Titular ABC 3 de Noviembre de 2019 |
Si el objetivo de un Gobierno es conseguir la abolición (o limitación) del beneficio empresarial, la Economía no tiene nada que decir al respecto. Ahora bien, si se afirma que confiscando el beneficio se incrementará el bienestar de todos, entonces sí, habrá que acudir a la Economía, porque ésta no trata de fines, sino que analiza si los medios empleados son idóneos para alcanzar los fines propuestos.
La condena del beneficio
(por Ludwig Von Mises)
Hay una regla sencilla para distinguir empresarios de no empresarios.
Los empresarios son aquellos sobre quienes recae la incidencia
de las pérdidas en el capital empleado.
(L.V. M.)
1. La economía y la abolición del beneficio
Quienes rechazan el beneficio empresarial como “inmerecido”
quieren decir que es un lucro injustamente arrebatado a los trabajadores o a
los consumidores o a ambos. Esa es la idea que subyace en el supuesto “derecho
al producto completo del trabajo” y la doctrina marxista de la explotación.
Puede decirse que la mayoría de los gobiernos (si no todos) y la inmensa
mayoría de nuestros contemporáneos apoyan en su mayor parte esta opinión aunque
algunos sean lo suficientemente generosos como para aceptar la sugerencia de
que una fracción de los beneficios debería quedar para los “explotadores”.
No tiene sentido discutir acerca de la adecuación de los
preceptos éticos. Derivan de la intuición; son arbitrarios y subjetivos. No hay
ningún patrón objetivo disponible con respecto al cual puedan juzgarse. Los
fines últimos son elegidos por los juicios de valor de los individuos. No pueden
determinarse por investigación científica y razonamiento lógico. Si un hombre
dice: “Esto es lo que quiero cualesquiera que sean las consecuencias de mi
conducta y el precio que tenga que pagar”, nadie está en disposición de oponer
ningún argumento contra él. Pero la cuestión es si es realmente cierto que este
hombre esté dispuesto a pagar cualquier precio por alcanzar dicho fin. Si esta
última pregunta se responde negativamente, puede ser posible entrar a examinar
el asunto correspondiente.
Si hubiera realmente gente que esté dispuesta a asumir todas
las consecuencias de la abolición del beneficio, por muy perjudiciales que le
sean, no sería posible que la economía se ocupara del problema. Pero no es el
caso. Quienes quieren abolir el beneficio están guiados por la idea de que esta
confiscación mejoraría el bienestar material de todos los no empresarios. A sus
ojos, la abolición del beneficio no es un fin último, sino un medio para
alcanzar un fin concreto, que es el enriquecimiento de los no empresarios. El
que pueda alcanzarse realmente este fin por el empleo de estos medios y si el
empleo de estos medios produce quizá algunos otros efectos que puedan ser menos
deseables para algunas personas o todas que las condiciones antes de emplear
esos medios, son cuestiones que la economía tiene que examinar.
2. Las consecuencias de la abolición del beneficio
La idea de abolir el beneficio en favor de los consumidores
implica que el empresario debería verse obligado a vender los productos a
precios que no excedan los costes de producción gastados. Como tales precios
están, para todos los artículos cuya venta habría producido beneficio, por
debajo del precio potencial de mercado, la oferta disponible no basta para
hacer posible que todos los que quieran comprar a estos precios adquieran los
artículos. El mercado se paraliza por el decreto de precios máximos. Ya no
puede asignar los productos a los consumidores. Debe adoptarse un sistema de
racionamiento.
La sugerencia de abolir el beneficio del empresario en favor
de los empleados no busca la abolición del beneficio. Busca quitarlo de las
manos del empresario y entregarlo a sus empleados.
Bajo ese plan, la incidencia de las pérdidas incurridas
recaería en el empresario, mientras que los beneficios irían a los empleados.
Es probable que el efecto de esta disposición consistiera en hacer que
aumentaran las pérdidas y disminuyeran los beneficios. En todo caso, una mayor
parte de los beneficios se consumirían y una menor se ahorrarían y
reinvertirían en la empresa. No habría capital disponible para la creación de
nuevas ramas de producción y para la transferencia de capital de ramas que (de
acuerdo con la demanda de los clientes) deberían disminuir a ramas que deberían
expandirse. Pues esto dañaría los intereses de los empleados en una empresa o
sector concreto al restringir el capital empleado en estos y transferirlo otra
empresa o sector. Si se hubiera adoptado ese plan hace un siglo, todas las
innovaciones conseguidas en este periodo habrían resultado imposibles. Si, por
seguir con el argumento, estuviéramos dispuestos a olvidar cualquier referencia
al problema de la acumulación de capital, aún tendríamos que darnos cuenta de
que dar el beneficio a los empleados debe generar rigidez en el estado de
producción una vez alcanzado e impedir cualquier ajuste, mejora y progreso.
