Debido al precio que está alcanzando bitcoin en términos de
otras divisas, se está produciendo una interesante polémica entre eminentes economistas sobre si es una burbuja (140 dólares por bitcoin) o no lo es.
Pero a mi me importa un rábano que Bitcoin sea
o no una Burbuja (que no lo es; lo que no significa que en el futuro no se
pueda comprar con esto ni un mondadientes, o todo lo contrario)
Igualmente me importaría un pimiento que una considerable
cantidad de “inversores” comenzara a pagar precios astronómicos por Tulipanes,
como sucedió en Holanda hace algunos cientos de años.
Lo que importa es que su demanda no está alimentada por
CRÉDITO.
(Concrétamente por Crédito-Moneda -de curso forzoso- creado
por un sistema financiero de reserva fraccionaria con Banco Central
monopolístico y prestamista de última instancia).
Ya, ya se que Bitcoín es - o quiere ser- una moneda y por
tanto parece un poco absurdo pedir un crédito monetario para comprar otra
moneda. Se piden créditos para comprar activos que produzcan rentabilidades.
Bitcoin es, o intenta ser, un medio de intercambio generalmente aceptado; no es un bono, una acción o un inmueble.
Así que este Post va de Bitcoin pero también sobre Burbujas y crédito.
Los activos inmobiliarios fueron un BURBUJÓN alimentados por
crédito. Los puestos de trabajo alimentados por ese crédito (y su
correspondiente recaudación fiscal) se esfumaron. Los bienes futuros que iban a
ser destinados a la cancelación –repago- de todo ese crédito, también se
esfumaron. Los préstamos quedaron impagados y el sistema financiero de tres
cuartos de Occidente, quebrado. Hoy, los Gobiernos, en pleno uso de su monopolio de
coerción y compulsión, están obligando a los contribuyentes a rescatar tanto al
quebrado sistema bancario, como a ellos mismos. Los bienes presentes y los
factores de producción que se han salvado del naufragio producido por las
burbujas alimentadas por el “crédito creado” deben recolocarse y ensamblarse de
forma distinta para generar otros bienes futuros diferentes a los de la
burbuja. Sin embargo, los Gobiernos y sus Policías confiscan los escasos bienes
presentes de todos los sectores productivos con una voracidad tal, que
literalmente la situación está derivando en una auténtica demolición de las
clases medias. Ese crédito fué y es Moneda de Curso Legal. Es la moneda de los
Estados. De modo que no es extraño que mucha gente piense que cualquier “mierda
pinchada en un palo” pueda ser mejor moneda que la actual monopolizada por los
Estados.
Bitcoin, es limitado (21 millones), no puede expandirse, es
infalsificable, surge de abajo a arriba sin intervenciones institucionales ni
coacción, su aceptación se expande en progresión geométrica, por lo que su
cotización en términos de otras divisas puede seguir subiendo. Puede ser ilegalizado,
pero al fin y al cabo está creado para realizar transacciones al margen de los
gobiernos. Si se va la luz, o se avería el repetidor o el satélite, no se
pueden realizar intercambios; y lo peor: Bitcoin se puede desmonetizar, en cuyo
caso, con Bitcoin no se podrá comprar nada. Otros economistas dirían, a mi modo
de ver incorrectamente, que la burbuja se habrá pinchado. Pero lo cierto es que
simplemente habrá dejado de ser utilizado como moneda, y como por su propia naturaleza
no tiene uso industrial alguno (tampoco lo tiene el dinero actual), como pueda
tenerlo el oro o la plata, su valor será cero. Y cuando eso suceda –si sucede
(ojalá no)-, no causará ninguna Crisis Económica ni una Gran Depresión.
Las depresiones económicas y las crisis, se producen cuando
se ponen de manifiesto las enormes distorsiones de los precios relativos – LAS
BURBUJAS- causadas por la expansión del crédito sin respaldo de ahorro previo.
https://mega.nz/#!5pwFiIhZ!54Tgi0f80bhdqnD5YAxQlV3CXtN6QmXLnwkYuux8Ry4 |
Volviendo al Bitcoin, para poder formarse una
opinión con fundamento sobre el futuro de ésta o cualquier otra moneda,
recomiendo lo siguiente:
1- Bitcoin: un sistema de dinero en efectivo electrónico peer-to-peer. El Documento que presentó por primera vez Bitcoin. Paper original de Satoshi Nakamoto.
2- que repasen el Teorema
Regresivo del Dinero de L. V. Mises y este artículo sobre el
valor del papel moneda (de J.I. Del Castillo).
3- que lean este
sencillo artículo del Profesor Rallo refutando un vídeo que circula por
internet llamado el Concursante.
4- Actualizo el post para recomendar este artículo de Jeffrey A. Tucker en el que afirma que Bitcoin cumple el Teorema regresivo del dinero: ¿Qué le dió a Bitcoin su valor?
4- Actualizo el post para recomendar este artículo de Jeffrey A. Tucker en el que afirma que Bitcoin cumple el Teorema regresivo del dinero: ¿Qué le dió a Bitcoin su valor?
5- que se lean -con tiempo- este irrefutable e interesante
ensayo sobre "EL ORIGEN DEL DINERO" de Carl Menger que ya
publiqué aquí -hace
cuatro años- y que de nuevo reproduzco íntegro a continuación:
El origen del dinero
por Carl Menger (1871)
I. El problema
Existe un fenómeno que desde hace mucho tiempo y de manera muy peculiar ha
atraído la atención de los filósofos sociales y de los economistas prácticos;
se trata del hecho de que ciertas mercancías (que en las civilizaciones
desarrolladas adoptaron la forma de piezas acuñadas de oro y plata, junto con
documentos que, con posterioridad, representaron a esas monedas) se
convirtieron en medios de cambio universalmente aceptables. Es evidente, aun
para la inteligencia más común, que la mercancía debe ser entregada por su
propietario a cambio de otra que le será de mayor utilidad. Pero el hecho de
que cada hombre económico, en cualquier país, acepte cambiar sus bienes por
pequeños discos metálicos aparentemente carentes de utilidad como tales, o por
documentos que los representen, es un procedimiento tan opuesto al curso normal
de los acontecimientos que no puede parecernos sorprendente que hasta un
pensador tan distinguido como Savigny lo encuentre claramente “misterioso”
No debe suponerse que la forma de la moneda, o del documento empleado como
moneda corriente, constituye el enigma de este fenómeno. Podemos alejarnos de
estas formas y retrotraernos a las primeras etapas del desarrollo económico, o
en realidad a lo que todavía prevalece en algunos países, en los que
encontramos que los metales preciosos sin forma de moneda aún sirven como medio
de cambio, al igual que ciertos productos tales como ganado, pieles, te, barras
de sal, conchas de ciprea, etc.; a pesar de ello seguimos enfrentándonos al
fenómeno, aun nos resta explicar por qué el hombre económico acepta cierto tipo
de mercancía, aun cuando no la necesite, o aunque la necesidad que tenga de
ella ya haya sido satisfecha, a cambio de todos los bienes que ha puesto en el
mercado, mientras que, cualesquiera que sean sus necesidades, en primer lugar
consulta con respecto a los productos que intenta adquirir durante sus
transacciones.
