivir. Wall Street, contra la
que están batallando los autodenominados idealistas, es simplemente
un símbolo. Pero los muros de las prisiones soviéticas dentro
de las cuales desaparecen para siempre los disidentes son un
duro hecho.
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*- LUDWIG VON MISES es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”. Este trabajo se preparó para la reunión de la Sociedad Mont Pèlerin en Beauvallon, Francia, del 9 al 16 de septiembre de 1951. Está incluido en Planning for Freedom (South Holland, Ill.: Libertarian Press, 1952). El artículo original se encuentra en: http://mises.org/daily/2321 (Publicado el 7 de octubre de 2006).
(1)- Cf. Mises, Human Action, Yale University Press, 1949, páginas 306-307; Bureaucracy, Yale University Press, 1944, páginas 40-73.
(2)- Cf. L. Susan Stebbing, Thinking to Some Purpose. (Pelican Books A44), páginas 185-187.
(3)- Lenin, Estado y producción, 1917 (edición inglesa de International Publishers, Nueva York, páginas 83-84). Las cursivas son de Lenin (o del traductor comunista).
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