De hecho, el plan transferiría la propiedad del capital
invertido a las manos de los empleados. Sería equivalente al establecimiento
del sindicalismo y generaría todos los efectos del sindicalismo, un sistema que
ningún autor o reformista ha tenido nunca el valor de defender abiertamente.
Una tercera solución al problema sería confiscar todos los
beneficios obtenido por los empresarios en favor del estado. Un impuesto del
100% sobre los beneficios lograría este objetivo. Transformaría a los
empresarios en administradores irresponsables de todas las fábricas y talleres.
Ya no estarían sujetos a la supremacía del público comprador. Serían solo gente
que tendría el poder de ocuparse de la producción como les pareciera.
Las políticas de todos los gobiernos contemporáneos que no
han adoptado abiertamente el socialismo aplican estos tres planes conjuntamente.
Confiscan con diversas medidas de control de precios una parte de los
beneficios potenciales en supuesto beneficio de los consumidores. Apoyan a los
sindicatos en sus esfuerzos por apropiarse, bajo el principio de capacidad de
pago de la determinación de los salarios, de una parte de los beneficios de los
empresarios. Y, en último lugar, tratan de confiscar, mediante impuestos
progresivos de la renta, impuestos especiales sobre sociedades e impuestos a
las “ganancias excesivas”, una parte cada vez mayor de los beneficios en forma
de ingresos públicos. Puede verse fácilmente que estas políticas, si continúan,
pronto conseguirán abolir completamente el beneficio empresarial.
El efecto conjunto de la aplicación de estas políticas ya
está aumentando el caos. El efecto final sería la consecución completa del
socialismo al ahuyentar a los empresarios. El capitalismo no puede sobrevivir a
la abolición del beneficio. Son las pérdidas y ganancias las que obligan a los
capitalistas a emplear su capital para el mejor servicio posible a los
consumidores. Son las pérdidas y ganancias las que hacen a esas personas
supremas en la dirección de los negocios que son más apropiados para satisfacer
al público. Si se abole el beneficio, se produce el caos.
3. Los argumentos contra el beneficio
Todas las razones aportadas a favor de una política contra
el beneficio son resultado de una interpretación errónea del funcionamiento de
la economía de mercado.
Los magnates son demasiado poderosos, demasiado ricos y
demasiado grandes. Abusan de su poder para su propio enriquecimiento. Son
tiranos irresponsables. La grandeza de una empresa es en sí misma un mal. No
hay razón por la que algunos hombres posean millones mientras otros son pobres.
La riqueza de unos pocos es la causa de la pobreza de las masas.
Cada palabra de esta apasionada denuncia es falsa. Los
hombres de negocios no son tiranos irresponsables. Es precisamente la necesidad
de obtener ganancias y evitar pérdidas lo que da a los consumidores un dominio
firme sobre los empresarios y les obliga a cumplir con los deseos de la gente.
Lo que hace grande una empresa es su éxito en cumplir mejor las demandas de los
compradores. Si la empresa mayor no sirve mejor a la gente que la menor, haría
mucho que se habría reducido hasta ser pequeña. No hay ningún daño en que un
empresario trabaje para enriquecerse aumentando sus beneficios. El empresario
tiene como como tal solo una tarea: buscar el máximo beneficio posible. Los
grandes beneficios son la prueba de un buen servicio ofrecido al ofertar a los
consumidores. Las pérdidas son la prueba de los errores cometidos, del fracaso
en llevar a cabo satisfactoriamente las tareas que incumben a un empresario.
Las riquezas de los empresarios de éxito no son la causa de la pobreza de
nadie: son la consecuencia del hecho de que los consumidores están mejor
atendidos de lo que habrían estado en ausencia del trabajo del empresario. La
penuria de millones en los países subdesarrollados no está causada por la
opulencia de nadie: es el resultado del hecho de que a su país le faltan
empresarios que hayan adquirido riquezas. El nivel de vida del hombre común es
más alto en aquellos países que tienen el mayor número de empresarios ricos. El
mayor interés material de todos es que el control de los factores de producción
se concentre en manos de los que saben cómo utilizarlos de la manera más
eficiente.
