miércoles, 7 de noviembre de 2018

El Mono Desnudo


Extracto

El Mono Desnudo, por Desmond Morris

Hay ciento noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de
ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de Homo sapiens ..[..]... Yo soy zoólogo, y el mono desnudo es un animal. Por consiguiente, éste es tema adecuado para mi pluma, y me niego a seguir eludiendo su examen por el simple motivo de que algunas de sus normas de comportamiento son bastante complejas y difíciles. Sírvame de excusa el hecho de que, a pesar de su gran erudición, el Homo sapiens sigue siendo un mono desnudo; al adquirir
nuevos y elevados móviles, no perdió ninguno de los más viejos y prosaicos. Esto es, frecuentemente, motivo de disgusto para él; pero sus viejos impulsos le han acompañado durante millones de años, mientras que los nuevos le acompañan desde hace unos milenios como máximo... y no es fácil sacudirse rápidamente de encima la herencia genética acumulada durante todo su pasado evolutivo. Si quisiera enfrentarse con este hecho, sería un animal mucho más complejo y tendría menos preocupaciones. Tal vez en esto pueda ayudarle el zoólogo.......
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Desde el punto de vista social, el mono cazador tuvo que ver aumentado su impulso de comunicación y de cooperación con sus compañeros. Las expresiones faciales y la vocalización tenían que hacerse más complicadas. Con nuevas armas que manejar, tenía que desarrollar poderosas señales que impidieran los ataques dentro del grupo social. Por otra parte, con un hogar estable que defender, tenía que conseguir unos medios más poderosos de réplica contra los grupos rivales.
Debido a las exigencias de su nuevo sistema de vida, tenía que reprimir sus fuertes impulsos de primate y no abandonar nunca el cuerpo inicial del grupo. Como parte de su nuevo instinto de colaboración, y debido al carácter aleatorio de sus provisiones de boca, tuvo que empezar a compartir sus alimentos. A semejanza de los paternales lobos antes mencionados, los monos cazadores machos tuvieron que llevar provisiones a casa, para el consumo de las hembras lactantes y de los pequeños que crecían poco a poco. Un comportamiento paternal de esta clase tenía que constituir una novedad, pues, según norma general de los primates, es la madre quien cuida de los hijos. (Sólo el primate inteligente, como nuestro mono cazador, conoce a su propio padre.)
Debido a la extraordinaria duración del período de dependencia de los jóvenes, y a las
tremendas exigencias de éstos, las hembras se encontraron casi perpetuamente confinadas en el hogar estable. El nuevo estilo de vida del mono cazador creó un problema especial a este respecto, un problema que no compartió con los típicos carnívoros «puros»; el papel de los sexos tenía que diferenciarse más. Al contrario de lo que ocurría con los carnívoros «puros», las partidas de caza se convirtieron en grupos compuestos únicamente por machos. Si algo tenía que repugnar el carácter del primate, era precisamente esto. Para un primate macho viril, el hecho de salir en busca de comida y dejar a sus hembras sin protección contra los intentos de cualquier otro macho que pudiera rondar por allí, era algo inaudito. Ninguna dosis de entrenamiento cultural podía enderezar esta cuestión. Era algo que requería un cambio importante en el comportamiento social. La solución consistió en la creación de un lazo que apareaba a los individuos. Los monos cazadores macho y hembra tenían que enamorarse y guardarse fidelidad. Esto es una tendencia corriente en muchos otros animales, pero rara entre los primates. Resolvía tres problemas de un solo golpe. Significaba que las hembras estaban ligadas a sus machos individuales y les permanecían fieles mientras éstos estaban de caza. Significaba una reducción en las graves rivalidades sexuales entre los machos, lo que contribuía a desarrollar su espíritu de colaboración. Si tenían que cazar juntos y con provecho, no sólo los machos fuertes, sino también los débiles, tenían que representar su papel. Estos últimos tenían que desempeñar su función central y no podían ser arrojados a la periferia de la sociedad, como ocurre con tantas especies de primates. Más aún, con sus armas recién perfeccionadas y artificialmente mortíferas, el mono cazador macho se veía fuertemente presionado a eliminar cualquier fuente de discordancia dentro de la