Y a partir de esto se sucede, desde los primeros ensayos acerca de los
fenómenos sociales hasta nuestra época, una ininterrumpida cadena de
disquisiciones con respecto a la naturaleza y cualidades específicas del dinero
en su relación con todo lo que constituye el comercio. Filósofos, juristas e
historiadores, al igual que economistas, e incluso naturalistas y matemáticos,
se han ocupado de este notable problema, y no hay pueblo civilizado que no haya
aportado su cuota en la abundante bibliografía que sobre él existe. ¿Cuál es la
naturaleza de esos pequeños discos o documentos que en sí mismos no parecen
servir a ningún propósito útil y que, sin embargo, en oposición al resto de la
experiencia, pasan de mano en mano a cambio de mercancías más útiles, más aun,
por los cuales todos están tan ansiosamente dispuestos a entregar sus
productos? ¿Es el dinero un miembro orgánico del mundo de las mercancías o es
una anomalía económica? ¿Debemos atribuir su vigencia comercial y su valor en
el comercio a las mismas causas que condicionan los de otros productos o son
ellos el producto preciso de la convención y la autoridad?
II. Intentos realizados hasta ahora para hallar una solución
Hasta ahora los resultados de la investigación del problema que nos ocupa no
parecen guardar debida proporción con el gran desarrollo de los estudios
históricos en general ni con el tiempo y los esfuerzos dedicados a la búsqueda
de una solución. El enigmático fenómeno del dinero carece, incluso en el
presente, de una explicación adecuada; ni siquiera se ha llegado a un acuerdo
sobre las cuestiones fundamentales de su naturaleza y sus funciones. Hasta hoy
no contamos con una satisfactoria teoría del dinero.
La idea que intentó aportar, en primer término, una explicación a la función
específica del dinero como medio de cambio corriente y universal, fue la de
someterlo a una convención general, una disposición legal. El problema, que la
ciencia aún debe resolver, consiste en explicar un curso de acción, homogéneo y
general, que los seres humanos adoptan cuando practican el comercio y que, si
se lo considera en forma concreta, se realiza incuestionablemente en favor del
interés general, aunque, sin embargo, parece poner en conflicto los intereses
más cercanos e inmediatos de las partes contratantes. En tales circunstancias,
¿no sería lo más acertado atribuir el procedimiento precedente a causas ajenas
a la esfera de las consideraciones individuales? Suponer que ciertas mercancías,
los metales preciosos en particular, habían sido promovidas como medio de
cambio por una convención o ley general, en interés del bien público, solucionó
la dificultad, y lo hizo aparentemente con gran facilidad y naturalidad porque
la forma de las monedas pareció ser un signo de regulación por parte del
estado. Ésta es la opinión de Platón, Aristóteles y los juristas romanos,
seguidos muy de cerca por los escritores medievales. Ni siquiera los mayores
avances modernos en cuanto a la teoría del dinero han ido, en esencia, más allá
de este punto de vista.[1]
Examinada con más minuciosidad, la suposición que sustenta esta teoría dio
lugar a serias dudas. Seguramente, un acontecimiento de significación tan
importante y universal y de notoriedad tan inevitable como lo es el
establecimiento, a través de un convenio o ley general, de un medio de cambio
universal, habría quedado grabado en la memoria del hombre, y más seguramente
debería haber sido así porque tendría que haberse ejecutado en gran número de
lugares.
Sin embargo, ningún monumento histórico nos da noticias confiables sobre
transacciones que confieran un claro reconocimiento a los medios de cambio que
ya se estaban utilizando ni referentes a su adopción por parte de pueblos con
culturas relativamente recientes; tampoco existen, en absoluto, testimonios
acerca de la iniciación, en las primeras épocas de la civilización económica,
en el uso del dinero.
En realidad, la mayoría de los teóricos que se ocupan de este tema no se
detienen ante la explicación del dinero tal como se la mencionó anteriormente.
La peculiar adaptabilidad de los metales preciosos para servir a los fines de
la divisa y el acuñamiento fue observada por Aristóteles, Jenofonte y Plinio, y
en mucho mayor medida por John Law, Adam Smith y sus discípulos, quienes
buscaron en sus cualidades especiales otra explicación para su elección como
medio de cambio. Sin embargo, es claro que la elección de los metales preciosos
mediante una ley o convenio, aunque fuera la consecuencia de su peculiar
adaptación a los fines monetarios, presupone el origen pragmático del dinero y
de la selección de esos metales, y esa presuposición no es histórica. Los
teóricos a que nos referimos ni siquiera logran enfrentar con honestidad el
problema que deben resolver, es decir, cómo se promovió el uso de algunas
mercancías (los metales preciosos en ciertas etapas de la cultura) entre la
gran masa de todas las otras mercancías y se las aceptó como medio de cambio
generalmente reconocido. Es una cuestión que no sólo concierne al origen del
dinero sino también a su naturaleza y a su posición en relación con todas las
otras mercancías.
