“El zorro conoce muchas cosas,
pero el erizo conoce una sola gran cosa’. Con esta cita, Isaiah Berlin compara
a los erizos humanos de este mundo —aquellos “que todo lo refieren a un único
aspecto central, a un principio ordenador único y universal”— con los zorros
humanos”, aquellos que persiguen muchas metas, frecuentemente sin relación
entre sí e incluso contradictorias”, cuyo “pensamiento es disperso o difuso.., puesto que pretenden comprender la naturaleza
de una gran variedad de experiencias y objetos diversos por cuanto son en si mismos,
sin intentar encajarlos en alguna visión invariable, universal, a veces
contradictoria en sí e incompleta, en una visión a veces fanática, unitaria,
profunda” (Paul Simon - Unv. Toronto).
Parece obvio que, a pesar de
estas dos categorías construídas por Berlin, ambas pueden convivir dentro de un
mismo individuo en diferentes grados.
El premio nobel, Kahnenman, cita
a Berlin:
Los "erizos" saben muchísimo, y tienen una teoría sobre el mundo; explican aconteceres particulares dentro de un marco coherente, se erizan con impaciencia contra aquellos que no ven las cosas a su manera y confían plenamente en sus previsiones. Son también especialmente renuentes a admitir el error.
Para los "erizos", una predicción fallida está casi siempre fuera del momento o muy cerca de la verdad. Son dogmáticos y claros, que es precisamente lo que a los productores de televisión les gusta ver en los programas. Dos erizos situados en lados opuestos y atacando las ideas idiotas del adversario hacen un buen espectáculo. Los "zorros", por el contrario, piensan de un modo mas complejo. No creen que haya una gran cosa que guíe la marcha de la historia (por ejemplo, es difícil que acepten la opinión de que Ronald Reagan pusiera fin el solo a la guerra fría yendo con la cabeza en alto frente a la Unión Soviética).
Los zorros mas bien reconocen que la realidad emerge de las interacciones de muchos agentes y fuerzas diferentes, incluido el ciego azar, que con frecuencia genera procesos impredecibles de gran calado.[.]. Es menos probable que los zorros sean invitados, frente a los erizos, a participar en los debates televisivos.
(“Pensar Rápido, Pensar Despacio” de Daniel Kahneman)
Entre los fragmentos conservados de poeta griego Arquíloco,
uno dice: «muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una sola y grande».
Fórmula, según Isaiah Berlin, puede servir para diferenciar a 2 clases de
pensadores, de artistas, de seres humanos en general: - aquellos que poseen
visión central, sistematizada, de la vida; un principio ordenador en función
del cual tienen sentido, y se ensamblan acontecimientos históricos y menudos
sucesos individuales, persona y sociedad, y - aquellos que tienen visión
dispersa y múltiple de realidad y de hombres, que no integran lo que existe, en
una explicación u orden coherente, pues perciben mundo como compleja
diversidad, en la que, aunque hechos o fenómenos particulares gocen de sentido
y coherencia, el todo es tumultuoso, contradictorio, inapresable. Primera, es
visión «centrípeta». Segunda «centrífuga». Dante, Platón, Hegel, Dostoievski,
Nietzsche, Proust fueron, según Isaiah Berlin, erizos. Y zorros: Shakespeare,
Aristóteles, Montaigne, Moliere, Goethe, Balzac, Joyce.
El profesor Berlin está, qué duda cabe, entre los zorros. Lo
está no sólo por su concepción abierta, pluralista, del fenómeno humano, sino
por astucia con que se las arregla para presentar sus formidables intuiciones y
descubrimientos intelectuales, al sesgo, como simples figuras retóricas,
accidentes del discurso o pasajeras hipótesis de trabajo. Metáfora de erizo y
zorro, aparece al principio de su magistral ensayo sobre teoría de historia de
Tolstoi y sus semejanzas con las de pensador ultramontano Joseph de Maistre; e
Isaiah Berlin, luego de formularla, se apresura a prevenirnos contra peligros
de cualquier clasificación de esta naturaleza. En efecto, ellas pueden ser
artificiales y hasta absurdas. Pero la suya no lo es. Todo lo contrario: muerde
en carne viva, y resulta tan iluminadora para entender 2 actitudes ante la
vida, que se proyectan en todos los campos de cultura; filosofía, literatura,
política, ciencia; como lo era su distingo entre libertad «negativa» y
«positiva», para entender problema de la libertad. Es cierto que hay visión
«centrípeta», de erizo, que reduce, explícita o implícitamente, todo lo que
ocurre y lo que es, a núcleo bien trabado de ideas, gracias a las cuales, caos
de vida, se vuelve orden; y confusión de cosas, se torna transparente.