El objetivo declarado de las políticas de todos los
gobiernos y partidos políticos actuales es impedir la aparición de nuevos
millonarios. Si esta política se hubiera adoptado en Estados Unidos hace
cincuenta años, el crecimiento de las industrias productoras de nuevos
artículos se habría atrofiado. Vehículos a motor, neveras, radios y cientos de
innovaciones menos espectaculares pero incluso más útiles no se habrían
convertido en equipos habituales en las familias estadounidenses.
El asalariado medio piensa que no hace falta nada más para
mantener en marcha el aparato social de producción y mejorar y aumentar la
producción que la rutina de trabajo comparativamente sencilla que se le asigna.
No se da cuenta de que no basta el mero trabajo del que sigue la rutina.
Diligencia y habilidad se emplean en vano si no se dirigen hacia el objetivo
más importante mediante la previsión del empresario y no se ven ayudadas por el
capital acumulado por los capitalistas. El trabajador estadounidense se
equivoca lamentablemente cuando cree que su alto nivel de vida se debe a su
propia excelencia. No es más industrioso ni más hábil que los trabajadores de
Europa Occidental. Debe su renta superior al hecho de que este país se atiene
al “crudo individualismo” más que Europa. Tuvo suerte de que Estados Unidos
pasara a una política anticapitalista cuarenta o cincuenta años después que
Alemania. Sus salarios son superiores a los de los trabajadores del resto del
mundo porque el equipamiento de capital per cápita del empleado es más alto en
Estados Unidos y porque el empresario estadounidense no está tan restringido
por reglamentaciones obstaculizadoras como sus colegas en otras zonas. La
prosperidad comparativamente mayor de Estados Unidos es un resultado del hecho
de que el New Deal no llegó en 1900 o 1910, sino solo en 1933.
Si uno quiere estudiar las razones del atraso de Europa,
sería necesario examinar las muchas leyes y regulaciones que impidieron en
establecimiento en Europa del equivalente al drug store estadounidense e
impidieron la evolución de cadenas de tiendas, grandes almacenes, supermercados
y marcas de ropa. Sería importante investigar el esfuerzo del Reich alemán por
proteger los métodos ineficaces de la Handwerk (artesanía) tradicional frente a
la competencia de las empresas capitalistas. Más revelador aún sería un examen
de la Gewerbepolitik austriaca, una política que desde principios de los
ochenta (s. XIX) buscaba conservar la estructura económica de tiempos
anteriores a la Revolución Industrial.
La peor amenaza a la prosperidad y la civilización y al
bienestar material de los asalariados es la incapacidad de los jefes
sindicales, de los “economistas sindicales” y de los estratos menos inteligentes
de los propios trabajadores en apreciar el papel que desempeñan los empresarios
en la producción. La falta de conocimiento ha encontrado una expresión clásica
en los escritos de Lenin. Según opinaba Lenin todo lo que requiere la
producción aparte del trabajo manual del operario y el diseño de los ingenieros
es “el control de la producción y la distribución”, una tarea que puede
realizarse fácilmente “por los trabajadores armados”. Pues esta contabilidad y
control “se ha simplificado al máximo en el capitalismo, hasta haberse
convertido en operaciones extraordinariamente sencillas de ver, registrar y
emitir recibos, al alcance de cualquiera que pueda leer y escribir y conozca
las cuatro primeras reglas de la aritmética”. No hacen falta más comentarios.
4. El argumento igualitario
A los ojos de los partidos que se consideran progresistas e
izquierdistas, el principal defecto del capitalismo es la desigualdad de rentas
y riqueza. El fin último de sus políticas es establecer la igualdad. Los
moderados quieren alcanzar este objetivo paso a paso; los radicales planean
conseguirlo de golpe, con la eliminación revolucionario del modo capitalista de
producción.
Sin embargo, al hablar de igualdad y pedir vehementemente su
consecución, nadie defiende un recorte de su renta actual. La palabra igualdad
se emplea en el lenguaje político contemporáneo siempre como nivelación por
arriba de la renta de uno, nunca rebajándola. Significa conseguir más, no
compartir la riqueza propia con gente que tiene menos.
Si el trabajador estadounidense del automóvil, del
ferrocarril o compositor dice igualdad, quiere decir expropiar a los poseedores
de acciones y bonos para su propio beneficio. No considera compartirlos con los
trabajadores no cualificados que ganan menos. En el mejor de los casos, piensa
en la igualdad de todos los ciudadanos estadounidenses. Nunca se le ocurre que
los pueblos de Latinoamérica, Asia y África puedan interpretar el postulado de
la igualdad como igualdad mundial y no como igualdad nacional.