III. La teoría de la liquidez de las mercancías
En el comercio primitivo el hombre económico toma conciencia, aunque en forma
muy gradual, de las ventajas económicas que se obtendrían si se explotaran las
oportunidades de cambio existentes. Los objetivos de este hombre están
dirigidos, primera y principalmente, de acuerdo con la simplicidad de toda
cultura primitiva, a lo que está al alcance de la mano. Y sólo en esa
proporción entra en el juego de sus negocios el valor de uso de las mercancías
que busca adquirir. En tales condiciones, cada hombre intenta conseguir por
medio del intercambio sólo aquellos productos que directamente necesita y
rechaza los que no necesita o ya posee de manera suficiente. Es evidente que en
esas circunstancias la cantidad de acuerdos comerciales realmente concretados
se halla dentro de limites muy estrechos, Consideremos con qué poca frecuencia
nos encontramos con una mercancía que es propiedad de cierta persona y que
tiene menos valor en uso que otra mercancía propiedad de otra persona, dándose
para esta última la situación inversa. ¡Mucho más extraño aun es el caso en el
cual estos dos individuos se encuentran! Pensemos, en realidad, en las
peculiares dificultades que obstaculizan el trueque inmediato de productos en
esos casos, en los que la oferta y la demanda cuantitativamente no coinciden:
en los cuales, por ejemplo, una mercancía indivisible debe ser intercambiada
por una variedad de productos que son posesión de diferentes personas o por
mercancías tales que sólo se las demanda en determinadas oportunidades y que
únicamente pueden ser suministradas por ciertas personas. Incluso en el caso
relativamente simple y a menudo recurrente en el que una unidad económica A
requiere una mercancía que posee B y B necesita una que posee C mientras que C
quiere una que es propiedad de A, aun aquí, conforme a una regla de simple
trueque, el intercambio de los bienes en cuestión, como regla general y por
necesidad, no se realizaría.
Estas dificultades se habrían convertido en obstáculos insuperables para el
progreso del comercio, y al mismo tiempo para la producción de bienes que no
requirieran una venta regular, si no se hubiese hallado una solución en la
naturaleza misma de las cosas, es decir, los diferentes grados de liquidez
(Absatzfähigkeit) de los productos. La diferencia que existe en este sentido
entre los artículos de comercio tiene enorme importancia para la teoría del
dinero y del mercado en general. Y el no haber tomado en cuenta adecuadamente
este hecho para explicar los fenómenos del comercio no sólo constituye una
brecha lamentable en nuestra ciencia sino también una de las causas esenciales
del estado de retraso de la eoría monetaria. La teoría del dinero
necesariamente presupone la existencia de una teoría de liquidez de los bienes.
Si logramos aprehender esto podremos entender cómo la suprema liquidez del
dinero es sólo un caso especial -que únicamente presenta una diferencia de
matiz- de un fenómeno genérico de la vida económica, es decir, la diferencia en
la liquidez de las mercancías en general.
IV. El margen entre el precio ofrecido y el precio solicitado
En economía resulta un error, tan generalizado como evidente, suponer que, en
un momento determinado y en un mercado dado, todas las mercancías guardan una
definida relación de intercambio recíproco, en otras palabras, que pueden ser
mutuamente intercambiadas a voluntad en cantidades definidas. No es cierto que
en cualquier mercado dado 10 quintales de un artículo = 2 quintales de otro = 3
libras de un tercer artículo, y así sucesivamente. Aun la observación más
superficial de los fenómenos del mercado nos enseña que no tenemos la
posibilidad, cuando hemos comprado un articulo por un precio determinado, de
volver a venderlo inmediatamente por el mismo precio. Si sólo tratáramos de
desprendernos de una prenda de vestir, un libro o una obra de arte que
acabáramos de comprar, en ese mismo mercado, aun cuando lo hiciéramos de
inmediato pero antes de que se hubiera modificado la misma coyuntura de
condiciones, nos convenceríamos fácilmente del carácter falaz de esa
suposición. El precio al cual podemos comprar voluntariamente una mercancía en
un mercado determinado y en un momento dado y el precio al cual podemos
desprendernos voluntariamente de ella son dos magnitudes esencialmente
diferentes.
Esto es aplicable tanto a los precios mayoristas como a los minoristas. Incluso
hasta productos tan comercializables como el maíz, el algodón o el arrabio no
pueden venderse voluntariamente al mismo precio al cual los hemos comprado. El
comercio y la especulación serían las cosas más sencillas del mundo si la
teoría del “equivalente objetivo en los bienes” fuese correcta, si fuera cierto
que las mercancías pudiesen mutuamente convertirse a voluntad en relaciones
cuantitativas definidas, en un mercado y en un momento dados, en síntesis, si
pudieran venderse, a cierto precio, con la misma facilidad con la que fueron
adquiridas, De todos modos, no existe en este sentido una comercialización
general de productos. Lo cierto es que aun en los mercados mejor organizados,
aunque podamos comprar lo que deseamos y en el momento en que lo deseamos a un
precio determinado, o sea, el precio solicitado, sólo podemos desprendernos de
ello cuando y como queramos a pérdida, es decir, a un precio ofrecido inferior.
Cuanto menor sea el margen, es decir, la diferencia entre el precio solicitado
y el precio ofrecido de una mercancía, mayor tiende a ser su grado de
comercialización.
El margen, o la pérdida que sufre quien se ve obligado a deshacerse de un
artículo en un momento dado al precio ofrecido y no al solicitado, representa
una cantidad muy variable, tal como veremos si observamos el comercio y los
mercados de mercancías determinadas. Si se va a vender el maíz o el algodón
mediante un intercambio organizado, el vendedor estará en posición de hacerlo
prácticamente por cualquier cantidad, en el momento en que lo desee, con una
pérdida muy pequeña. Si la cuestión fuera desprenderse de grandes cantidades de
tela o seda a voluntad el vendedor por lo general deberá contentarse con un
considerable porcentaje de disminución en el precio. Peor seria el caso de
aquel que en cierto momento debe deshacerse de instrumentos astronómicos,
preparados anatómicos, manuscritos en sánscrito u otros artículos tan poco
comercializables.
Si denominamos los productos o artículos más o menos líquidos de acuerdo con la
mayor o menor facilidad con que se los puede vender en un mercado en el momento
conveniente, a los precios solicitados actuales, o con una mayor o menor
disminución en éstos, podemos ver, por lo que hemos dicho, que existe una
diferencia evidente entre las mercancías. Sin embargo, y a pesar de la gran importancia
práctica de este fenómeno, la ciencia económica no parece haberlo tomado muy en
cuenta. Esto se debe en parte a la circunstancia de que la investigación de
estos fenómenos de precio ha estado dirigida casi exclusivamente a las
cantidades de las mercancías intercambiadas y no al mayor o menor grado de
facilidad con que se puede disponer de ellas a precios normales; y, también en
parte, se debe al riguroso método abstracto con el cual se ha tratado la
liquidez de los productos, sin tomar en consideración todas las circunstancias
del caso.
