Las "Democracias Liberales actuales son intrínsecamente inestables; no pueden sobrevivir indefinidamente soportando tan enorme grado de intervención estatal. Tomarán inexoráblemente una de estas tres direcciones: girarán de nuevo hacia el liberalismo y la globalización (libre circulación de mercancías, capitales y personas) plena (poco probable) o proseguirán, en el sentido actual, bien hacia el globalismo (gobierno mundial de las élites/planificación central) bien hacia la autarquía y -también- hacia la planificación central, con gobiernos ejerciendo un control total sobre la economía (y por tanto, sobre la libertad individual).
La Gran Guerra (1ª guerra mundial) acabó con el liberalismo económico que aumentó exponencialmente el nivel de vida de Occidente durante la segunda mitad del s. XIX y principios del XX. Entre guerras, los ciudadanos entregaron su libertad a los Estados, que establecieron en todo el planeta una salvaje antiglobalización que condujo a la 2ª guerra mundial.
La Geopolítica actual y los resultados de las elecciones democráticas en los países occidentales (posmodernismo, decrecimiento, ecofeminismo, etc, etc) parecen conducirnos, tarde o temprano, a un estado de cosas que ya describió Ludwig Von Mises en 1939 en su libro "Gobierno Omnipotente".
Antiglobalización previa a la II Guerra Mundial
(Extracto de Gobierno Omnipotente. L.V.M.)
(Extracto de Gobierno Omnipotente. L.V.M.)
"El estatismo no sólo produjo una situación en que los nacionalistas alemanes no vieron otra salida que la conquista; hizo que fueran inútiles todas las tentativas para detener a Alemania a tiempo. Mientras los alemanes se rearmaban para el gran día, la principal preocupación de Inglaterra consistía en perjudicar a Francia y a los demás países cerrando el acceso a sus productos. Cada nación mostró deseos de utilizar su soberanía para establecer el control gubernamental de la economía, actitud que necesariamente implicaba una política de aislamiento y de nacionalismo económico. Cada nación hacía una continua guerra económica a las demás. Cada ciudadano se complacía cuando los últimos informes estadísticos mostraban un aumento de la exportación y una disminución de la importación. Los belgas se alegraban de que las importaciones de Holanda disminuyeran; los holandeses se alegraban cuando lograban reducir el número de turistas que deseaban visitar Bélgica. El gobierno suizo subvencionó a los turistas franceses que se dirigían a Suiza; el gobierno francés subvencionó a los turistas suizos que visitaban Francia. El gobierno polaco penaba a los polacos por visitar países extranjeros. El polaco, el checo, el húngaro o el rumano que querían que los viera un médico vienés o enviar a un hijo suyo a un colegio suizo tenían que pedir un permiso especial a la oficina de control de cambios de moneda extranjera. Todo el mundo estaba convencido de que eso era una locura, a menos que se tratara de un acto de su propio gobierno. Los periódicos informaban diariamente de medidas especialmente paradójicas de nacionalismo económico y las criticaban duramente. Pero ningún partido político estaba dispuesto a demoler las murallas aduaneras de su propio país. Todo el mundo era partidario del libre cambio para los demás países y del superproteccionismo para el suyo. A nadie parecía ocurrírsele que el libre cambio comienza en casa, pues casi todos eran partidarios del control gubernamental de la economía de su propio país. De esta actitud no puede brindar la Historia mejor explicación que la de recurrir a la noción de individualidad y unicidad. Frente a un problema serio, las naciones eligieron el camino del desastre".
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