tribu. En tercer lugar, la creación de una unidad familiar a base de un macho y una hembra redundaba en beneficio del retoño. La pesada tarea de criar y adiestrar a un joven que se desarrollaba lentamente exigía una coherente unidad familiar. En otros grupos de animales, ya sean peces, pájaros o mamíferos, observamos que, cuando la carga se hace demasiado pesada, surge entre la pareja un vigoroso lazo que ata al macho y a la hembra durante todo el período de crianza. Eso fue, también, lo que ocurrió en el caso del mono cazador. De esta manera, las hembras estaban seguras del apoyo de sus machos y podían dedicarse a sus deberes maternales. Los machos estaban seguros de la fidelidad de sus hembras y, por consiguiente, podían dejarlas para salir de caza y no tenían necesidad de luchar por ellas. Y los retoños gozaban de los mayores cuidados y atenciones. Esto parece, ciertamente, una solución ideal; pero requería un cambio importante en el comportamiento sociosexual de los primates, y, como veremos más adelante, el proceso no llegó nunca a perfeccionarse de verdad. El propio  comportamiento de nuestra especie, en los tiempos actuales, demuestra que el intento se cumplió sólo en parte, y que nuestros antiguos impulsos de primates siguen reapareciendo en formas mitigadas.
De esta manera, pues, el mono cazador asumió el papel de carnívoro letal y cambió, en
consecuencia, sus costumbres de primate. Ya he sugerido que fueron cambios biológicos
fundamentales, más que cambios puramente culturales, y que la nueva especie cambió
genéticamente de este modo. Pueden ustedes pensar que esto es una suposición injustificada. Pueden ustedes creer -tal es el poder de la instrucción cultural- que las modificaciones pueden lograrse fácilmente con el adiestramiento y el desarrollo de nuevas tradiciones. Yo dudo de que fuera así. Basta con observar el comportamiento de nuestra especie en la actualidad para comprender que no fue así. El desarrollo cultural nos ha proporcionado crecientes e impresionantes mejoras tecnológicas, pero cuando éstas  chocan con nuestras cualidades biológicas fundamentales, tropiezan con una fuerte resistencia. Las normas básicas de comportamiento establecidas en nuestros primeros tiempos de monos cazadores siguen manifestándose en todos nuestros asuntos, por muy elevados que sean. Si la organización de nuestras actividades terrestres - alimentación, miedo, agresión, sexo, cuidados paternales- se hubiesen producido únicamente por medios culturales, no cabe duda de que actualmente la controlaríamos mejor y podríamos desviarla en uno y otro sentido, adaptándola a las crecientes y extraordinarias exigencias de nuestros avances tecnológicos. Pero no hemos hecho nada de esto. Hemos inclinado reiteradamente la cabeza ante nuestra naturaleza animal y admitido tácitamente la existencia de la bestia compleja que se agita en nuestro interior. Si somos sinceros, tendremos que confesar que se necesitarán millones de años, y el mismo proceso genético de selección natural que la originó, para cambiarla.
Mientras tanto, nuestras civilizaciones, increíblemente complicadas, podrán prosperar únicamente si las orientamos de manera que no choquen con nuestras básicas exigencias animales, ni tiendan a suprimirlas. Desgraciadamente, nuestro cerebro pensante no está siempre de acuerdo con nuestro cerebro sensitivo. Hay muchos ejemplos que muestran el punto en que se han extraviado las cosas y en que las sociedades humanas se han estrellado o se han embrutecido.
En los capítulos siguientes trataremos de ver cómo se ha producido esto....


