sábado, 8 de diciembre de 2018

Ecologismo Progre: "El desierto soviético del mar de Aral" (por Fernando Diaz Villanueva - 1/2)






El desierto soviético del mar de Aral

A mediados del siglo XIX los soldados rusos llegaron a las costas del mar de Aral, en las resecas estepas del corazón de Eurasia. Era una tierra salvaje, casi virgen, patria de los jinetes nómadas que un día habían dominado el mundo. Los zares incorporaron a su imperio este área tan extensa y prácticamente ingobernable porque se encontraban en plena carrera contra los británicos por el dominio del Asia central. Aquella frenética competición duró un siglo y se la recuerda como “el gran juego”. Rusos y británicos fueron tomando posiciones. Los unos desde la gélida Siberia; los otros desde su imperio indio por controlar todas las vías de comercio entre el este y el oeste. 



Los rusos se hicieron fuertes en las estepas, los ingleses en la costa. Al final, después de un siglo de rivalidad, llegaron a un acuerdo poco antes de la primera guerra mundial, en 1907, porque, ya para entonces, los dos corredores se necesitaban mutuamente para frenar el poderío de la Alemania imperial. El hecho es que, todavía en 1847, faltaba mucho para ese acuerdo amistoso. Los militares rusos destacados en la región de Uzbekistán, temerosos de que los ingleses apareciesen de improviso por el horizonte, ordenaron armar una pequeña flota en el inmenso lago salado que acababan de añadir al inventario de posesiones del zar. 



Fundaron una ciudad, Aralsk, que sería puerto principal y centro de operaciones de la flotilla rusa del mar de Aral, la flota de guerra más alejada del mar en todo el mundo. La pesca, que había sido siempre la principal actividad económica en las costas del mar de Aral, se sofisticó con la llegada de los rusos. Los pueblos ribereños crecieron y se armaron flotas pesqueras que, en sus mejores tiempos, llegaron a capturar un sexto de toda la pesca rusa. Los dos primeros barcos que navegaron por el Aral eran dos goletas llamadas Nikolai y Mijail, luego llegaría el Constantino, que realizó el primer mapa detallado de las costas de este mar interior, de cuya existencia se sabía pero que era una incógnita en todo lo demás. En 1851 llegaron los vapores cuyas calderas se alimentaban con el carbón traído desde la cuenca del Don, en la lejana Ucrania. El ejército pagaba el transporte por las estepas porque, a fin de cuentas, aquello de la flota del Aral no era más que una cuestión de hegemonía. Aparte de la testimonial presencia militar, los zares no se metieron con el mar de Aral, ni con su avifauna, ni con sus ríos, ni siquiera con la gente que poblaba sus riberas. El poder de los Romanov era absoluto, pero no uniformador. Las cosas cambiarían con la revolución. Los bolcheviques, que destronaron y heredaron a los zares haciéndolos incluso buenos, anexionaron –generalmente por la fuerza– a su unión de repúblicas soviéticas a los antiguos súbditos del imperio. Los uzbecos también fueron sometidos contra su voluntad a la disciplina socialista y, con ellos, su mar de Aral. Una vez amarrados al poder, los hombres del Politburó consideraron que ese mar, allí, en mitad de la nada, consumiendo el agua preciosa de los ríos Sir Daria y Amu Daria, era un error de la naturaleza, un recurso ocioso que la revolución podría poner en valor. En 1918 el primer Gobierno comunista dedicó 30 millones de rublos para canalizar los ríos e irrigar una vasta zona de estepa que habría de convertirse en la mayor plantación de algodón del mundo. 

Vista satélite 1989 y 2014

El propio Lenin escribió que “la irrigación hará más que cualquier otra cosa para revitalizar y regenerar la región, enterrando el pasado y haciendo la transición al socialismo más segura”. Las aguas de los dos únicos tributarios del mar fueron desviadas de sus cauces para regar miles de hectáreas de terreno. En sólo una década, la república soviética de Uzbekistán vivía ya en exclusiva del monocultivo de algodón. La idea era competir con los Estados Unidos y, gracias a la abundancia de agua y la extensión cultivada, copar el mercado mundial de algodón que, de este modo, se transformaría en una suerte de oro blanco para las arcas soviéticas. Los planificadores no contaban, obviamente, con la supina ineficiencia del sistema y la baja productividad de la agricultura colectivizada. Se construyeron más de 30.000 kilómetros de acequias y canales, 45 presas y 80 embalses. Pero la infraestructura estaba tan mal hecha que, en algunos casos, dejaba escapar hasta tres cuartas partes del agua que transportaba. 






El canal Karakum, cavado en el desierto de Turkmenistán, tardó más de 30 años en construirse y tenía una longitud de casi 1.500 kilómetros, pero estaba lleno de filtraciones, lo que redundó en la productividad de los cultivos. Las obras de irrigación continuaron durante las décadas siguientes hasta consumir todo el caudal del Sir y el Amu Daria. Hacia 1960 el mar ya no recibía apenas aporte hídrico y entonces, tal y como esperaban los padres de la URSS, empezó a encoger. Al principio lentamente, unos 20 centímetros al año, luego, a partir de 1975, a toda velocidad. En los años ochenta el nivel de las aguas bajaba un metro al año alejando la línea de costa más y más hacia el interior. Las autoridades ni se inmutaron. Ya tenían previsto que eso sucediese, formaba parte del plan. Un plan que había condenado a todas las localidades costeras a la ruina. Un plan que había condenado a los uzbecos y los kazacos a vivir eternamente atados a una plantación de algodón. Un plan, en definitiva, que ocasionó el mayor desastre ecológico de la Historia, y este sí que fue antropogénico y deliberado


Historia Criminal del Comunismo



Vistos los indeseables efectos de la desecación del mar sobre la población –enfermedades respiratorias y digestivas, tuberculosis y un largo etcétera–, los ingenieros soviéticos pensaron en traer agua desde la cuenca del río Obi, en Siberia, para rellenar el Aral, como si éste fuese una bañera que otros ingenieros, los sociales, vaciaban y llenaban a placer. El rellenado no fue posible, en 1986, cuando fue descartada la idea, no quedaba ya ni dinero ni ganas de seguir transformando el Asia Central a golpe de piqueta. La Unión Soviética colapsó poco después, dejando moribundo el que fuera el cuarto mayor lago del mundo. Nadie, por descontando, se hizo responsable de la salvajada, y las organizaciones ecologistas occidentales, obsesionadas entonces con el agujero de la capa de ozono y el CFC de los desodorantes, no dijeron ni mu. Como con Chernobil, la URSS tenía patente de corso medioambiental. Pero el mal estaba ya hecho. Las jóvenes repúblicas desgajadas de la URSS no tenían otra cosa de la que vivir y el mar fue a menos hasta quedar partido primero en dos y luego en cuatro charcas diminutas con una altísima salinidad que mataba a todo bicho viviente. En 2004 era ya sólo una cuarta parte de lo que había sido 30 años antes, en 2007 era ya sólo el 10%. Hoy, el mar de Aral está virtualmente muerto. 




Al norte, gracias a una presa terminada en 2005 se ha logrado salvar un pedacito que está recuperándose lentamente. El resto, cerca del 80% de lo que fue el inmenso lago de las estepas, es un desierto salino Su lugar lo ocupa un nuevo desierto, el de Aralkum, que todavía no aparece en los mapas pero que ahí está como monumento perpetuo a la arrogancia y estupidez del Homo Sovieticus.

Fernando Díaz Villanueva . Historia criminal del comunismo.






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