CAPITAL Y BIENES DE CAPITAL
Existe
en todos los seres vivos un innato impulso a procurarse aquello que sostiene,
refuerza y renueva su energía vital. La singularidad humana estriba simplemente
en que el hombre se esfuerza por mantener y vigorizar la propia vitalidad de
modo consciente y deliberado. Nuestros prehistóricos antepasados se preocuparon
ante todo por producir las herramientas con las que pudieran atender sus más
perentorias necesidades; recurrieron después a métodos y sistemas que les
permitieron, primero, ampliar la producción de alimentos, para ir luego
satisfaciendo sucesivamente necesidades cada vez más elevadas, hasta atender
las ya típicamente humanas no sentidas por las bestias. Como dice Böhm-Bawerk,
el hombre, a medida que prospera, va adoptando métodos de producción más
complejos que exigen una superior inversión de tiempo, demora ésta más que
compensada por las mayores producciones o las mejores calidades que con tales
nuevos métodos pueden conseguirse.
Cada
paso que el hombre da hacia un mejor nivel de vida se apoya invariablemente en
el ahorro previo, es decir, en la anterior acumulación de las provisiones
necesarias para ampliar el lapso temporal que media entre el inicio del proceso
productivo y la obtención del bien listo ya para ser empleado o consumido. Los
bienes así acumulados representan, o bien etapas intermedias del proceso
productivo, es decir, herramientas y productos semiterminados, o bien artículos
de consumo que permiten al hombre abandonar sistemas de producción de menor
lapso temporal, pero de inferior productividad, por otros que, si bien exigen
mayor inversión de tiempo, son de superior fecundidad, sin que la ampliación
del plazo productivo obligue a quienes en el mismo participan a desatender sus
necesidades. Denominamos bienes de capital a esos bienes acumulados. Por ello
podemos afirmar que el ahorro y la consiguiente acumulación de bienes de
capital constituyen la base de todo progreso material y el fundamento, en
definitiva, de la civilización humana. Sin ahorro y sin acumulación de capital
es imposible apuntar hacia objetivos de tipo espiritual.
Sobre
la base de la noción de bienes de capital podemos ya precisar el concepto de
capital. El concepto de capital constituye la idea
fundamental y la base del cálculo económico, que, a su vez, es la primordial
herramienta mental a manejar en una economía de mercado. Es correlativo al
concepto de renta.
Cuando
en el lenguaje vulgar y en la contabilidad —ciencia ésta que no ha hecho más
que depurar y precisar los juicios que la gente utiliza a diario— empleamos los
conceptos de capital y renta, estamos simplemente distinguiendo entre medios y
fines. La mente del actor, al calcular, trata una divisoria entre aquellos
bienes de consumo que piensa destinar a la inmediata satisfacción de sus
necesidades y aquellos otros bienes de diversos órdenes —entre los que puede
haber bienes del orden primero— que, previa la oportuna
manipulación, le servirán para atender futuras necesidades. Así, el distinguir
entre medios y fines nos lleva a diferenciar entre invertir y consumir, entre
el negocio y la casa, entre los fondos mercantiles y el gasto familiar. La suma
resultante de valorar en términos monetarios el conjunto de bienes destinados a
inversiones —el capital— constituye el punto de donde arranca todo el cálculo
económico. El fin inmediato de la actividad inversora consiste en incrementar,
o al menos en no disminuir, el capital poseído. Se denomina renta aquella suma
que, sin merma de capital originario, puede ser consumida en un cierto periodo
de tiempo. Si lo consumido supera a la renta, la diferencia constituye lo que
se denomina consumo de capital. Por el contrario, si la renta es superior al
consumo, la diferencia es ahorro. Cifrar con precisión a cuánto asciende en
cada caso la renta, el ahorro o el consumo de capital es uno de los cometidos
más importantes del cálculo económico.