El movimiento político laborista, así como el movimiento
sindical laborista anuncian ostentosamente su internacionalismo. Pero este
internacionalismo es un mero gesto retórico sin significado sustancial alguno.
En todo país en el que los salarios medios sean mayores que en cualquier otra
zona, los sindicatos defienden barreras inmigratorias insuperables para impedir
que “camaradas” y “hermanos” extranjeros compitan con sus propios miembros.
Comparadas con las leyes anti-inmigración de las naciones europeas, la legislación
inmigratoria de las repúblicas americanas es suave porque permite la
inmigración de un número limitado de personas. Esas cuotas normales no existen
en la mayoría de las leyes europeas.
Todos los argumentos aportados a favor de la igualación de
rentas dentro de un país pueden asimismo, con la misma justificación o falta de
ella, aportarse también a favor de la igualación mundial. Un trabajador
estadounidense no tiene más derecho a reclamar los ahorros del capitalista
estadounidense que cualquier extranjero. El que un hombre haya conseguido
beneficios sirviendo a los consumidores y no haya consumido sus fondos sino
reinvertido la mayor parte en equipamiento industrial no da a nadie un derecho
válido para expropiar su capital en su propio beneficio. Pero si uno mantiene
la opinión contraria, indudablemente no hay razón para atribuir a nadie un
mejor derecho a expropiar que a otro. No hay razón para afirmar que solo los
estadounidenses tienen derecho a expropiar a otros estadounidenses. Los mandamases
de los negocios estadounidenses son descendientes de gente que emigró a Estados
Unidos desde Inglaterra, Escocia, Irlanda, Francia, Alemania y otros países
europeos. La gente de su país de origen contesta que tiene el mismo derecho que
la gente estadounidense de apropiarse de lo adquirido por estos hombres. Los
radicales estadounidenses se equivocan al creer que su programa social es
idéntico o al menos compatible con los objetivos de los radicales de otros
países. No lo es. Los radicales extranjeros no estarían de acuerdo en dejar a
los estadounidenses, una minoría de menos del 7% de la población total mundial,
lo que creen que es una posición privilegiada. Un gobierno mundial del tipo del
que reclaman los radicales estadounidenses trataría de confiscar mediante un
impuesto mundial de la renta todas las ganancias que obtiene un estadounidense
medio por encima de la renta media de un trabajador chino o indio. Quienes
cuestionen la corrección de esto, deberían acabar con sus dudas después de
conversar con cualquiera de los líderes intelectuales de Asia. Difícilmente
habría algún iraní que califique las objeciones realizadas por el gobierno
laborista británico contra la confiscación de los pozos de petróleo como otra
cosa que una manifestación de espíritu más reaccionario de la explotación
capitalista. Hoy los gobiernos solo se abstienen en la práctica de expropiar
(por control del cambio de moneda, impuestos discriminatorios y dispositivos
similares) las inversiones extranjeras si esperan conseguir en los próximos años
más capital extranjero y ser así capaces en el futuro de expropiar aún más.
La desintegración del mercado mundial de capitales es uno de
los efectos más importantes de la mentalidad anti-beneficios de nuestra época.
Pero no menos desastroso es el hecho de que la mayor parte de la población
mundial mire a Estados Unidos (no solo a los capitalistas estadounidenses sino
asimismo a los trabajadores estadounidenses) con los mismos sentimientos de
envidia, odio y hostilidad con los que, estimuladas por las doctrinas
socia-listas y comunistas, las masas de todo el mundo miran a los capitalistas
de su propia nación.
5. Comunismo y pobreza
Un método habitual de ocuparse de los programas y
movimientos políticos es explicar y justificar su popularidad refiriéndose a
las condiciones que la gente encuentra insatisfactorias y los objetivos que
trata de alcanzar con la puesta en marcha de estos programas.
Sin embargo, lo único que importa es si el programa referido
es apropiado para conseguir los fines buscados. Un mal programa y una mala
política no pueden explicarse nunca y menos justificarse apuntando a las
condiciones insatisfactorias de sus originadores y defensores. Lo único que
importa es si estas políticas pueden o no eliminar o aliviar los males que
pretenden remediar.
Pero casi todos nuestros contemporáneos declaran una y otra
vez: Si quieres tener éxito en combatir al comunismo, el socialismo y el
intervencionismo, debes primero mejorar las condiciones materiales del pueblo.