El hombre que va al mercado con sus productos, en general intenta desprenderse
de ellos pero de ningún modo a un precio cualquiera, sino a aquel que se
corresponda con la situación económica general. Si hemos de indagar los
diferentes grados de liquidez de los bienes de modo tal de demostrar el peso
que tienen en la vida práctica, sólo podemos hacerlo estudiando la mayor o
menor facilidad con la que resulta posible desprenderse de ellos a precios
económicos.[2] Una mercancía es más o menos liquida si podemos, con mayor o
menorque se correspondan con la situación económica general, es decir, a
precios perspectiva de éxito, desprendernos de ella a precios compatibles con
la situación económica general, a precios económicos.
Además, el intervalo de tiempo dentro del cual puede considerarse la venta de
un producto a un precio económico, resulta de gran importancia al analizar su
liquidez. Lo que interesa no es si la demanda de una mercancía es pequeña o si,
en otros aspectos, su liquidez es inferior; si su propietario -sólo puede
esperar el momento oportuno, finalmente, y a la larga, podrá desprenderse de
ella a precios económicos. Sin embargo, y como resultado de que esta condición
no se da a menudo en el curso real de los negocios, surge, a los fines
prácticos, una importante diferencia entre dos tipos de mercancías: por un
lado, aquellas de las que esperamos poder desprendernos en un momento
determinado, a precios económicos, o por lo menos aproximadamente económicos; por
el otro, aquellas que no tienen esa perspectiva, o por lo menos no la tienen en
el mismo grado, por lo cual su propietario prevé que para poder desprenderse de
ellas a precios económicos será necesario esperar durante cierto tiempo, que
puede ser largo o corto, o bien soportar una reducción más o menos sensible en
el precio.
Una vez más, se debe tomar en cuenta el factor cuantitativo en la liquidez de
las mercancías. Algunas, como consecuencia del desarrollo de los mercados y de
la especulación, pueden, en determinado momento, venderse en prácticamente
cualquier cantidad a precios económicos o aproximadamente económicos. Otras
sólo pueden venderse a precios económicos en cantidades menores, en proporción
con el crecimiento gradual de una demanda efectiva, alcanzando un precio
relativamente reducido en el caso de una mayor oferta.
V. Las causas de los diferentes grados de liquidez
El grado al cual se considera, de acuerdo con la experiencia, que una mercancía
logra venderse, en un mercado dado, a precios compatibles con la situación
económica (precios económicos), depende de las siguientes circunstancias.
l. Del número de personas que aún necesitan la mercancía en cuestión y de la
medida y la intensidad de esa necesidad, que no ha sido satisfecha o que es constante.
2. Del poder adquisitivo de esas personas.
3. De la cantidad de mercancía disponible en relación con la necesidad (total),
no satisfecha todavía, que se tiene de ella.
4. De la divisibilidad de la mercancía, y de cualquier otro modo por el cual se
la pueda ajustar a las necesidades de cada uno de los clientes.
5. Del desarrollo del mercado y, en especial, de la especulación; y por
último,
6. Del número y de la naturaleza de las limitaciones que, social y
políticamente, se han impuesto al intercambio y al consumo con respecto a la
mercancía en cuestión.
Podemos proceder ahora, del mismo modo como consideramos la liquidez de las
mercancías en mercados definidos y en momentos dados, a determinar los limites
espaciales y temporales de su liquidez. En este sentido, observamos también en
nuestros mercados algunas mercancías cuya liquidez es casi ilimitada en el
espacio o el tiempo y otras cuya liquidez es más o menos limitada.
Los limites espaciales de la liquidez de los productos están principalmente
condicionados por:
1. El grado hasta el cual se distribuye en el espacio la necesidad de estas
mercancías.
2. El grado hasta el cual los productos se prestan para ser transportados y los
gastos de transporte en los que se ha incurrido en proporción con su valor.
3. La medida en la cual se han desarrollado, en general, los medios de
transporte y de comercio con respecto a las diferentes clases de productos.
4. La extensión local de los mercados organizados y su intercomunicación a
través del arbitraje.
5. Las diferencias existentes en las restricciones impuestas a la
intercomunicación comercial con respecto a diferentes productos, en el comercio
interlocal y, especialmente, en el comercio internacional.
Las limitaciones de tiempo a la liquidez de los productos están principalmente
condicionadas por:
1. La permanencia de la necesidad que de ellos se tiene (la independencia de su
fluctuación en ella).
2. Su durabilidad, es decir, su capacidad de preservación.
3. El costo que implican su preservación y almacenamiento.
4. La tasa de interés.
5. La periodicidad de un mercado para la tasa de interés.
6. El desarrollo de la especulación y, en particular, los acuerdos de tiempo en
relación con ella.
7. Las restricciones políticas y socialmente impuestas a su transferencia de un
periodo de tiempo a otro.
Todas estas circunstancias, de las cuales depende el diferente grado y los
-diferentes limites locales y temporales de la liquidez de los productos,
explican la razón por la cual es posible desprenderse de ciertas mercancías con
facilidad y seguridad en mercados definidos, es decir, dentro de limites
temporales y locales, en cualquier momento y prácticamente en toda cantidad
posible, a precios compatibles con la situación económica general, mientras que
la liquidez de otros productos se ve confinada a limites espaciales reducidos y
también a limites temporales; e incluso dentro de ellos resulta difícil
desprenderse de los productos en cuestión, y si no se puede esperar la demanda,
la venta no podrá realizarse sin una disminución más o menos sensible en el
precio.