La
idea que hizo al hombre distinguir entre capital y renta se halla implícita en
toda premeditación y planificación de la acción. Los más primitivos
agricultores ya intuían las consecuencias que provocarían si recurrían a
aquellas medidas que la técnica contable moderna calificaría de consumo de
capital. La aversión del cazador a matar la cierva preñada y la prevención que
hasta los más crueles conquistadores sentían contra la tala de árboles frutales
son consideraciones que sólo pueden formular quienes razonan en el sentido que
nos viene ocupando. La misma idea palpita en la clásica institución del
usufructo y en otros muchos usos y prácticas análogos. Pero sólo quienes pueden
aplicar el cálculo monetario están capacitados para percibir con toda nitidez
la diferencia entre un bien económico y los frutos derivados del mismo,
resultándoles posible aplicar dicha distinción a cualesquiera cosas y servicios
de la clase, especie y orden que fueren. Sólo esas personas pueden formular las
oportunas distinciones al enfrentarse con las siempre cambiantes situaciones
del moderno industrialismo altamente desarrollado y con la complicada
estructura de la cooperación social basada en cientos de miles de actuaciones y
cometidos especializados.
Si,
a la luz de los modernos sistemas contables, contempláramos las economías de
nuestros prehistóricos antepasados, podríamos decir, en un sentido metafórico,
que también ellos utilizaban «capital». Cualquier profesor mercantil actual
podría valorar contablemente los enseres de los que se servía el hombre
primitivo para la caza y la pesca, así como para las actividades agrícolas y
ganaderas, siempre que conociera sus precios. Algunos economistas han deducido
de esto que el «capital» es una categoría de toda producción humana, que
aparece bajo cualquier imaginable sistema de producción —o sea, tanto en el
involuntario aislamiento de Robinson, como en la república socialista— y que no
tiene nada que ver con la existencia o inexistencia del cálculo monetario.
Pero este modo de razonar es confuso. El concepto de capital no se puede
separar del cálculo monetario ni de la estructura social de una economía de
mercado, que es la única en que el cálculo monetario es posible. El concepto de
capital carece de sentido fuera de la economía de mercado. Sólo tiene sentido
cuando individuos que actúan libremente dentro de un sistema social basado en
la propiedad privada de los medios de producción pretenden enjuiciar sus planes
y actuaciones; el concepto se fue precisando poco a poco a medida que el
cálculo económico progresaba en términos monetarios.
Cálculo Económico |
La contabilidad moderna es fruto de una dilatada evolución histórica. Empresarios y contables coinciden hoy por completo en lo que significa el término capital. Se denomina capital a la cifra dineraria dedicada en un momento determinado a un determinado negocio, resultante de deducir del total valor monetario del activo el total valor monetario del pasivo. En este orden de ideas, no tiene importancia el que los bienes así valorados sean de una u otra condición; da lo mismo que se trate de terrenos, edificios, maquinaria, herramientas, mercaderías de todo orden, créditos, efectos comerciales, metálico o cualquier otro activo.
Cierto
es que al principio los comerciantes, que a fin de cuentas fueron quienes
sentaron las bases del cálculo económico, solían excluir del concepto de
capital el valor de los terrenos y edificios explotados. Los agricultores, por
su parte, también tardaron bastante en conceptuar sus predios como capital. Aún
hoy en día, incluso en los países más adelantados, pocos son los agricultores
que aplican a sus explotaciones rigurosas normas de contabilidad. La mayoría de
ellos no toma en consideración el factor tierra ni la contribución del mismo a
la producción. Los asientos de sus libros no hacen ninguna alusión al valor
dinerario del terreno poseído, quedando por tanto sin reflejar las mutaciones
que dicho valor pueda sufrir. Se trata, evidentemente, de una contabilidad
defectuosa, ya que no nos proporciona la información que en definitiva buscamos
mediante la contabilidad de capitales. En efecto, no nos proporciona ninguna
información acerca de si durante el proceso agrícola ha sido perjudicada la
capacidad productiva de la tierra, es decir, si ha descendido su valor de uso
objetivo; nada nos dice sobre si la tierra ha sufrido desgaste a causa de una
mala utilización, y así los datos contables arrojarán un beneficio (un rendimiento)
superior al que reflejaría una contabilidad más precisa.
Convenía
aludir a estas circunstancias históricas, ya que tuvieron gran importancia
cuando los economistas trataron de definir el concepto de capital real.