La política de laissez faire se dirige precisamente a hacer más próspero al
pueblo. Pero no pudo tener éxito al verse empeorada cada vez más por medidas
socialistas e intervencionistas.
A muy corto plazo, las condiciones de una parte del pueblo
pueden mejorarse expropiando a los empresarios y capitalistas y distribuyendo
el botín. Pero esos caminos depredadores, que incluso el Manifiesto Comunista
describía como “despóticos” y como “económicamente insuficientes e
injustificables”, sabotean el funcionamiento de la economía de mercado,
empeoran enseguida las condiciones de todo el pueblo y frustran la labor de los
empresarios y capitalistas por hacer más prósperas a las masas. Lo que es bueno
por un instante que se desvanece rápidamente (es decir, al más corto plazo),
muy pronto (es decir, a largo plazo) genera las consecuencias más
perjudiciales.
Los historiadores se equivocan al explicar el auge del
nazismo refiriéndose a las adversidades y dificultades reales o imaginarias del
pueblo alemán. Lo que hizo que los alemanes apoyaran casi unánimemente los
veinticinco puntos del programa “inalterable” de Hitler no fueron algunas
condiciones que consideraran insatisfactorias, sino su expectativa de que la
puesta en marcha de su programa eliminaría sus quejas y les haría más felices.
Acudieron al nazismo porque les faltó sentido común e inteligencia. No fueron
suficientemente juiciosos como para reconocer a tiempo los desastres que el
nazismo estaba condenado a producirles.
La inmensa mayoría de la población mundial es extremadamente
pobre cuando se compara con el nivel medio de vida de las naciones
capitalistas. Pero esta pobreza no explica su tendencia a adoptar el programa
comunista. Son anticapitalistas porque están cegados por la envidia, son
ignorantes y demasiado perezosos como para apreciar correctamente las causas de
sus problemas. Solo hay un medio de mejorar sus condiciones materiales, que es
convencerlos de que solo el capitalismo puede hacerlos más prósperos.
El peor método para luchar contra el comunismo es el del
Plan Marshall. Da a los receptores la impresión de que solo Estados Unidos está
interesado en la conservación del sistema de los beneficios mientras que sus
propias preocupaciones requieren un régimen comunista. Estados Unidos, piensan,
les ayuda porque su pueblo tiene mala conciencia. Se embolsan su soborno pero
sus simpatías van al sistema socialista. Las subvenciones estadounidenses hacen
posible que sus gobiernos oculten parcialmente los efectos desastrosos de las
diversas medidas socialistas que han adoptado.
La pobreza no es la fuente del socialismo, sino los
presupuestos ideológicos falsos. La mayoría de nuestros contemporáneos rechazan
de plano, sin haberlas estudiado nunca, todas las enseñanzas de economía como
un sinsentido apriorístico. Solo puede confiarse en la experiencia, sostienen.
¿Pero hay alguna experiencia que pueda hablar en favor del socialismo?
Responde el socialista: Pero el capitalismo crea pobreza:
mirad a India y China. La objeción es inútil. Ni India ni China han establecido
nunca capitalismo. Su pobreza es el resultado de la ausencia de capitalismo.
Lo que ocurrió en estos y otros países subdesarrollados fue
que se beneficiaron desde el exterior de algunos de los frutos del capitalismo
sin haber adoptado el modo capitalista de producción. Capitalistas europeos, y
en años recientes también estadounidenses, invirtieron capital en sus zonas y
aumentaron así la productividad marginal del trabajo y los niveles salariales.
Al mismo tiempo, estos pueblos recibieron del exterior los medios para luchar contra
enfermedades contagiosas, medicamentos desarrolla-dos en los países
capitalistas. Consecuentemente, las tasas de mortalidad, especialmente la
mortalidad infantil, cayeron considerablemente. En los países capitalistas esta
prolongación de la vida media se vio parcialmente compensada por una caída en
la tasa de natalidad. Al aumentar la acumulación de capital más rápidamente que
la población, creció constantemente la cuota por cabeza de capital invertido.
Estas naciones impidieron con sus políticas la importación de capital
extranjero y la acumulación de capital nacional. El efecto conjunto de la alta
tasa de natalidad y la ausencia de un aumento en el capital es, por supuesto,
el aumento de la pobreza.
Solo hay un medio para mejorar el bienestar material de los
hombres, que es acelerar el aumento en el capital acumulado respecto de la
población. Ninguna elucubración psicológica, por muy compleja que sea, puede
alterar este hecho. No hay excusa alguna para seguir políticas que no solo
fracasarán en alcanzar los fines buscados, sino que incluso empeorarán
seriamente las condiciones.