VI. La génesis de los medios de intercambio[3]
Durante mucho tiempo ha sido tema de observaciones universales en los centros
de intercambio el hecho de que para ciertas mercancías existía una demanda
mayor, más constante y más efectiva que la que se daba para otras menos
deseables en algún sentido; los primeras eran aquellas compatibles con la
necesidad de quienes estaban en condiciones de comerciar y deseaban hacerlo;
este deseo es al mismo tiempo universal y, a causa de la relativa escasez de
los productos en cuestión, siempre imperfectamente satisfecho. También se ha
observado que la persona que desea adquirir ciertos productos determinados a
cambio de los propios se halla en una posición más ventajosa, si trae al mercado
esa clase de mercancías, que la de aquel que visita los mercados con productos
que no pueden exhibir esas ventajas o, por lo menos, que no pueden hacerlo en
el mismo grado. Así equipado, tiene la perspectiva de adquirir los productos
que finalmente desea obtener, no sólo con mayor facilidad y seguridad sino
también, y a causa de la demanda más firme y prevaleciente que existe por sus
propios productos, a precios compatibles con la situación económica general, o
sea, a precios económicos. En tales circunstancias, cuándo alguien ha traído al
mercado productos que no son altamente líquidos la idea más importante que
tiene en mente es la de intercambiarlos, no sólo por aquellos que por
casualidad necesite sino, si esto no puede realizarse directamente, por otros
productos que, aunque no tenga necesidad de ellos, son, de todas maneras, más
líquidos que los suyos. Al hacerlo, es evidente que no logra de inmediato el
objetivo final de su comercio, es decir, la adquisición de productos que en
realidad él mismo necesita; sin embargo, de esta manera se va acercando a ese
objetivo. Por el tortuoso camino de un intercambio mediato gana las
perspectivas de alcanzar su propósito más económica y seguramente que si se
hubiera visto limitado al intercambio directo. Ahora bien, en realidad éste
parece ser el caso que se ha dado en todas partes. Los hombres se han visto
llevados, con creciente conocimiento de sus intereses individuales, cada uno
por sus propios intereses económicos, sin convenio, sin obligación legal, es decir,
sin tomar en cuenta siquiera el interés común, a intercambiar bienes destinados
al intercambio (sus “productos”) por otras mercancías igualmente destinadas al
intercambio, pero más liquidas. A medida que el comercio se extendía en el
espacio y las previsiones para la satisfacción de necesidades materiales podían
hacerse por períodos cada vez más prolongados, cada individuo iba aprendiendo,
a partir de sus propios intereses económicos, a darse cuenta de que trocaba sus
productos menos líquidos por aquellas mercancías especiales que habían
exhibido, además de la atracción de ser altamente comercializables en una
localidad determinada, un amplio espectro de comercialización tanto en el
tiempo como en el espacio. Estos productos serian clasificados por su carácter
costoso, por la facilidad de su transporte y su posibilidad de preservación (en
relación con la circunstancia de su compatibilidad con una demanda estable y
ampliamente distribuida), de modo tal de asegurar a su poseedor un poder, no
sólo “aquí” y “ahora”, sino casi ilimitado en tiempo y espacio, sobre todos los
otros productos del mercado, a precios económicos.
Y por esa razón ha sucedido que, a medida que el hombre se fue familiarizando
con estas ventajas económicas, sobre todo a través de una percepción que se ha
hecho tradicional y del hábito del accionar económico, esas mercancías,
relativamente más líquidas en cuanto a tiempo y espacio, se han convertido en
cada mercado en los productos que no sólo se aceptan en nombre del interés de
cada uno a cambio de los propios productos menos líquidos sino que, en verdad,
se aceptan con rapidez. Y su liquidez superior sólo depende de la
comercialización relativamente menor de cualquier otro tipo de producto, razón
por la cual han podido convertirse en medios de cambio generalmente aceptados.
Es obvio que el hábito constituye un factor muy significativo en la génesis de
esos medios de cambio de utilidad general. Es el interés económico de cada
individuo que comercia lo que le permite cambiar productos menos líquidos por
otros más líquidos. Pero la aceptación voluntaria del medio de cambio presupone
la existencia previa de un conocimiento de estos intereses por parte de
aquellos sujetos económicos de quienes se espera que acepten a cambio de sus
productos una mercancía que en sí misma y por sí misma es, quizá, totalmente
inútil para ellos. Es cierto que este conocimiento nunca aparece en todas
partes en una nación a un mismo tiempo. En primera instancia, sólo un numero
limitado de sujetos económicos reconocerá las ventajas de ese procedimiento,
ventajas que, en sí mismas y por sí mismas, son independientes del
reconocimiento general de un producto como medio de intercambio, en tanto ese
intercambio, siempre y en todas las circunstancias, acerque más a su meta al hombre
económico, es decir, lo aproxime a la adquisición de cosas útiles que realmente
necesite. Pero se admite que no hay mejor método para ilustrar a alguien sobre
sus propios intereses económicos que hacerle ver el éxito económico de aquellos
que utilizaron el medio correcto para asegurar sus intereses particulares. Por
lo tanto, resulta evidente que nada pudo haber sido más favorable para el
surgimiento de un medio de intercambio que la aceptación, por parte de los
sujetos económicos más perspicaces e inteligentes, para su propio beneficio
económico y durante un periodo considerable de tiempo de productos
eminentemente líquidos en lugar de todos los demás. De esta forma, la práctica
y el hábito han contribuido mucho, por cierto, para hacer que los productos,
que eran más líquidos en un momento determinado, sean aceptados no sólo por
muchos sino, en definitiva, por todos los sujetos económicos a cambio de sus
productos menos líquidos: y no sólo para eso, sino para que sean aceptados
desde un principio con la intención de volver a intercambiarlos. Los productos
que, de esta manera, se tornaron medios de cambio generalmente aceptables,
fueron denominados Geld por los alemanes, palabra qué proviene de Gelten y que
significa pagar, realizar; otras naciones denominaron al dinero teniendo en
cuenta principalmente la sustancia utilizada,[4] la forma de la moneda[5] o,
incluso, ciertos tipos de moneda.[6]
No es imposible que los medios de cambio, sirviendo como lo hacen al bien
común, en el sentido más absoluto del término, sean instituidos a través de la
legislación, tal como ocurre con otras instituciones sociales. Pero ésta no es
la única ni la principal modalidad que ha dado origen al dinero. Su génesis
deberá buscarse detenidamente en el proceso que hemos descripto, a pesar de que
la naturaleza de ese proceso sólo sería explicada de manera incompleta si
tuviéramos que denominarlo “orgánica’, o señalar al dinero como algo
“primordial”, de “crecimiento primitivo”, y así sucesivamente. Dejando de lado
premisas poco sólidas desde el punto de vista histórico, sólo podemos entender
el origen del dinero si aprendemos a considerar el establecimiento del
procedimiento social del cual nos estamos ocupando como un resultado
espontáneo, como la consecuencia no prevista de los esfuerzos individuales y
especiales de los miembros de una sociedad que poco a poco fue hallando su
camino hacia una discriminación de los diferentes grados de liquidez de los
productos.[7]
VII. Ensanchamiento del abismo que separa a los productos que se han convertido
en medios de cambio del resto de las mercancías
Cuando los productos relativamente más líquidos se convirtieron en “dinero”, el
acontecimiento tuvo, en primer lugar, el efecto de aumentar de manera
sustancial su liquidez originalmente alta. Todo sujeto económico que trae
productos menos líquidos al mercado, con el fin de adquirir bienes de otro
tipo, ha tenido desde entonces un mayor interés por convertir lo que tiene en
primera instancia en aquellos productos que se han convertido en dinero. Porque
esas personas a través del intercambio de sus productos menos líquidos por
aquellos que, por ser dinero, tienen mayor liquidez, logran no solamente, y tal
como había ocurrido hasta ese momento, una mayor probabilidad sino la certeza
de poder adquirir en forma inmediata cantidades adecuadas de todo otro tipo de
producto que pueda tenerse en el mercado. Y el control que tienen sobre ellos
depende simplemente de su voluntad y de su elección. Pecuniam habens, habet
omnem rem quem vult habere (tener dinero significa tener todo lo que valga la
pena tener). Por otra parte, aquel que trae al mercado productos que no sean
dinero se encuentra, en mayor o menor grado, en desventaja. para poder lograr
el mismo dominio sobre lo que el mercado produce deberá convertir primero en
dinero sus productos intercambiables. La naturaleza de su incapacidad económica
queda demostrada por el hecho de que se ve obligado a superar una dificultad
antes de alcanzar su propósito, dificultad que no existe, es decir, ya ha sido
superada, para el hombre que posee un stock de dinero.
