Nuestro problema básico es que yo diría que tenemos tres
niveles de creencias morales.
- Nivel 1- Tenemos en primer lugar nuestros sentimientos morales intuitivos, que están adaptados a sociedades pequeñas con trato directo entre las personas, dónde trabajamos para gente que conocemos y somos servidos por gente que conocemos.
- Nivel 2- Después tenemos una sociedad gobernada por tradiciones morales que, a diferencia de lo que los racionalistas modernos creen, no son descubrimientos intelectuales de los hombres que las diseñaron sino el resultado de un proceso que ahora prefiero describir con el término biológico de “selección grupal”: aquellos grupos que, de forma bastante accidental, han desarrollado hábitos favorables como la tradición de la propiedad privada y la familia, que tuvieron un éxito que nunca entendieron.
- Nivel 3- Así que, en gran medida, le debemos nuestro actual orden extenso de cooperación humana a una tradición moral que los intelectuales no aprueban porque no ha sido diseñada intelectualmente y que tiene que competir con un tercer nivel de creencias morales: esa moral que los intelectuales diseñan con la esperanza de que puedan satisfacer los instintos humanos mejor de lo que lo hacen las normas tradicionales.
Vivimos en un mundo donde tres tradiciones morales están en
constante conflicto: las innatas, las tradicionales y las diseñadas
intelectualmente. Y en última instancia todos nuestros conflictos políticos de
la actualidad pueden reducirse al efecto del conflicto entre estas tres
tradiciones morales de distinta naturaleza y contenido:
- una moral altruista, innata y espontánea;
- otra moral constituida por las tradiciones que hemos aprendido y
- la tercera moral: un diseño creado por nuestro intelecto.
Yo creo que se pueden explicar todos los conflictos sociales
de los últimos 200 años por el conflicto entre las tres tradiciones morales.
El altruismo es un instinto que hemos heredado de la
sociedad pequeña en la que sabemos para quién trabajamos, a quién servimos. Cuando
se pasa de esta sociedad concreta, como me gusta llamarla, en la que nos
guiamos por lo que vemos, a la sociedad abstracta que trasciende por mucho
nuestro rango de visión, se hace necesario que no nos guiemos por el
conocimiento del efecto de lo que hacemos sino por algunas señales abstractas.
Ahora bien, la única señal que nos dice dónde podemos hacer
nuestra mejor contribución es el beneficio [empresarial]. Y de hecho, al perseguir el
beneficio estamos siendo todo lo altruistas que es posible ser porque
extendemos nuestra preocupación a personas que están más allá de nuestro rango
de conocimiento personal. Esta es la condición que hace posible incluso,
construir lo que yo llamo un orden extenso, un orden que no está determinado
por nuestros propósitos, por nuestro conocimiento de las necesidades más
urgentes, sino por un mecanismo impersonal, que por medio de un sistema de
comunicación pone una etiqueta en determinadas cosas, sistema de comunicación totalmente
impersonal [sistema de precios de mercado].
La moral tradicional, que no es altruista, que hace hincapié
en la propiedad privada, y la moral instintiva que sí es altruista entran en
constante conflicto. Una sociedad extensa y abstracta, donde la mayoría de la
gente atiende las necesidades de otros que no conoce y de cuya existencia no
está ni siquiera al tanto, sólo se hizo posible por el abandono del altruismo y
la solidaridad como los principales factores guía, que yo admito que son
todavía los factores que dominan nuestros instintos. Y lo que refrena nuestros
instintos en este ámbito es la tradición de la propiedad privada y de la
familia, las dos normas morales tradicionales que están en conflicto con el
instinto.
El socialismo supone que una autoridad central única puede
utilizar todo el conocimiento disponible. Pasa por alto que la sociedad
moderna, a la que ahora prefiero llamar el orden extenso, que supera la
capacidad de cualquier mente individual, se basa en la utilización de
conocimiento ampliamente disperso. Y una vez que somos conscientes de que
podemos sacar un gran provecho de los recursos disponibles sólo porque
utilizamos el conocimiento de millones de hombres, queda claro que la suposición del socialismo, de que una autoridad central puede disponer de todo este conocimiento, simplemente no es correcta.
El socialismo, al criticar la producción para el beneficio
en vez de para el uso, se opone a lo que hace posible la sociedad abierta, Se opone, por tanto a la sociedad del nivel 2, de tradiciones morales heredadas (propiedad privada y familia). La
producción para el uso sólo sería posible en una sociedad donde todo el
conocimiento estuviese dado; es decir, en la sociedad del nivel 1, con trato directo entre las personas, donde trabajamos para gente que conocemos y somos servidos por gente que conocemos. Podríamos decir que el colectivismo socialista conjuga con la moral altruista tribal, entrando ambas en conflicto con la sociedad abierta. Pero llegar a una situación en la que todos
trabajamos para gente que no conocemos y somos sostenidos por el trabajo de
gente que no nos conoce es posible porque producimos para obtener beneficios.
El beneficio es la señal que nos dice qué debemos hacer para servir a gente que no conocemos. De hecho, podemos producir lo suficiente como para mantener a
toda la población actual del mundo sólo gracias a un proceso espontáneo, un
mecanismo, que nos permite usar infinitamente más información de la que posee
ninguna autoridad central.
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