6. La condena moral del motivo del beneficio
Tan pronto como se plantea el problema del beneficio, la
gente se traslada de la esfera praxeológica a la esfera de los juicios éticos
de valor. Luego todos se vanaglorian con la aureola de un santo y un asceta.
Ellos no se preocupan por el dinero y el bienestar material. Sirven a sus
conciudadanos altruistamente lo mejor que pueden. Luchan por cosas más elevadas
y nobles que la riqueza. Gracias a Dios, no son de esos egoístas conseguidores
de beneficios.
Se acusa a los empresarios porque lo único que tienen en la
cabeza es tener éxito. Pero todos (sin excepción) al actuar buscan alcanzar un
fin concreto. La única alternativa al éxito es el fracaso y nadie quiere nunca
fracasar. Es la misma esencia de la naturaleza humana el que el hombre busque
sustituir una estado menos satisfactorio de las cosas por uno más
satisfactorio. Lo que distingue al hombre decente del bandido son los diferentes
objetivos que buscan y los distintos medios a los que recurren para alcanzar
los objetivos elegidos. Pero ambos quieren tener éxito en algún sentido.
Lógicamente resulta inaceptable distinguir entre gente que busca el éxito y
gente que no.
Prácticamente todos buscan mejorar las condiciones
mate-riales de su existencia. A la opinión pública no les molestan los
esfuerzos de granjeros, trabajadores, oficinistas, maestros, docto-res,
pastores y gente de muchas otras profesiones que ganen tanto como puedan. Pero
censura a los capitalistas y empresarios por su avaricia. Aunque disfruta sin
escrúpulos de todos los bienes que producen los negocios, el consumidor condena
duramente el egoísmo de los proveedores de esta mercancía. No se da cuenta de
que él mismo crea su beneficio al buscar las cosas que tienen que vender.
El hombre medio tampoco comprende que los beneficios son
indispensables para dirigir las actividades de negocio a los canales en los que
mejor le sirven. Ve los beneficios como si su única función fuera permitir a
los receptores consumir más que él. No se da cuenta de que su función principal
es conducir los factores de producción a las manos de quienes mejor los
utilicen para sus propios fines. Piensa que no renuncia a convertirse en
empresario por escrúpulos morales. Elige una postura de un rendimiento más
modesto porque le faltan las habilidades necesarias para ser empresario o, en
casos verdaderamente raros, porque sus inclinaciones le impulsan a entrar en
otra carrera.
La humanidad tendría que estar agradecida a aquellos hombres
excepcionales que por su celo científico, entusiasmo humanitario o fe religiosa
sacrificaron sus vidas, salud y riquezas al servicio de sus congéneres. Pero
los ignorantes practican el autoengaño al compararse con los pioneros de la
aplicación médica de los rayos X o con monjas que atienden a gente atacada por
la peste. No es la autonegación la que hace que el médico medio elija una
carrera médica, sino la expectativa de conseguir una posición social respetada
y una renta apropiada.
Todos desean cobrar por sus servicios y logros tanto como
puedan obtener. En este aspecto, no hay diferencia entre trabaja-dores,
sindicalizados o no, pastores y maestros por un lado y empresarios por el otro.
Ninguno de ellos tiene derecho a hablar como si fuera San Francisco de Asís.
No hay otro patrón de lo que es bueno y malo moralmente que
los efectos producidos por la conducta sobre la cooperación social. Un
individuo (hipotético) aislado y autosuficiente no tendría que tener en cuenta
al actuar nada más que su propio bien-estar. El hombre social debe en todas sus
acciones evitar permitirse ninguna conducta que altere el funcionamiento
tranquilo del sistema de cooperación social. Al cumplir con la ley moral, el
hombre no sacrifica sus propias preocupaciones a aquellas de una entidad mítica
superior, se le llame clase, estado, nación, raza o humanidad. Aplaca algunas
de sus necesidades, apetitos y avaricias instintivas, es decir, sus
preocupaciones de a corto plazo, para servir mejor a sus propios intereses
(correctamente entendidos o a largo plazo). Renuncia a una pequeña ganancia que
podría conseguir instantáneamente por temor a perder una satisfacción mayor
pero posterior. Alcanzar todos los fines humanos, sean los que sean, se
condiciona por la conservación y posterior desarrollo de los lazos sociales y
la cooperación humana. Lo que es un medio indispensable para intensificar la
cooperación social y hacer posible que más gente sobreviva y disfrute de un
nivel de vida más alto es moralmente bueno y socialmente deseable. Quienes
rechacen este principio como no cristiano tendrían que considerar el texto:
“para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da”.