Los
economistas se hallaban y siguen hallándose ante la supersticiosa creencia de
que se puede eliminar totalmente, o al menos en parte, la escasez de los
factores de producción incrementando el dinero circulante o ampliando el
crédito. Para abordar mejor este problema fundamental de la política económica,
los economistas creyeron oportuno elaborar un concepto de capital real
oponiéndole al concepto de capital que maneja el comerciante cuando mediante el
cálculo pondera el conjunto de sus actividades crematísticas. Cuando los
economistas comenzaron a interesarse por estas cuestiones existían graves dudas
acerca de si el valor monetario del terreno debía ser comprendido en el
concepto de capital. De ahí que optaran por excluir la tierra de su concepto de
capital real, definido como el conjunto de factores de producción de que el
actor dispone. Suscitáronse de inmediato discusiones de lo más bizantinas
acerca de si los bienes de consumo del sujeto en cuestión son o no capital
real. Por lo que al numerario se refiere, prácticamente todos convenían en que
no debía ser estimado como tal.
Ahora
bien, definir el capital como el conjunto disponible de medios de producción es
una pura simpleza. En efecto, se puede determinar y totalizar el importe
dinerario de los múltiples factores de producción que una determinada empresa
utiliza; pero, si eliminamos las expresiones monetarias, ese conjunto de
factores de producción no pasa de ser un mero catálogo de miles de bienes
diferentes. Ningún interés tiene para la acción semejante inventario. Dicha
relación no será más que pura descripción de un fragmento del universo, desde
un punto de vista técnico o topográfico, carente de toda utilidad cuando se
trata de incrementar el bienestar humano. Podemos aceptar el uso del término y
seguir denominando bienes de
capital a los medios de
producción disponibles. Pero con ello ni se aclara ni se precisa el concepto de
capital real.
El
efecto más grave que provocó esa mítica idea de un capital real fue inducir a
los economistas a cavilar sobre el artificioso problema de la denominada
productividad del capital (real). Por definición, factor de producción es todo
aquello que puede contribuir al éxito de un proceso de producción. Su precio de
mercado refleja enteramente el valor que la gente atribuye a esta contribución.
Los servicios que se esperan del empleo de un factor de producción (es decir,
su contribución a la productividad) se pagan en las transacciones del mercado
según el valor íntegro que la gente le atribuye. Tienen valor los factores de
producción única y exclusivamente por esos servicios que pueden reportar; sólo
por ese servicio se cotizan los factores en cuestión. Una vez abonado su
precio, nada queda ya por pagar; todos los servicios productivos del bien en
cuestión se hallan comprendidos en el precio de referencia. Fue un grave error
explicar el interés como renta derivada de la productividad del capital.
Una
segunda confusión no menos grave provocó esa idea del capital real. En efecto,
se comenzó a pensar en un capital
social distinto del capital
privado. Partiendo de la imaginaria construcción de una economía
socialista, se pretendía elaborar un concepto del capital que pudiera servir al
director colectivista en sus actividades económicas. Los economistas suponían,
con razón, que tendría aquél interés por saber si su gestión era acertada
(valorada desde luego sobre la base de sus personales juicios de valor y de los
fines que, a la luz de tales valoraciones, persiguiera) y por conocer cuánto
podrían consumir sus administrados sin provocar merma en los factores de
producción existentes, con la consiguiente minoración de la futura capacidad
productiva. Para ordenar mejor su actuación, le convendría al jerarca servirse
de los conceptos de capital y renta. Lo que sucede, sin embargo, es que, bajo
una organización económica en la cual no existe la propiedad privada de los
medios de producción y, por tanto, no hay ni mercado ni precios para los
correspondientes factores, los conceptos de capital y renta son meros conceptos
teóricos sin aplicabilidad práctica alguna. En una economía socialista existen bienes de capital, pero no hay capital. La
idea de capital sólo tiene sentido en la economía de mercado. Bajo el signo del
mercado sirve para que los individuos, actuando libremente, separados o en
agrupación, puedan decidir y calcular. Es un instrumento fecundo sólo en manos
de capitalistas, empresarios y agricultores deseosos de cosechar ganancias y
evitar pérdidas. No es una categoría de cualquier género de acción. Es una categoría
del sujeto que actúa dentro de una economía de mercado.
El Cálculo Económico
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