Todo esto tiene un gran significado para la vida práctica, en tanto la
superación de esta dificultad no está del todo dentro del alcance de aquel que
trae productos menos líquidos al mercado sino que depende, en parte, de
circunstancias sobre las cuales el negociador, como individuo, no tiene control
alguno. Cuanto menos líquidos sean sus productos más seguro estará de que
deberá sufrir una reducción en el precio económico o bien contentarse con
aguardar el momento propicio en el que le resulte posible realizar una
conversión a precios económicos. Aquel que en una época de economía monetaria
desea intercambiar productos, de cualquier naturaleza que fueren, que no sean
dinero, por otros productos que el mercado brinda, no puede tener la certeza de
que logrará este resultado de inmediato, o dentro de un intervalo de tiempo
predeterminado, a precios económicos. Y cuanto menos líquidos sean los
productos que un sujeto económico trae al mercado, más desfavorable será su
situación económica, para sus propios fines, si se la compara con la de los que
traen -dinero al mercado. Consideremos, por ejemplo, el caso del propietario de
un stock de instrumentos quirúrgicos que se ve obligado, como consecuencia de
un apuro súbito o de la presión de sus acreedores, a convertirlo en dinero. Los
precios que obtendrá serán sumamente accidentales, es decir que, al tener los
productos una liquidez tan limitada serán bastante poco calculables. Esto se
aplica a todos los tipos de conversiones que, en relación con el tiempo, son
ventas forzadas.[8] Diferente es el caso de quien desea convertir
inmediatamente en el mercado el producto que se ha convertido en dinero en
otros productos que el mercado brinda. Alcanzará su propósito no sólo con
certeza, sino también a un precio compatible con la situación económica
general. Es decir, el hábito de la acción económica nos ha tornado tan seguros
de poder adquirir, a cambio del dinero, cualquier producto del mercado, en el
momento en que lo queramos y a precios compatibles con la situación económica,
que en general no somos conscientes de la cantidad de compras que diariamente
nos proponemos hacer y que son forzadas en relación con nuestros deseos y con
el momento en que las concretamos. Por otra parte, las ventas forzadas, como
consecuencia de la desventaja económica que, por lo general, encierran, llaman
la atención de las partes involucradas de manera inconfundible. Por lo tanto,
lo que constituye la peculiaridad de un producto que se ha convertido en dinero
es el hecho de que su posesión nos brinda en un momento dado, es decir, en el
momento que consideremos oportuno, un control seguro sobre todo producto que
pueda tenerse en el mercado y, en general, a precios ajustados a la situación
económica del momento: por otra parte, el control conferido por otro tipo de
mercancías sobre los productos del mercado es relativo, si no absolutamente
incierto, en relación con el tiempo y, en parte también, con el precio.
De esta manera, el efecto que han producido los bienes cuya liquidez relativa
les permite convertirse en dinero ha sido el de ensanchar el abismo que existe
entre su liquidez y la de todos los otros productos. Y esta diferencia de
liquidez deja de ser totalmente gradual y debe ser considerada, en cierto
sentido, como algo absoluto. La práctica de la vida diaria, y también la
jurisprudencia, que en su mayor parte apoya las nociones predominantes en la
vida diaria, distinguen la existencia de dos categorías en los requisitos del
comercio: la de los productos que se han convertido en dinero y la de los que
no lo han hecho. Y encontramos que el fundamento de esta distinción se halla,
en esencia, en la diferencia de liquidez de los productos que hemos mencionado
anteriormente, una diferencia muy significativa para la vida práctica y que más
tarde se ve acentuada por la intervención del estado. Además, esta distinción
halla su expresión en el lenguaje, en la diferencia entre los términos “dinero”
y “bienes”, y ”compra” e “intercambio”, o en el significado que se les da. Pero
brinda también la principal explicación de la superioridad del comprador sobre
el vendedor, sobre la cual se han hecho múltiples consideraciones pero que,
hasta ahora, no ha sido adecuadamente explicada.
VIII. Cómo los metales preciosos se convirtieron en dinero
Los productos que en relaciones locales y de tiempo dadas son más líquidos se
han ido convirtiendo en dinero entre las mismas naciones, en momentos
diferentes, y entre naciones diferentes a un mismo tiempo, y son de clases diversas.
Los metales preciosos se han convertido en el medio corriente de intercambio
más generalizado entre los pueblos de civilización económica avanzada por su
liquidez altamente superior en relación con la de todos los otros productos y,
al mismo tiempo, porque se los ha considerado especialmente aptos para las
funciones concomitantes y subsidiarias del dinero.