Indudablemente no pueden negar que el capitalismo ha alargado los días del
hombre más que en épocas precapitalistas.
No hay ninguna razón por la que capitalistas y empresarios
deben avergonzarse de conseguir beneficios. Es una bobada que alguna gente
trate de defender el capitalismo estadounidense declarando: “El historial de los
negocios estadounidenses es bueno: los beneficios no son demasiado altos”. La
función de los empresarios es conseguir beneficios; los altos beneficios son la
prueba de que han llevado a cabo bien su tarea de eliminar desajustes de la
producción.
Por supuesto, por lo general capitalistas y empresarios no
son santos excelsos en la virtud de la autonegación. Pero tampoco los son sus
críticos. Y con toda la consideración debida a la sublime humildad de los
santos, no podemos dejar de indicar el hecho que el mundo estaría en una
condición bastante desolada estuviera poblado por hombres no interesados en la
búsqueda del bienestar material.
7. La mentalidad estática
Al hombre medio le falta la imaginación para darse cuenta de
que las condiciones de la vida y la acción están en un flujo continuo. Como lo
ve, no hay cambio en los objetos externos que constituyen su bienestar. Su
visión del mundo es estática y estacionaria. Refleja un entorno estancado. No
sabe ni que el pasado era distinto del presente ni que prevalece la
incertidumbre sobre las cosas futuras. No concibe en absoluto la función del
empresario porque no es consciente de su incertidumbre. Como un niño que toma
todo lo que le dan sus padres sin hacer preguntas, toma todos los bienes que
les ofrecen los negocios. No es consciente de los esfuerzos que le proporcionan
todo lo que necesita. Ignora el papel de la acumulación de capital y de las
decisiones empresariales. Simplemente da por sentado que aparece una mesa
mágica a su voluntad llena con todo aquello que desea disfrutar.
Esta mentalidad se refleja en la idea popular de la
socialización. Una vez que se eliminen los parásitos capitalistas y
empresarios, él mismo conseguirá todo los que solía consumir. Solo es un
pequeño error en sus expectativas el que sobrevalore grotescamente el aumento
en renta, si hay alguno, que cada individuo podría recibir de tal distribución.
Mucho más grave es el hecho de que supone que lo único que hace falta para
continuar con la producción en diversas fábricas de esos bienes que están
produciéndose en el momento de la socialización de las maneras en que se
estaban produciendo hasta entonces. No se tiene en cuenta la necesidad de
ajustar la producción diariamente a las perpetuas condiciones cambiantes. El
socialista diletante no entiende que una socialización realizada hace cincuenta
años no habría socializado la estructura de los negocios como existe hoy, sino
como una estructura muy diferente. No piensa por un momento en el enorme
esfuerzo que hace falta para transformar los negocios una y otra vez para
proporcionar el mejor servicio posible.
La incapacidad del diletante de entender los asuntos
esenciales de la dirección de los asuntos productivos no solo se manifiesta en
los escritos de Marx y Engels. No aparece menos en las contribuciones de la
pseudo-economía contemporánea.
La construcción imaginaria de una economía en rotación
constante es una herramienta mental indispensable para el pensamiento
económico. Para concebir la función de las pérdidas y ganancias, el economista construye
la imagen de un estado de cosas hipotético aunque irrealizable en el que nada
cambia, en el que el mañana no difiere en absoluto del hoy y en el que
consecuente-mente no pueden aparecer desajustes y no aparece ninguna necesidad de
alteración en la dirección de los negocios. En el marco de esta construcción
imaginaria no hay empresarios ni pérdidas ni ganancias empresariales. Las
ruedas giran espontáneamente por decirlo así. Pero el mundo real en el que
viven y tienen que trabajar los hombres nunca puede duplicar el mundo
hipotético de esta construcción mental.
Uno de los principales defectos de los economistas
matemáticos es que tratan esta economía en rotación constante (la llaman el
estado estático) como si fuera algo realmente existente. Obsesionados por la
mentira de que la economía ha de tratarse con métodos matemáticos, concentran
sus esfuerzos en el análisis de estados estáticos que, por supuesto, permiten
una descripción en series de ecuaciones diferenciales simultáneas. Pero este
tratamiento matemático evita cualquier referencia a los problemas reales de la
economía. Se dedica a un juego matemático bastante inútil sin añadir nada a la
comprensión del problema de la acción y la producción humanas. Crea el error
como si el análisis de los estados estáticos fuera la principal preocupación de
la economía. Confunde con la realidad una simple herramienta de trabajo para
pensar.