Es visión que se asienta a veces en la fe, como en san
Agustín o en santo Tomás; a veces en la razón, como en Marqués de Sade, Marx o
Freud, y que, por encima de grandes diferencias de forma y contenido y
propósito (y, claro está, de talento) de sus autores, establece entre ellos, un
parentesco. Ante todo, es totalizadora, dueña de instrumento universal, que
permite llegar a raíz de todas las experiencias; de llave que permite
conocerlas y relacionarlas. Este intrumento, esta llave; gracia, inconsciente, pecado,
relaciones sociales de producción, deseo; representa estructura general que
sostiene la vida, y es al mismo tiempo, marco dentro del cual evolucionan,
padecen o gozan, hombres y la explicación de por qué, y cómo lo hacen. Azar, lo
accidental, lo gratuito, desaparecen del mundo (o quedan relegados a margen tan
subalterno, que es como si no existieran), en visión de erizos. A diferencia de
éstos, en los que predomina lo general, zorro está confinada en lo particular.
Para ella, en última instancia, lo «general» no existe: sólo existen casos
particulares; tantos y tan diversos unos de otros, que suma de ellos, no
constituye unidad significativa, sino, más bien, confusión vertiginosa; magma
de contradicciones. Ejemplos literarios de Shakespeare y Balzac, que da Isaiah
Berlin, son prototípicos. Obra de ambos, es hervidero extraordinario de
individuos, que no se parecen, ni en sus motivaciones recónditas, ni en sus
actos públicos; vasto abanico de conductas y morales, de posibilidades humanas.
Críticos que tratan de extraer «constantes» de esos mundos, y resumir en
interpretación singular, visión del hombre y vida que proponen, nos dan
impresión de empobrecer o traicionar, a Shakespeare y a Balzac. Ocurre que no
tenían una visión; tenían varias y contradictorias. Disfrazado o explícito, en
todo erizo hay un fanático; en una zorro, un escéptico. Quien cree haber
encontrado una explicación última del mundo, termina por acuartelarse en ella,
y negarse a saber nada de las otras. Quien es incapaz de concebir explicación
de este género, termina, tarde o temprano, por poner en duda, que ella pueda
existir. Gracias a erizos, se han llevado a cabo extraordinarias hazañas;
descubrimientos, conquistas, revoluciones; pues para este género de empresas,
se requiere casi inevitablemente, ese celo y heroísmo, que suele inspirar a sus
adeptos; visión centrípeta y finalista, como la de cristianos y marxistas.
Gracias a zorros, ha mejorado «calidad» de vida, pues nociones de tolerancia,
respeto mutuo, permisibilidad, de libertad, son más fáciles de aceptar; y en
ciertos casos, más necesarias para poder vivir; en aquellos que, incapaces de
percibir orden único y singular en la vida, admiten tácitamente que haya varios
y disímiles.
Hay campos, en los que, de manera natural, han prevalecido
erizos. Política, por ejemplo, donde explicaciones totalizadoras, claras y
coherentes, de problemas, son siempre más populares, y al menos en apariencia,
más eficaces a la hora de gobernar. En artes y literatura, en cambio, zorros
son más numerosas; no así en ciencias, donde éstas son minoría. Profesor Berlin
muestra, en caso de Tolstoi, que erizo y zorro pueden convivir, en misma
persona. Genial novelista de lo «particular», prodigioso descriptor de
diversidad humana, de protoplasmática diferencia de casos individuales que
forman realidad cotidiana, feroz impugnador de todas las abstracciones de
historiadores y filósofos que pretendían explicar dentro de sistema racional el
desenvolvimiento humano; zorro Tolstoi; vivió hipnóticamente tentado por ambición
de visión unitaria y central de la vida, y acabó por incurrir en ella, primero
en determinismo histórico de “Guerra y Paz”, y sobre todo, en su profetismo
religioso de últimos años. Creo que caso de Tolstoi no es único; que todos los
zorros vivimos envidiando perpetuamente a erizos. Para éstos, la vida siempre
es más vivible. Aunque vicisitudes de existencia sean en ambos idénticas, por
una misteriosa razón, sufrir y morir, resultan menos difíciles e intolerables;
a veces, fáciles; cuando uno se siente poseedor de una verdad universal y
central, pieza perfectamente nítida, dentro de ese mecanismo que es la vida, y
cuyo funcionamiento cree conocer. Pero existencia de zorros, es asimismo,
eterno desafío para erizos, el canto de sirenas que aturdió a Ulises. Porque,
aunque sea más fácil vivir dentro de claridad y orden, es atributo humano
irremediable, renunciar a esta facilidad, y a menudo, preferir sombra y
desorden.
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