No hay pueblo alguno que en los comienzos mismos de la civilización no haya
llegado a desear profundamente y a codiciar con vehemencia los metales preciosos,
en épocas primitivas por su utilidad y belleza, por ser en sí mismos
decorativos, y más tarde por ser los materiales más apreciados para la
decoración plástica y arquitectónica y, especialmente, para adornos y vasijas
de todo tipo. A pesar de su escasez natural están geográficamente bien
distribuidos y, si se los compara con la mayoría de los otros metales, son
fáciles de extraer y elaborar. Las personas que desean adquirirlos son, a causa
de las peculiares necesidades que su posesión satisface, aquellos miembros de
la comunidad que pueden realizar el trueque con mayor eficacia y, por lo tanto,
su deseo por los metales preciosos es generalmente más efectivo. Sin embargo,
los limites del deseo efectivo por estos bienes también se extienden a aquellos
estratos de población cuyas posibilidades de trueque son menores, a causa de la
gran divisibilidad de los metales preciosos y del placer que se alcanza
usándolos, aunque sea en muy pequeñas cantidades, en la economía individual.
Deben considerarse además los amplios límites en tiempo y espacio que tiene la
comercialización de los metales preciosos; éstos son consecuencia, por un lado,
de la distribución casi ilimitada en el espacio de las necesidades que de ellos
se tienen, junto con su bajo costo de transporte en comparación con su valor y,
por el otro, de su ilimitada durabilidad y del costo relativamente pequeño de
su atesoramiento. En ninguna economía nacional que haya superado las primeras
etapas de desarrollo hay productos cuya comercialización sea tan poco
restringida en muchos sentidos -personal, cuantitativa, espacial, y
temporalmente- que puedan compararse con pos metales preciosos. No hay duda de
que mucho antes de su conversión en medios de cambio generalmente reconocidos
ya satisfacían, entre muchos pueblos, una demanda positiva y efectiva en todo
lugar y oportunidad y prácticamente en cualquier cantidad que se llevase al
mercado.
Surgió aquí un hecho que necesariamente resultó de especial importancia para su
conversión a dinero. Para quienquiera que estuviese en esas condiciones y que
tuviera a su disposición alguno de los metales preciosos no sólo existía la
perspectiva razonablede poder convertirlos en todos los mercados, en cualquier
momento y prácticamente en todas las cantidades posibles sino, además -y éste
es, después de todo, el criterio de la liquidez-, la perspectiva de poder
convertirlos a precios compatibles, en cualquier oportunidad, con la situación
económica general, a precios económicos. La intensidad, persistencia y
omnipresencia del deseo de metales preciosos por parte de los negociadores más
efectivos ha permitido excluir los precios del momento, de emergencia o
accidentales, en el caso de estos bienes más que en el de cualquier otro,
especialmente porque en razón de su carácter costoso, durabilidad y fácil
preservación se han convertido en el medio más popular de atesoramiento y
también en los productos más favorecidos para el intercambio.
En tales circunstancias, la idea predominante en las mentes de los negociadores
más inteligentes primero y en las de todos más tarde, cuando la situación fue
comprendida a nivel general, fue la de que el stock de productos destinados al
intercambio por otros productos debía expresarse, en primera instancia, en
metales preciosos o bien convertirse en ellos, aunque el agente en cuestión no
los necesitara directamente o, incluso, cuando ya hubiese satisfecho sus
necesidades en ese sentido. Pero, en y por esta función, los metales preciosos
ya se han convertido en el medio corriente de intercambio. En otras palabras,
por esa vía funcionan como mercancías por las cuales todos buscan cambiar sus
productos del mercado, en general, no con el fin de destinarlos al consumo sino
debido a su suprema liquidez, con la intención de poder cambiarlos más tarde por
otros productos que les resulten directamente útiles. Ningún accidente, ni la
consecuencia de la compulsión del estado ni el convenio voluntario de los
comerciantes pudo cambiar esto. Fue el hecho de entender simplemente cuáles
eran los propios intereses individuales lo que hizo que todas las naciones
económicamente más avanzadas aceptaran los metales preciosos como dinero ni
bien se logró reunir e introducir en el comercio una provisión suficiente de
ellos. El avance de elementos de dinero menos costosos a otros más costosos
depende de causas análogas.
Este desarrollo se vio materialmente apoyado por la relación de intercambio
existente entre los metales preciosos y otros productos que sufren
fluctuaciones más o menos pequeñas que las que ocurren entre la mayoría de los
otros productos; esta estabilidad se debe a las circunstancias peculiares que
afectan la producción, el consumo y el intercambio de metales preciosos y, de
esta manera, se halla conectada con los así llamados fundamentos intrínsecos
que determinan su valor de cambio. Ésta es otra razón más por la cual cada
hombre, en primera instancia (es decir, hasta que invierte en productos que le
resultan directamente útiles) debe proveerse de un stock de intercambio
disponible en metales preciosos u convertir en éstos los bienes que posee.
Además, la homogeneidad de los metales preciosos y la consiguiente facilidad
con que pueden servir como res fungibiles en relaciones de obligación han
llevado a formas de contratos por las cuales se ha facilitado el comercio; esto
también ha impulsado su liquidez y, por ese medio, su adaptación como dinero.
Por último, estos metales, como consecuencia de la peculiaridad de su color, de
su sonido y, en parte, también de su peso específico, no son difíciles de
reconocer con la práctica y al adoptar una marca durable pueden ser fácilmente
controlados en cuanto a localidad y el peso; esto también ha llevado a aumentar
materialmente su liquidez y a alentar su adopción y difusión como dinero.
IX. La influencia del gobierno
El dinero no ha sido generado por la ley. En sus orígenes es una institución
social y no estatal. La sanción por parte de la autoridad del estado constituye
una noción que le es ajena. Por otra parte, sin embargo, a través del
reconocimiento del estado y de la regulación por parte del gobierno esta
institución social del dinero se ha perfeccionado y ha sido adaptada a las
múltiples y variadas necesidades de la evolución del comercio, así como los
derechos que son resultado de la costumbre se vieron perfeccionados y adaptados
a través de la ley. Aunque originalmente se comerció con ellos, al igual que
con otros productos, según el peso, los metales preciosos fueron más tarde
acuñados e intercambiados por su número. Al adoptar la forma de monedas,
experimentaron un aumento material. El libre acuñamiento y el mantenimiento de
la confianza pública en él, para impedir la falsificación, han sido reconocidos
en todas partes como importantes funciones del gobierno.
Las dificultades experimentadas en el comercio como resultado de la acción
competitiva de diversos productos que servían como divisa, produciendo una
múltiple inseguridad en la actividad comercial y haciendo necesarias variadas
conversiones de los medios circulantes, han llevado a que se reconociera
legalmente a ciertos productos como dinero (a normas monetarias).
Todas estas medidas han perfeccionado el funcionamiento de los metales
preciosos como dinero pero, con seguridad, no han sido responsables de que
éstos se convirtieran en dinero.