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Algunos optimistas opinan que, dado el alto nivel de inteligencia que hemos alcanzado y nuestras grandes dotes de invención, seremos capaces de resolver favorablemente cualquier situación; que somos tan dúctiles que podemos amoldar nuestra vida a las nuevas exigencias de nuestro veloz desarrollo como especie; que, cuando llegue el momento, sabremos solventar los problemas de la superpoblación, de la tensión, de la pérdida de nuestra intimidad y de nuestra independencia de acción; que reharemos nuestras normas de comportamiento y viviremos como hormigas gigantes; que controlaremos nuestros sentimientos agresivos y territoriales, nuestros impulsos sexuales y nuestras tendencias parentales; que si hemos de convertirnos en monos diminutos, lograremos hacerlo; que nuestra inteligencia puede dominar todos nuestros básicos
impulsos biológicos. Yo presumo que todo esto son monsergas. Nuestra cruda naturaleza animal no lo permitirá nunca. Desde luego, somos flexibles. Desde luego, observamos un comportamiento oportunista; pero la forma que puede tomar nuestro oportunismo está severamente limitada. Al hacer hincapié en nuestros rasgos biológicos, he pretendido demostrar en este libro la naturaleza de estas restricciones. Si las conocemos claramente y nos sometemos a ellas, nuestras probabilidades de supervivencia serán mucho mayores. Esto no implica un ingenuo «retorno a la Naturaleza». Significa, únicamente, que deberíamos adaptar nuestros inteligentes adelantos oportunistas a nuestras existencias básicas de comportamiento. Debemos mejorar en calidad, más que en simple cantidad. Si lo hacemos así, podremos seguir progresando tecnológicamente, de manera impresionante y dramática, sin negar nuestra herencia evolutiva. Si no lo hacemos, nuestros impulsos biológicos reprimidos se irán hinchando más y más hasta reventar los diques, y toda nuestra complicada existencia será barrida por la riada.


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*Desmond Morris Fecha de nacimiento: 24. Enero 1928 Anuncio Desmond John Morris es un zoólogo y etólogo británico. Nació en la campiña inglesa, y con 14 años perdió a su padre. Está casado con la historiadora Ramona Baulch, coautora de varios de sus libros y madre de su hijo. En 1960 se le conoció como presentador de un programa de la cadena independiente de televisión ITV, llamado Zoo Time. Sus estudios se centran en la conducta animal y, por ende, en la conducta humana, explicados desde un punto de vista estrictamente zoológico, lo que quiere decir que no incluye explicaciones sociológicas, psicológicas y arqueológicas para sus argumentos. Ha escrito varios libros y producido numerosos programas de televisión. Su aproximación a los seres humanos desde un punto de vista plenamente zoológico ha creado controversia desde sus primeras publicaciones. Su libro más conocido, The Naked Ape , publicado en 1967, es una realista y objetiva mirada a la especie humana. El contrato animal es un valiente alegato ecológico que exige a la especie humana respetar su compromiso con la naturaleza. El zoo humano, continuación de El mono desnudo, examina el comportamiento humano en las ciudades, también desde un punto de vista etológico. En sus obras El hombre desnudo y La mujer desnuda realiza un recorrido por todos los adornos, modificaciones y significados simbólicos que ha tenido cada parte del cuerpo a lo largo de la historia en diferentes culturas. Además de sus logros científicos, es un artista que ha contribuido significativamente a la tradición surrealista británica. Realizó su primera exposición individual en 1948, y ha continuado exponiendo regularmente desde entonces. En 1951, después de haber obtenido el grado de honor en zoología en la Universidad de Birmingham, comenzó a investigar para su doctorado en comportamiento animal en Oxford. En 1954 obtuvo el grado de doctor en la Universidad de Oxford. En 1957 fue comisario de una exposición de pinturas y dibujos realizados por chimpancés en el Instituto de Artes Contemporáneas de Londres, que incluyó pinturas realizadas por un chimpancé joven, llamado Congo. 




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