El economista matemático está tan cegado por su prejuicio
epistemológico que simplemente no puede ver cuál es la tarea de la economía.
Ansía demostrarnos que el socialismo es realizable bajo condiciones estáticas.
Como las condiciones estáticas, como admite él mismo, son irrealizables, esto
equivale simplemente a la afirmación de que en un estado irrealizable del mundo
el socialismo sería factible. ¡Un resultado muy valioso, de verdad, para
cientos de años de trabajo conjunto de cientos de autores, enseñado en todas
las universidades, publicado en innumerables libros de texto y monografías y en
múltiples revistas científicas!
No existe una economía estática. Todas las conclusiones
derivadas de la preocupación por la imagen de estados estáticos y equilibrios
estáticos no valen para la descripción del mundo como es y será siempre.
C. La alternativa
Un orden social basado en el control privado de los medios
de producción no puede funcionar sin la acción empresarial y en beneficio
empresarial y por supuesto, la pérdida empresarial. La eliminación del
beneficio, sean cuales sean los métodos a los que se recurra para su ejecución,
debe transformar la sociedad en un revoltijo sin sentido. Crearía pobreza para
todos.
En un sistema socialista no hay ni empresarios ni beneficio
o pérdida empresarial. El director supremo de la comunidad socialista tendría,
sin embargo, que sufrirlos, después de que un exceso de ganancias sobre los
costes, de la misma manera que hacen los empresarios bajo el capitalismo. No es
tarea de este ensayo ocuparse del socialismo. Por tanto no es necesario
destacar el punto de que, al no ser capaces de aplicar ningún tipo de cálculo económico, el jefe socialista nunca sabría cuáles son los costes y cuales las ganancias de sus operaciones.
Lo que importa en este contexto es simplemente el hecho de
que no hay ningún tercer sistema viable. No puede haber un sistema no socialista
sin beneficio y pérdida empresariales. Los esfuerzos por eliminar los
beneficios del sistema capitalista son sencillamente destructivos. Desintegran
el capitalismo sin poner nada en su lugar. Es esto lo que tenemos en la cabeza
al mantener que llevarían al caos.
Los hombres deben elegir entre capitalismo y socialismo. No
pueden eludir este dilema recurriendo a un sistema capitalista sin beneficio
empresarial. Cada paso hacia la eliminación del beneficio es progresar en el
camino hacia la desintegración social.
Al optar entre capitalismo y socialismo la gente está
implícitamente optando también entre todas las instituciones sociales que son
la compañía necesaria de cada uno de estos sistemas, su “superestructura”, como
decía Marx. Si el control de la producción se quita de las manos de los
empresarios, elegidos diariamente en el plebiscito de los consumidores, para
ponerlo en las manos de comandante supremo de los “ejércitos industriales”
(Marx y Engels) o de los “trabajadores armados” (Lenin), ningún gobierno
representativo ni libertad civil pueden sobrevivir. Wall Street, contra la que
están batallando los autodenominados idealistas, es simplemente un símbolo.
Pero los muros de las prisiones soviéticas dentro de las cuales desaparecen
para siempre los disidentes son un duro hecho.
Luwig Von Mises - Extraído de "Planificación para la Libertad"
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El igualitarismo primitivo, que busca nivelar a las personas
a través de la ley en lugar de hacerlas iguales frente a la ley, ha sido
siempre la más destructiva de las ideologías. Su fuerza viene de antiguos
impulsos tribales que aún se encuentran presentes entre nosotros. La idea
romántica de un solo colectivo indisolublemente unido, en el que todos velan
por todos, es una reminiscencia tribal cuya materialización consecuente debe
necesariamente pagarse sacrificando la libertad de los individuos e incrementando
el control que la autoridad —reclamando representar el «interés general» que
sólo ella es capaz de interpretar—, debe ejercer sobre la población. Resulta
extremadamente peligroso que este tipo de lógica se instale como la dominante
en la discusión intelectual y pública; pues el programa igualitarista, aunque
se disfrace de libertad, necesariamente conducirá a la tiranía,
específicamente, a una tiranía de la igualdad en que las preferencias
individuales serán cada vez menos toleradas.
Axel Kaiser - "La Tiranía de la Igualdad"
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