Sólo se puede entender verdaderamente el origen del dinero si aprendemos a
considerarlo como una institución social, como el resultado espontáneo, el
producto no planificado de los esfuerzos específicamente individuales de los
miembros de la sociedad.
Bibliografía
Trabajos de Carl Menger sobre moneda
Grundsätze der Volkswirkshaftlehre, 1871, edición inglesa: Principles of
Economics (en castellano), New York, N.Y.U. Press, 1981; cap. VII, La teoría
del producto [Web], pp. 286-256; cap. VIII, La teoría del dinero [Web], pp.
257-885; Apéndice J: Historia de las teorías sobre el origen del dinero, pp.
815-820.
Untersuchungen über die
Methode der Sozialwissenschaften und der politischen Oekmomie insbesondere,
1683; edición inglesa: Problems of Economics and Sociology, Urbana, University
of Illinois Press, 1983, Libro 8, cap. 2. El entendimiento teórico de
aquellos fenómenos sociales que no son producto de un acuerdo o de una
legislación positiva sino los resultados espontáneos del desarrollo histórico,
(a) El origen del dinero, pp, 152-155.
Schriften über Geldtheorie und Währungspolitik (Papers on Monetary Theory and
Monetary Policy), Nº 20, en el volumen IV de la Recopilación de Obras de Carl
Menger, publicada por la London School of Economics and Political Science. Series of Reprints of Scarce Tracts
in Economics and Political Science, Londres, 1886.
Die Kaufkraft des Guldens östesrreichischer Währung (El poder
adquisitivo del florín austríaco), 1889.
Geld (Dinero), 1909.
Beiträge zur Währungsfrage in Österreich-Ungarn (Contribuciones a la discusión
monetaria austro-húngara), 1892.
Der Übergang zur Goldwährung (Transición al patrón oro), 1392.
Aussagen in der Valutaenquete (Testimonio ante la Comisión Monetaria), 1882.
Von unserer Valuta (Sobre nuestra divisa), 1882.
Das Goldagio und der heutige Stand der Valutareform (El premio sobre el oro y
la reforma monetaria actual), 1888.
On the Origin of Money, [WEB]
The Economic Journal, junio de 1882, pp. 289-266.
Autores que han escrito sobre Carl Menger y sus teorías monetarias
(Ordenados según la fecha de su publicación original)
1910 – Karl Menger, Robert Zuckerkandl, Zeitschrift für Volkwirtschaft,
Sozialpolitik und Verwaltung, vol. l0, pp. 251-264.
1921 – Karl Menger: 1840-1921,
Joseph A. Schumpeter, Zeitschrift für Volkswirtschaft und Sozialpolitik, New
Series, vol. 1. Reimpresa en inglés con el título de Ten Great Economists from
Marx to Keynes, New York, Oxford University Press, 1951, pp. 80-90.
1928 – Karl Menger, Friedrich Wieser, Neue österreichische Biographie:
1816-1918, Viena, Wiener Drucke, vol. 1, pp. 84.82.
1984 – Carl Menger, F. A. Hayek, Economica, New Series, vol. 4, pp. 398-420,
reimpreso como Introducción a Principles of Economics, de Carl Menger.
1937 – The Economics of Carl Menger, George J. Stigler, Journal of Political
Economy (abril de 1937), pp. 228-250; reimpreso en Production and Distribution,
The Formative Period, New York, The Macmillan Co., 1941, pp. 184-157.
1940 – Carl Menger: The Founder of the Austrian School, Henri S. Bloch, Journal
of Political Economy, vol. 8, pp. 428-423.
1954 – The methodology of Henry George and Carl Menger, Leland B. Yeager,
American Journal of Economics and Sociology, vol. 13, pp. 233-238.
1960 – The Rise of the Marginal Utility School: 1870-1889, Richard K. Howey,
Lawrence, University of Kansas Press.
1965 – The History of Marginal Utility Theory, Emil Kauder, Princeton,
Princeton University Press.
1969 – The Historical Setting of the Austrian School of Economics [WEB], Ludwig
von Mises, New York, Arlington House.
1973 – Menger’s Theory of Money and Uncertainty – A modern Interpretation, de
E. Streissler, en Carl Menger and the Austrian School of Economics, editado por
J. R. Hicks y W. Weber, Oxford, Clarendon Press, pp. 164-189.
1983 – The Monetary Writings of Carl Menger [WEB], Hans F. Sennholz, The Ludwig
von Mises Institute, Auburn University.
_________________________________
NOTAS:
[1] Véase Roscher, System der Volkswirtschaft, I, 116; mis Principles of
Economics (en castellano), New York, 1981, Apéndice J, P. 315 y ss.; M. Block, Les
Progrès de la Science Économique depuis A. Smith, 1890, II, p. 59 y ss.
[2] La alta liquidez de un producto no es revelada por el hecho de que
sea posible desprenderse de él a cualquier precio, incluso el que sea el
resultado de una desgracia a accidente. En este sentido todos las productos son
bien e igualmente comercializables. Depende de que resulte posible desprenderse
de él con facilidad y seguridad, en cualquier momento y a un precio que se
corresponda, o que por lo menos no sea incompatible, con la situación económica
general, es decir, al precio económico o aproximadamente económico.
[3] Véase mi artículo Geld en el Handwörterbuch der Staatwissenschaften, Jena,
1981, vol. 3, p. 370 y ss.
[4] La palabra hebrea keseph, la griega , la latina argentum, la francesa
argent, etcétera.
[5] La palabra inglesa money, la española moneda, la portuguesa moeda, la
francesa monaie, la hebrea maoth, la árabe fulus, la griega etcétera.
[6] La palabra italiana danaro, la rusa dengi, la polaca pienondze, la bohemia y
eslavonia penize, la danesa penge, la sueca penninger, la húngara péuz, etc.
(es decir, denare = Pfennige = Penny).
[7] Sobre este punto, consúltese mis Principles of Economics (en castellano),
New York, 1881, pp. 261—262.
[8] Se halla aquí la explicación de la razón por la cual las ventas forzadas y
los casos de embargo en especial generalmente implican la ruina económica de
las personas sobre cuyos bienes se realizan, y de que en mayor grado, los
productos en cuestión son menos líquidos. El correcto discernimiento del
carácter no económico de estos procesos llevará necesariamente a una reforma
del mecanismo legal existente.
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